Llegaron a un estacionamiento vacío, tenía el espacio suficiente para que Pablo pudiera practicar, ahí nadie los vería y él no se sentiría cohibido para alguna o varias caídas que llegara a tener.
Elena le mostró como debía tener las manos, los pies y como avanzar y, después de bastante tiempo, ambos se detuvieron a descansar.
Habían unos pequeños árboles que daban una deliciosa sombra, así que corrieron ahí con la bicicleta y se sentaron a disfrutar del aire y del descanso. Pero Elena le dijo que se preparaba, su segundo proyecto era ayudarlo en aprender a montar bicicleta.
Algo que le dió gracia al joven, pero que aceptó gustoso de hacerlo.
También, compraron unas sabritas y agua en una tienda cercana porque esa actividad no solo los agotó, también les dió hambre.
Pablo se sentó a su lado después de darle lo suyo a Elena, abrió su sabrita y comenzó a comer.
—¿Por qué nunca aprendiste a subirte a la bicicleta? —Pablo se encogió de hombros.
—Es una historia larga. —La chica soltó una risa sarcástica.
—¿Soy yo o alguien se está vengado?
—No lo sé —Fingió una expresión inocente—. Puede ser —Elena respondió dándole un empujón con su hombro—. ¡Hey!
—No se vale quejarse, tú me diste dos a mí. Cuando te dé el segundo, estaremos a mano. Y ese segundo empujón será cuando yo quiera.
—Está bien, está bien —Suspiró—. Cuando era niño, mi padre me comenzó a enseñar a andar en bicicleta, claro, me compró una infantil para que pudiera aprender mejor; me gustaba pasar tiempo con él, era la única manera en la que convivíamos sin problemas y discusiones en la casa.
Elena tuvo un mal presentimiento.
—¿Discutían mucho?
—Algo, él discutía con mi mamá muy seguido. No llegaban a los golpes, pero era borracho y se gastaba todo el dinero en bebidas, cuando ella le reprochaba, es cuando discutían. Yo lo odiaba cuando se ponía así, pero cuando estaba sobrio y me llevaba a un parque para que aprendiera a subirme en la bicicleta, se transformaba en un padre amoroso y eso me hacía quererlo más. —Elena se acercó más a él poniendo su mano sobre la mano de Pablo, era una señal de consuelo mutuo.
—¿Qué pasó?
—Una tarde, cuando me llevó al parque, lo atropellaron. Cruzamos porque el semáforo se puso en rojo, pero a mí se me cayó la bicicleta y me regresé a buscarla, mi padre rápidamente me pidió que la dejara y que me fuera al otro lado, cuando tomó la bicicleta, un tipo borracho se pasó el alto y se lo llevó de corbata. Todo pasó con rapidez y nada más pude ver el cuerpo de mi padre caer debajo del coche y ser arrastrado varios metros hasta que el conductor chocó. La gente corrió a auxiliarlo, a atrapar al conductor pero no se percataron de mí, el niño que acababa de ver morir a su padre —Las lágrimas comenzaron a correr y Elena sintió su corazón rompiéndose junto con el corazón de Pablo—. Cuando reaccioné, salí corriendo hacia mi papá y fue ahí cuando entendieron que venía con su hijo. Lo bueno era que sabía la dirección de mi casa y el número de memoria, hablaron a mi madre y fue a buscarme de manera rápida. Después de eso, nos fuimos en la ambulancia. Lo declararon muerto al llegar. —Y rompió en más llanto. Elena se estiró, lo rodeó con sus brazos y lo pegó a su cuerpo.
—No es tu culpa, no fue tu culpa. Fue la culpa de aquella persona que, por beber, se llevó a alguien entre los pies. —Sollozó en su hombro, lo sintió aferrarse a ella con fuerza de la espalda y ella le permitió llorar.
Ella también lloró a su madre, su verdadera madre.
Cuando supo de la verdad, cuando un día llegó y la vio, cuando dijo que no la quería ver, que no era su hija y que estaba muerta para ella, sintió como si su madre se hubiera muerto ante sus ojos; y por muchos años creció haciéndose la idea de que su madre estaba muerta en su corazón, aunque saliera en revistas, entrevistas o en las conversaciones de sus padres o su abuelita, para ella era más fácil creer que estaba muerta y hacerle un duelo silencioso como alguien que sí murió.
Pero eso no se comparaba al dolor que Pablo sintió y que sentía en esos momentos por la muerte de su padre, alguien quien le demostraba su cariño y amor enseñándole a subirse a la bicicleta, que en sus momentos sobrios era capaz de ser un buen padre y guiarlo. Era un dolor que ella nunca había experimentado y que, esperaba, jamás experimentar.
Cuando acabó de llorar, se separó de ella sintiéndose avergonzado, tímido, giró el rostro para que no viera lo rojo de sus ojos ni lo hinchada de su nariz. Pero eso no le importó a Elena, le dió un pañuelo que siempre cargaba y permitió que él se limpiara, incluso se echó un poco de agua de su botella en el rostro para limpiar un poco más su cara.
Elena esperó paciente que terminara.
—Gracias, por escuchar y entender —soltó, apenada.
—A ti, por contarme ese pedazo doloroso de ti —Le sonrió abiertamente—. ¿Quieres que continuemos practicando o prefieres parar?
—No, quiero seguir. Así podré demostrar que ya superé lo que pasó y, al mismo tiempo, conseguiré lo que mi padre quiso enseñarme. Terminaré lo que él empezó. —Le dió una sonrisa llena de melancolía y pena.
Elena suspiró, volvió a tomarlo de la mano.
—Espero que la decisión que estés tomando sea para darte paz y no perturbarte. Espero que estés seguro de esto y que pienses en las cosas positivas de tu padre, en lugar de las negativas o el accidente. Sí, seguirá siendo una parte tuya, así que no pienses que el enfocarse en lo positivo es una manera ciega de no ver lo malo. Más bien, es una manera de que hemos aprendido a ver lo malo y hacerlo en algo bueno. —Pablo la miró sorprendido, después suavizó el rostro para regalarle una sonrisa a la adolescente, una sonrisa que le detuvo el corazón.
—Gracias —susurró antes de tomarla de las mejillas y darle un beso en los labios.
La tomó por sorpresa, así como la vez que le dió su primer beso. Pero, a diferencia de ese, pudo reaccionar a tiempo y cerró los ojos, se dejó llevar por la sensación de sus labios sobre los suyos, aunque no se movían, podía sentirlos muy bien así como el cosquilleo en su estómago, en su vientre así como los latidos de su corazón.
Un rato después, se separaron, se miraron sonrojados y rieron sintiéndose avergonzados mutuamente.
—Pablo, yo…
—Perdón, soy un inexperto en esto. —Se rascó la cabeza.
Se sintió más relajada gracias a eso, ella esperaba que no la tachara como una chiquilla queriendo jugar a ser adulta. Le complacía saber que él estaba en las mismas que ella; le sonrió con ternura, con tranquilidad.
—No eres el único. —Volvió a inclinarse hacia ella, le dió otro beso pequeño y ambos sonrieron.
Pegaron sus frentes y ahí se quedaron un tiempo más, hasta que creyeron conveniente volver a sus casas.
Ese fue su segundo mejor día.
Segundo capítulo del maratón, nada más queda uno más y se acaba el maratón del día y del año 2022.
¡Qué tierno! Pablo compartió un momento triste con Elena, y un segundo beso. Las cosas van bien, ¿verdad? (Risa malvada).
¡Los leemos después!
LadyQuejas.
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Un verano inolvidable #1 (✓)
Novela JuvenilElena ama el arte; suele dedicar su tiempo en ese pasatiempo favorito. Más ahora que le toca pasar el verano lejos de sus amigas y con una familia con la que tiene una relación un poco problemática. El verano ya inició, las vacaciones también, y un...