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Había sido una necia dejándose llevar por el pánico sin meditar en las consecuencias.

Roxana se había creído muy inteligente aguardando la medianoche para comenzar su plan de huida. Sabía que el riesgo de romper una ventana alertaría a algún sirviente que durmiera en la misma planta, pero jamás imaginó que su amo hubiera estado esperándola entre las sombras.

Cuando escuchó pasos a su espalda, intuyó que se trataba de algún vigilante. Pero cuando la rodearon sus brazos, supo sin margen de duda quien acababa de atraparla.

Su mente no era buena compañía en aquella mazmorra completamente a oscuras. Tampoco lo había sido en aquella sencilla habitación donde tenía un colchón y mantas de sobra para dormir cómodamente. El recuerdo de aquellos dibujos la perturbaba. Había podido visualizar su final. Atada a una mesa o a una cruz, flagelada hasta que no quedara piel sin desgarrar. Mientras su amo la contemplaba con ojos sanguinarios, satisfecho por su magnífica obra. Ansiando el momento de plasmarla en el lienzo.

Roxana tembló, aunque no de frío.

Las heridas en los brazos le escocían. Notaba las costras cuando se pasaba los dedos. No era ninguna experta, pero intuía que necesitaría atención médica para que no se le infectaran. Lo que no tenía tan claro era si a su amo le importaría lo suficiente como para mandarle un médico.

Suspiró con una risa entrecortada.

En aquel lugar no iba a encontrar amigos. Del mismo modo que no iba a encontrar descanso en sus pesadillas. Tenía que ser inteligente y aguardar su momento. Su oportunidad llegaría. Más le valía estar descansada cuando llegara.

Una mano cálida le apartaba los mechones empapados del rostro. El viejo Jone le sonreía sentado a su lado sobre un montón de paja.

Habían parado para almorzar, y estaba cortando queso y pan para ambos.

Lo estás haciendo bien, renacuaja. Los caballos te están cogiendo confianza.

Notaba la felicidad erizándole la piel mientras daba buena cuenta de su almuerzo. Acababa de montar por primera vez a una yegua. Era tan rápida como mansa. Y a lomos de ella, había sentido que podía volar.

El recuerdo aún le calentaba el corazón.

Los ojos risueños de Jone, con unas marcadas arrugas en los extremos. Tan azules y cristalinos como la mañana más soleada del verano.

Había sido lo más parecido a un padre que había conocido. Y, sin embargo, no había podido despedirse de él.

De pronto, ya no estaba a su lado. La rodeaban las paredes oscuras del salón de la pequeña casa que apenas podían pagar. Su padre tenía una botella en la mano. El líquido oscuro era casi indivisible en el fondo. Le estaba gritando. Casi aullando como una enloquecida bestia.

No eres más que una puta, igual que tu madre.

Estrelló la botella contra la mesa. Los pequeños fragmentos cayeron al suelo. En su mano solo quedaron el cuello y unos afilados picos de cristal.

¿Ahora te vistes como un chico? ¿Es que acaso los viejos en las tabernas te prefieren así?

Trató de huir, pero sus piernas se habían quedado paralizadas. Intentó arrastrarse por el suelo inútilmente. Su padre se ciñó sobre ella...

— Despierta, vamos, despierta.

Un nuevo grito escapó de su garganta. Sus manos lanzaron manotazos al aire, temerosa por lo que acechara en las sombras. Sin embargo, la oscuridad ya no la rodeaba. Y el supuesto monstruo solo era una chica vestida de doncella.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora