Capítulo 6

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Estaba enojada, muy enojada

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Estaba enojada, muy enojada. Su hermana intuyó que estuvo hablando con alguien y fue de chismosa a decirle a su papá quien, no solamente le creyó a Roxana, si no que también la castigó sin que saliera de su propia habitación; estaba muy molesta más que nada porque Roxana inventó que muy seguramente era su novio y que por él reprobó el examen para entrar a la escuela que sus padres querían para ella. No sirvió de nada el llorar, el suplicar e incluso implorar que la dejaran hablar, que se defendiera de las falsas acusaciones de Roxana, al final, le creyeron a esa víbora.

Así que esa mañana se quedó completamente encerrada en su habitación, no salió a desayunar, no probó el desayuno que su madre dejó pegado en la puerta así como tampoco la comida. Lo bueno era que tenía varias chucherías en su habitación escondidas, y eran usadas para las pijamadas que solía tener ahí con sus amigas. Claro, ahora ya no habrían más pijamadas así que ya no era necesario seguir guardando eso ahí. Comió varias bolsas de galletas y unas botellas de agua, miró la hora en su reloj dándose cuenta que Pablo estaba por llegar.

Se mordió el labio intentando pensar en lo que haría si quería estar con él, o advertirle que no fuera porque su hermana lo vería. Sus padres de nuevo salieron, era sábado y tenían que trabajar, pero dejaron a Roxana cuidando y vigilando a Elena.

Frunció el ceño. La única que podría darle una solución era Chou, la experta en escapismo profesional de su propia casa. Y recordó que en una pijamada le comentó dónde podría amarrar una soga o unas sábanas y bajar sin problemas. Hasta le enseñó cómo hacerlo y todas probaron aquella técnica extraña de su amiga; claro, la habitación de Chou estaba sin rejas en las ventanas, así que podía escaparse de ahí sin problemas.

Se sentó en la cama pensando en lo que debería hacer. Bueno, podría arriesgarse a salir a escondidas, salir por atrás y esperarlo en otro lugar, incluso llevarlo a casa de su abuelita porque ahí estarían a salvo.

Bien, eso sonaba mejor.

Tomó su mochila que llenó con varias cosas, se puso unos tennis casuales pero que le permitirían correr si la cachaban, y salió yendo a la habitación de sus padres para buscar el dichoso celular pero, en su andar, escuchó extraños sonidos de la habitación de su hermana, se detuvo pegando su oreja y prestó atención. Eso era… se sonrojó de golpe sabiendo lo que muy seguramente estaba pasando dentro; era una cerda por hacer aquellas cosas en la casa de sus padres, además que eso demostraba que la única pervertida era Roxana y no ella.

Se quitó sin hacer ruido y prefirió salir de la casa con rapidez. Bajó las escaleras, fue a la puerta deslizable trasera y salió, ahí vio su bicicleta que podría usar con Pablo, tenía un asiento atrás donde alguien podía ir sin problemas. Se subió, avanzó hasta llegar a la calle principal y ahí esperó varios minutos a Pablo, hasta que lo divisó, movió la mano haciendo que el joven se acercara corriendo y extrañado.

—Oye, estuve buscando a pintores famosas retiradas pero ninguna sale que vive aquí —Elena sonrió burlona —. ¿Quién es tu abuela?

Elena fingió pensar antes de responder, quería mantenerlo en vilo antes de revelarlo.

—¿Qué gustaría saber? Voy a casa de mi abuelita, te doy el ray hasta allá.

Dudó, al final, aceptó. Subió en la parte trasera y ella avanzó cuando se acomodó en el pequeño espacio que tenía en la bicicleta. Le costó trabajo por el peso del chico, mayor que ella, pero no quitó la agradable sensación que tuvo en todo el trayecto, y en la manera en la que se aferraba a su estrecha cintura sus manos más grandes que las suyas, o que los chicos de su edad.

Con todos los nervios del mundo, deseando no caer en algún punto, llegó hasta la viviendo de su abuelita. Una casa pequeña, pintada de blanco, y que contrastaba mucho con el éxito que su abuela gozó en el pasado, así como también en aquellos momentos. Bajaron dejando la bicicleta en el porche, y tocó la puerta deseando que su abuela estuviera en casa.

—¿Me vas a decir quién es tu abuelita?

—¿Reconoces el nombre Madame Sabrina? —El joven asintió—. Pues es ella. Así solía llamarse porque quería mantenerse en anonimato, no quería la fama ni tampoco que la atosigaran cuando saliera a la calle, hasta que llegó lo inevitable y no le dió de otra que mostrarse al público.

Pablo se mostró emocionado cuando escucharon los pasos de la abuelita de Elena.

—He visto sus trabajos y sé que contribuyó bastante en el mundo del arte, la pintura y todo eso. ¿De ella heredaste su talento? —La picó un poco. Ella se mostró avergonzada y un poco cohibida.

—Claro, jovencito. Mi nieta heredó mi talento para el arte y la pintura —Pablo se quedó de piedra cuando apareció Madame Sabrina, mientras que la mirada de Elena se enterneció de verla después de varios días—. ¿Acaso lo dudas? —Pablo negó con fuerza—. ¡Elena, hija, pasen! —Cambió de una actitud severa a una más relajada cuando vio a su nieta.

Se hizo a un lado y los dejó pasar. Los llevó a la pequeña sala también blanca y fue en busca de algo para que los jóvenes pudieran comer y beber. Pablo recorrió todo el lugar con la mirada topándose con muchas obras de Madame Sabrina, y otras de otros pintores famosos, incluso estaban autografiadas por ellos. También habían algunas pequeñas estatuas que adordaban cada rincón de la casa pequeña y unos bocetos colgados en una de las paredes. Cuando se fijó en ello con más detenimiento, Elena se puso roja, jugó con sus dedos y desvió la mirada.

—¿De quién son esos dibujos? —Abrió la boca, pero no le dió el tiempo de responder.

—De mi nieta —Su abuela dejó una bandeja en la pequeña mesa de sala, y se acercó al joven parándose a su lado, también admirando los primeros bocetos de su nieta—. ¿No son hermosos? —Asintió—. Es una lastima que mi hijo no vea el talento que tiene mi niña, y quiera que trabaje de algo que es aburrido y que no trae nada bueno en la vida.

—A lo mejor nada más quiere lo mejor para ella. —Madame Sabrina bufó.

—¡Tonterías! Más sabe el diablo por viejo, que por diablo. Déjame decirte, ellos nada más quieren lo mejor para ellos, no quieren que haya otra pintora aficionada en la familia. Les da vergüenza. —Se dió la vuelta y se sentó a lado de Elena.

Pablo la imitó pero se sentó en otro sillón para una sola persona.

—No entiendo —Elena le dió una sonrisa sarcástica—. ¡No me vengas con es una larga historia! —Ambas se miraron y rieron, claro, era una larga historia.

 ¡No me vengas con es una larga historia! —Ambas se miraron y rieron, claro, era una larga historia

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¿Qué les pareció este capítulo? A mí me gustó cómo quedó, también el personaje de Madame Sabrina, fue toda una odisea escribirla, pero me gustó el producto final. Y no, no la imagen como una viejita, más bien, como una mujer todavía llena de vitalidad, fuerza y voluntad.

Espero les haya gustado este capítulo.

No olviden darle estrellita y comentar.


LadyQuejas.

Un verano inolvidable #1 (✓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora