SAGA CICATRICES 2: Esta vez sí...

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Cala escondida.
Estambul
Unas pocas horas después.

Unos pies descalzos vagaban sin rumbo acariciando la arena fina entre sus dedos ajenos al bello paisaje que les rodea.
Con la conciencia perdida en sus huellas, acercó la tela del vestido a su piel para no mancharse al sentarse sobre un pequeño montículo en ruinas, probablemente de un viejo castillo destruido por las olas del mar.
El mar... ese estimulante de la imaginación, sosegador de emociones intensas, curandero del dolor y la tristeza.
Sanem ancló su mirada en él, sintiéndose engullida por sus aguas cristalinas.
Esa paz... de sentir que nada malo puede pasar mientras te dejes acunar por su manto.
Cerró sus ojos e inspiró profundo. Lo mantuvo unos segundos para después expulsarlo lentamente.
‐- ¿Puedo sentarme? - Una voz masculina sumisa interrumpió su kit kat espiritual.
‐- Es un sitio público. - Contestó intentando no alterar su estado de relajación.
‐- Lo sé, pero necesito tu permiso para invadir tu espacio personal.
‐- Entonces te haré una pregunta directa: ¿has venido como aliado o como enemigo? - Miró desafiante hacia el intruso recién llegado.
‐- Entonces te contesto con honestidad: vengo para intentar dialogar.
‐- ¿Por qué ahora?
Con rabia como impulsor, se levantó de su cómodo asiento para hacerle frente cara a cara.
‐- Digamos que un duende me ha hecho reflexionar sobre algunas cosas.
De reojo, le pareció ver un objeto cuadrado de un color oscuro entre sus manos.
‐- ¿Es mi carta?
‐- Sí.
‐- ¿La has leído?
‐- De no haberlo hecho... quizá no estaría aquí.
La altivez de su oponente se rebajó.
‐- Si abriéndote mi corazón no te has quedado satisfecho, no sé qué más puedo ofrecerte.
‐- Quiero escucharlo de tus labios. Quiero conocer toda la historia por ti. Necesito que me ayudes a entender por qué me desgarraste el corazón.
‐- ¡Porque no hacerlo estaba desgarrando el mío, milímetro a milímetro! No podía seguir mintiéndote cuando lo único que quería era que me abrazaras y que perdonaras cada uno de mis pecados. - Su voz quebrada por la emoción caló hondo en el muro defensivo de aquel vaquero solitario
‐- ¿Te apetece que charlemos dando un paseo?

La muchacha de cabello ondulado y castaño dio su conformidad. Pensó que eso relajaría el ambiente ayudándola a soltar el lastre acumulado.
Una mano caballerosa le indicó que le concedía el turno de salida.

Ambos caminaban en silencio, guardando una mínima distancia de seguridad inexistente hasta ahora.
No había valor para mirarse. Era menos punzante dejarse atrapar por el oleaje que se mecía entre sus pies.

‐- Si te resulta más fácil... puedo guiarte con algunas preguntas. - Decidió ser él quien rompiera el hielo. Era consciente de que para ella tampoco resultaba agradable ni sencillo.
‐- Te lo agradecería. - Contestó cabizbaja
Can levantó la vista hacia el horizonte, inspiró aire y lo exhaló en un sentido suspiro.
‐- Supongo que deberíamos empezar por la más obvia. ¿Desde cuándo?
Era la primera y sin embargo la más difícil de formular y responder. Para Sanem fue como si disparara un dardo como diana a su corazón. Tragó saliva para poder articular palabra.
‐- Desde... el primer día... que entré a trabajar en la agencia.

Golpe fuerte en el estómago. Era duro escucharlo pero aún más asimilarlo. Saberse engañado, traicionado desde hacía tantísimo tiempo creaba un remolino de rabia y dolor en sus entrañas que tardaría en desaparecer.

‐- Me dijiste que entraste a mi casa a robar. ¿El qué?
‐- Una carpeta roja. Y adelantándome a tu siguiente pregunta... No, en aquel momento no conocía su contenido. Únicamente me limité a cumplir la orden recibida. Era fácil, entrar, dar el cambiazo y salir pero... no contaba con que me encontrarías.
‐- ¿Sabías que lo que había en el bolsillo de la chaqueta era un anillo de compromiso?
‐- No. Si lo hubiera sabido no habría dicho nada.

La ausencia de sonido se hacía cada vez menos incómoda.

‐- No sabes cuántas veces me castigué por ello. - Sanem se detuvo a ras de la orilla unos escasos metros detrás mirándole directamente a los ojos. - Cuántas veces me odié por haber tenido que mentirte en eso. No sabes lo mucho que intento cada día perdonarme a mí misma. ¡Lo siento tanto Can! - La angustia que oprimía su alma brotó en lágrimas de desconsuelo que no paraban de mojar sus mejillas sonrosadas.
Algo se quebró dentro de aquel hombre de pecho robusto.
Volvió enérgico sobre sus pasos estrechándola fuertemente contra sus brazos.

‐- Ya está. Tranquila. Lo peor ya ha pasado. - Besó con mimo su frente en un intento por reconfortarla. No separaba sus labios de ella, era incapaz.

Sanem acogió esa ofrenda de paz como una bocanada de aire que te devuelve el oxígeno necesario para seguir respirando. Se aferró a su espalda, estrujando la cazadora entre sus dedos. Pasara lo que pasara entre ellos a partir de ahora, ella ya tenía lo que tanto anhelaba: la absolución.

Una vez aplacada la crisis, fue separándose poco a poco de él.

‐- ¿Estás mejor?
‐- Sí, gracias. - Terminó de retirar de su lagrimal la última astilla de esa espina tan largamente sufrida.
‐- ¿Te sientes con fuerzas para continuar? Si no, podemos dejarlo para otro momento.
‐- He pasado por mucho para llegar hasta aquí. No voy a rendirme.

Una de las cosas qué más le fascinaban de ella era su coraje.

‐- En ese caso, prosigamos.

Retomaron la caminata parcos en palabras, era cierto que el muro principal de contención había sido derribado pero quedaban todavía obstáculos que sortear.

Sanem frotaba sus manos por encima de sus brazos. Se sentía rara, como destemplada.

‐- ¿Tienes frío? Espera...

Can se despojó de su cazadora envolviendo a su chica con ella.

‐- Gracias. - Le correspondió con una tímida sonrisa. Ese gesto tan propio de él había tenido un doble efecto reparador para ella, tanto por dentro como por fuera.

Echaba de menos sentir esa calidez que solo Can podía ofrecerle. Era distinta a las demás, especial. Conseguía en menos de un segundo erizar el vello de todo su cuerpo.

‐- Siento mucho haberte engañado sobre mi compromiso, pero quiero que tengas muy claro que aunque ellos lo sabían, nunca fue nuestra intención humillarte ni reírnos de ti. Solo intentaba cubrir mis huellas sin darme cuenta de que estaba creando una bola enorme que acabaría aplastándome.

Can desvió sus ojos miel hacia el horizonte.

‐- Acepto que no fuera tu intención pero fue así cómo me sentí.
‐- Soy consciente de que te llevará tiempo pero espero que puedas perdonarme.
No obtuvo mayor respuesta que el replicar de las olas retrayéndose sobre sí mismas.

‐- Dijiste que Emre te puso en contra mía a base de mentiras. ¿Cuáles?
‐- Me dijo que lo que querías era hacerte con el control de la empresa consiguiendo clientes fuertes que subieran las acciones con el fin de poder venderla después al mejor postor.

Can no daba crédito.

‐- Por eso intentaste boicotear el contrato con Arzu Tas.
Sanem apretó ligeramente los labios.

‐- Eso fue más bien un ajuste personal. Me caía fatal.

Una tenue sonrisa se dibujó por primera vez bajo esa barba color rojiza castaña.

‐- Cuando hicimos el grabado del proyecto Albatros. ¿Se lo pasaste a Emre?
Su mirada se desvío culpable hacia la arena mojada.

‐- Sí. De hecho... ¿Recuerdas el mensaje que te dije que era de mi prometido? Pues en realidad era de él recordándome mi trabajo como espía.
‐- Entiendo.
‐- Nunca fui feliz haciendo lo que hacía Can. Por mucho que pensara que eras el rey malvado. Por eso, cuando vi que habías cambiado el boceto final, me sentí... aliviada.

Can se detuvo un momento mirándola fijamente a los ojos. Cuando encontró lo que buscaba, prosiguió el camino en silencio.

Erkencikus: Escenas CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora