Capítulo 17

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El torneo había atraído a gente de todas partes del reino hasta King's Landing.

Incluso civilizaciones que no mostraban ningún interés particular en socializar con la corona decidieron que el torneo era un buen momento para reaparecer en el plano social.

Casi todo el mundo deseaba darles la enhorabuena a los recién casados príncipes Targaryen.

El norte, que actuaba más bien separado de los intereses de la corona pero que mantenía y honraba su lealtad al rey, no había dudado en expresar su apoyo incondicional al matrimonio de los príncipes Targaryen, y su ilusión de poder felicitarlos y hablar con ellos durante el torneo.

Otto Hightower se estaba volviendo loco ante tanto entusiasmo general por la unión. Había pasado de controlar todo y estar casi completamente seguro de la ascensión de su nieto Aegon al trono, a temer por su vida si se descubría la traición que llevaba años maquinando.

Por supuesto, era demasiado tarde para echarse atrás. Había arriesgado todo lo que tenía en su poder con el objetivo de llegar hasta donde estaban ahora, y no pensaba conformarse.

Lo único bueno es que la iglesia seguía oponiéndose a esa unión, y por lo tanto sus devotos tampoco apoyaban a los príncipes. La religión de los Siete era fuerte, de valores morales inalterables, y el matrimonio de los Targaryen era un insulto a dicha fe. 

Cada día que pasaba, el pueblo se volvía más interesado en la historia de amor de los príncipes Targaryen. Muchos ya habían comenzado a susurrar acerca de cómo los príncipes estaban destinados a estar juntos.

A las doncellas más jóvenes les gustaba la idea de un amor imposible triunfando por encima de todas las cosas. 

Hombres nobles que no eran parte del consejo privado aseguraban que, aunque el carácter del príncipe Daemon Targaryen era impredecible y violento, su unión con la princesa era de lo más beneficiosa para el reino. Con ese matrimonio acababan años de incertidumbre acerca del reclamo al trono, ya que los dos herederos más deseados por el pueblo habían decidido unirse.

Muchos ya no consideraban al príncipe Aegon una opción realista dada su reputación en el pueblo.

Nadie quería a un rey borracho al mando de los Siete Reinos, solo aquellos que eran fieles a la casa Hightower apostaban por el joven príncipe.

Alicent dañaba sus uñas, nerviosa. No había podido ver a sir Criston Cole durante esa mañana ya que se estaba preparando para el torneo, y aunque había intentando evitar que tuviera que competir el primer día, sus empeños fueron en vano.

Jamás lo admitiría en voz alta, pero el hecho de que Criston se enfrentará a Daemon la hacía temer por su vida. Si bien el caballero y su padre estaban seguros de la capacidad de Criston para desestabilizar al príncipe y ganar la batalla, la reina no lo tenía tan claro. Le dolía imaginar que Criston pudiera salir dañado de dicha batalla, pero la apenaba profundamente pensar que el príncipe Daemon también podía ser herido.

El rey estaba particularmente feliz por el torneo, no solo por lo que se celebraba, sino porque albergaba un gusto culposo por los enfrentamientos entre caballeros. Era el único tipo de violencia que toleraba e incluso disfrutaba, ya que él no deseaba la guerra durante su reinado. Ver a esos caballeros luchar voluntariamente con honor era casi igual de satisfactorio que construir su maqueta de la antigua Valyria.

Cuando Rhaenyra y sus hijos llegaron al palco en el que se sentaba la familia real, todas las miradas recayeron sobre ellos. La princesa dibujó una gran sonrisa confiada.

La princesa llevaba con orgullo un vestido simbólico, lleno de los colores de su casa, que simbolizaba la fuerza de sus dragones, y que el príncipe Daemon había elegido específicamente para ella, tras declarar públicamente a algunos lords que era uno de los vestidos que más disfrutaba ver en su esposa. Su cabello no estaba recogido en trenzas complejas, más bien estaba liso y caía por sus hombros con gracia.

FIRE ON FIRE (Daemon & Rhaenyra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora