Capítulo 1

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Ninguno de los dos esperaba que su reencuentro fuera por estos motivos, ambos llorando sus respectivas perdidas.

Rhaenyra se mentiría a sí misma si dijera que no había pensado en él muchos días y muchas noches durante esos diez años.

Recordaba aquella fatídica noche —la noche de su compromiso, y de su posterior casamiento— casi a diario, y en vez de recordar la comida, los bailes o todas las cosas terribles que sucedieron después, solo recordaba aquello que tenía que ver con Daemon.

Su sorpresa cuando lo vio entrar a su banquete de bodas fue tal que pensó que todo se trataba de una alucinación o una jugarreta de los Dioses por haber pecado junto a él en un sitio tan indecoroso. Pero no era ninguna imaginación, su tío estaba ahí, en su banquete de bodas, haciendo una entrada triunfal como solo él sabía, captando la atención de todos.

Los nobles eran especialmente chismosos, y ya habían corrido rumores acerca de la supuesta noche de pasión entre sobrina y tío. El rey Vyseris había avisado a las personas adecuadas de que enviaría al muro a cualquiera que hablara de semejantes calumnias contra la princesa, pero eso no evitaba que los ojos se fijarán curiosos en la reacción de la princesa.

Rhaenyra pensó que su padre lo tiraría de la sala. No hablaban de Daemon o de lo que sucedió —o más bien no sucedió, para frustración de Rhaenyra— en aquel burdel, pero sabía de buena mano que su padre había tomado cartas en el asunto y que, si bien con ella había sido duro, con Daemon había sido sencillamente implacable. La sorprendió gratamente cuando el rey Vyseris pidió que se añadiera una silla en la mesa, eso sí, lo más alejado posible a Rhaenyra que fuera posible.

Intentó no pensarlo demasiado. A lo mejor, si hacía como que él no estaba... Pero Rhaenyra lo recordaba todo. Si se dejaba llevar, aunque fuera medio segundo por sus pensamientos, podía sentir los labios de su tío explorándola en zonas más allá de la decencia. Recordaba sus bocas juntas y como se habían besado como si se necesitarán para respirar.

Daemon también lo recordaba. Oh, los Siete sabían que recordaba aquello a todas horas, en los momentos más inoportunos y contra toda lógica o razonamiento. Pensó que, si la veía en persona, desposada, esos pensamientos desaparecerían. Era su sobrina en la que estaba pensando, el motivo de su destierro y de su ruina.

Y aún así... Daemon recuerda mirar toda la noche a la princesa, que hacía un esfuerzo verdaderamente admirable por ignorarle y aparentar ser la prometida perfecta ante todos los presentes. Cuando no la miraba a ella —que era en pocas ocasiones—, miraba a su hermano, preguntándose porque demonios había preferido desposar a su hija a aquel lord y no a él, su propia sangre, su propia casa.

Lord Laenor era un buen hombre, un buen caballero, y estaba seguro de que trataría bien a su sobrina, pero todos en el pueblo conocían acerca de... sus gustos sexuales peculiares. Y si bien Daemon no le juzgaba, no deseaba para su sobrina un matrimonio basado en una mentira, sin ningún tipo de pasión. Rhaenyra merecía algo más que eso.

Aunque estaba siendo injusto. Muy en el fondo, no quería que Rhaenyra se casara con nadie. Daba igual si era lord Laenor o cualquier otro Lord. El simple pensamiento hacia que se le revolviera el estómago y quisiera abrirle la garganta a alguien.

Era un sentimiento tan primitivo que, cuando vio a Rhaenyra bailar con el que sería el padre de sus tres hijos en el futuro, Daemon no pudo soportarlo. Se levantó de la mesa y se mezcló con la gente. Conversó con la hermana de Laenor, una joven apacible, hermosa y agradable, que no tenía pelos en la lengua y que parecía entender a la perfección el sentido del humor de Daemon. Si él no hubiera estado tan pendiente de llegar hasta la princesa, habría prestado mucha más atención a aquella doncella tan carismática.

FIRE ON FIRE (Daemon & Rhaenyra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora