SAGA SEDUCCIÓN: COMBURENTE

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Durante el trayecto en coche el silencio fue el máximo protagonista. Era tal la atracción que les abrumaba, que estaban enclaustrados en un bucle sin retorno donde no cesaban de reproducirse todos los besos y caricias que querían prodigarse el uno al otro.

Sus acalorados cuerpos desprendían chispas con el mero cruce de sus miradas.

Sanem quería acariciarle pero estaba conduciendo y no quería que eso supusiera una distracción para él. De reojo ojeaba el cuentakilómetros.

¡Qué largo y pesado se les estaba haciendo el camino! Y eso que la distancia entre el restaurante y la mansión no excedía demasiado de unos pocos kilómetros.

Can, interpretando su lenguaje no verbal, supo descifrar lo que ella no se atrevía a pedirle. En parte, porque era lo mismo que su instinto carnal le clamaba que llevara a cabo.

Liberó una de sus manos del volante atrapando la que tenía más cerca de su amada. Con gesto delicado, la atrapó entre sus labios mojando tenue pero deliberadamente el lateral de su dedo meñique con la punta de su lengua.

Un gemido en forma de suspiro surcó entre los dos. La sacudida de amar y desear a alguien hasta la dolencia.

-- Yo también quiero hacerlo.- Jadeó entrecortada.
Un vestigio de asombro y excitación asomó a su rostro.
-- ¿De verdad quieres? -Le preguntó con una sonrisa juguetona.
-- Sí, quiero.

La convicción y rotundidad de su afirmación hizo que Can accediera complaciente a su requerimiento.
Soltó la mano de Sanem posando la suya propia encima de su pierna mientras devolvía su atención a la carretera.
Sin pudor que la reprimiera, agarró la mano derecha de su chico acercándola sin titubeos al interior de su boca.

Sin perderle de vista por el rabillo del ojo, fue introduciendo la punta de su dedo índice poco a poco.
Teniendo controlada la conducción, Can cerró los ojos un instante apretando sinuoso su mandíbula.

Algo más cohibida que antes, naciéndole un rubor vehemente en sus mejillas, comenzó a lamerlo apocadamente para angustia de su acompañante.

-- Sanem... - sollozó en un gemido quejumbroso y dolorido.
Era consciente de que esa táctica impulsiva había sido arriesgada.

Si no desertaba, Can no aguantaría mucho más. Había tensado tanto la cuerda que se estaba deshilachando.
Prudente y sin brusquedad, fue escurriendo el dedo hasta desvincularlo de ella.

Can tomó la iniciativa entrelazando sus manos encima de su pierna mientras tenía que acoplarse mejor en el asiento para seguir conduciendo.

-- ¿Puedo... confesarte algo? - Le preguntó más mermada, con las revoluciones rebajadas.
-- Por supuesto. ¿Te preocupa algo? ¿Te sientes incómoda? - Intranquilo, se interesó por cómo se encontraba. Muy por encima del calentón que pudiera arrastrar, su máxima prioridad era su bienestar.
-- No, no. Para nada. - Se apresuró en aclararlo para evitar un malentendido.- Quería decirte que... cuando me estaba comiendo... el plátano... pensaba en ti.
Las comisuras de su boca se elevaron en consecuencia.
-- ¿Sabía a mí? - Se burló haciendo un paralelismo.
El rostro de Sanem resplandecía.
-- Casi casi. - Gesticuló con la mano oscilándola de izquierda a derecha.- Si cerraba los ojos, era como si fueras tú.
Can mojó sus labios divertido.
-- Entonces cuando quieras besarme, me cambio por él.
-- ¡No! ¡Yo te quiero a ti! Eres insustituible.
Siguiendo la broma, arrimó con celeridad la mano de Can a su boca llenándola de besitos cariñosos sin romper el contacto que les mantenía unidos.
-- Más te quiero yo a ti cariño.

Estaban tan enfrascados el uno con el otro, que no se dieron cuenta de que su "agonía" había llegado a su destino.

La furgoneta entró sin dilación por la parte de atrás de la propiedad aparcando en la entrada.

Ya nada podía separarlos. Nada podía interrumpirlos.

Can giró despacio la llave de contacto bajo la persuasiva mirada de su amada. Cuando se incorporó, sus ojos se fijaron en esos labios gruesos y seductores que le clamaban como un terreno árido a la lluvia.
Los poseyó con gula, introduciéndose en su boca con brusquedad hurgando en cada recoveco litigante de su humedad.

Sus labios envolvieron los de Sanem convirtiéndolos en una arcilla que moldeaba bajo su voluntad furibunda.

-- Vámonos a casa - exhaló loco por ella, rozando su nariz.

Erkencikus: Escenas CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora