Capítulo 11

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Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre. - Albert Einstein.

***

Dorian apagó el despertador como cada mañana de un manotazo, con la diferencia de que, entre sus brazos, yacía dormida la mujer que amaba. En mitad de la noche, él la había invitado a subir y quedarse en su habitación, y aunque la respuesta que esperaba era otra, ella había accedido sin ningún problema, hecho que le llenó de satisfacción y orgullo. La contempló con adoración. Estaba desnuda, con la respiración agitada y boqueaba como un pececillo. Llamó su atención el sudor que se reflejaba en la frente femenina, pues ya los días eran más frescos y por ende también las noches. Asustado dirigió la palma de su mano a las mejillas rojizas para a continuación deslizarla por su rostro. Melanie tenía fiebre, la suficiente para haberla dejado KO y removerse nerviosa contra su pecho, envuelta en sueños.

Con cuidado la dejó sobre la mullida cama, se aseguró de arroparla y se colocó un calzoncillo para bajar a trompicones hasta la cocina. Inquieto preparó el desayuno, por mínimo que fuese la haría llevarse algo a la boca y a su vez tomarse el analgésico que inmediatamente colocó sobre la bandeja. De pronto, recordó las innumerables noches que Briona había pasado con él, a los pies de la cama cuando enfermaba y las gasas húmedas que siempre le colocaba, por lo que instantáneamente lleno un pequeño cuenco con agua y regresó al dormitorio donde ella respiraba con pesadez. Tras dejar la bandeja sobre su mesita, cogió dos camisetas y las empapo a conciencia. Tomó nota mental de que debía comprar gasas y quizá actualizar su botiquín, ese que apenas usaba. Escurrió la tela con todas sus fuerzas y con mimo la paso por las mejillas de la bailarina, refrescándola, buscando su alivio...

Melanie abrió los ojos con pesadez, asustada por el frio contacto, hasta que le vio a él que descansaba sentado a su lado. Intentó incorporarse, ajena al cansancio y malestar que la asolaba, pero Dorian se lo impidió, regresándola con rapidez a su posición inicial. ¡La estaba empapando! Lo miró absorta hasta que finalmente pudo comprender que él solo la estaba ayudando...

-Tranquila, Cariño. Necesitas que te baje la fiebre -murmuró cambiando la camiseta y escurriéndola para después pasarla por el resto del cuerpo.

Ella no dijo nada. Se quedó con la mirada fija en aquel hombre que lucía verdaderamente preocupado y que estaba haciendo todo lo posible para aliviar la quemazón. Sin embargo, se quedó petrificada cuando Dorian se aproximó para depositar un sentido beso en la frente que la hizo suspirar.

-Te he subido un café y un par de piezas de fruta, toma lo que quieras, pero debes llevarte algo al estomago para poder tomarte el analgésico. ¿De acuerdo?

Asintió, con los ojos repletos de lágrimas... Unas lágrimas que de un momento a otro se desbordarían y que a toda costa quiso evitar. Giró la cabeza pensando en su nonna, ella era la última persona que se había permitido cuidarla, ella era la única persona en la que reconocía la mirada que estaba descubriendo en el abogado, de cariño, afecto y amor.

-¡Eh! -inquirió él sujetándole la barbilla - ¿Qué sucede? ¿Te encuentras mal? ¿Quieres que vayamos a urgencias?

-No. Será mejor que me marche a mi casa, tú debes irte a trabajar y...

-Chiss, ya estás en tu casa, no vas a ir a ningún lado. Voy a darme una ducha, cuando salga quiero que algo de lo que hay en esa bandeja haya desaparecido. ¿De verdad estás bien?

-Sí.

Dorian se levantó con evidente preocupación, se hizo con ropa limpia del vestidor y se dirigió al cuarto de baño. Deseaba poder quedarse allí con ella y cuidarla, pero debía arreglar un par de asuntos, que a lo sumo le robarían un par de horas, después podría regresar a su lado, se prometió así mismo.

Bailando con el perdón | Erótica + 18 | Parte 2/4 Completa ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora