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El sonido de gritos y objetos colisionando con las paredes la despertó. Su sobresalto hizo que casi cayera de la cama, de no haber estado Patrick junto a ella para sujetarla, se habría llevado un buen golpe.

Su amo la acercó a su cuerpo para que lo mirara. El corazón galopaba alocado en su pecho, pero su simple presencia fue suficiente para que se relajara. Ambos dirigieron la vista al frente cuando un nuevo objeto se estrelló.

— ¿Qué está pasando?

— Nada bueno – suspiró Patrick -. Beatrice debe de haber aceptado el trato con el Patriarca.

— ¿Y eso es tan malo?

Patrick apretó los labios en una fina línea, visiblemente tenso.

— Será mejor que te des prisa y te vistas para despedirte de Beatrice.

Tras aquella sugerencia, la ayudó a colocarse el camisón y la bata, y se despidió de ella con un beso en la frente. Siguió su consejo y corrió como una exhalación hasta sus aposentos para cambiarse. Después, bajó a toda prisa para encontrarse con la lamentable escena. Todas las doncellas estaban llorando desconsoladas, abrazando a Beatrice como si no fueran a volver a verla jamás. Podía entender el dolor de la despedida, pero aquello era mucho más.

Sarah estaba arrodillada en el suelo, con las manos en su abdomen como si estuviera soportando un espantoso dolor. Beatrice estaba abrazando a Evelyn, que también tenía lágrimas en sus mejillas. Diane estaba junto a Leonor, aquella chica testaruda con el temperamento de una bruja tenía ambas manos en el pecho, agarrando su escote como si le estuvieran arrancando el corazón. Diane, la rodeaba con sus brazos, llorando en su hombro.

Cuando vieron aparecer a Roxana, por unos instantes sus ojos se llenaron de temor. Roxana no lo comprendió, hasta que el Patriarca se acercó a ella con su encantadora sonrisa.

— Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión – le susurró en su oído.

Roxana no entendió cómo había podido llegar a pensar que había siquiera una pizca de bondad en él. Era la sonrisa de un lobo relamiéndose antes de devorar a su presa.

— Ya he tomado mi decisión – le espetó sin contemplaciones.

Anthony recibió su rechazo con elegancia, haciéndole una reverencia pomposa antes de volverse hacia su nueva adquisición.

— Vamos, querida, el carruaje nos espera.

Beatrice asintió con una triste sonrisa. Entonces se volvió hacia Roxana. Al contrario que las demás, Beatrice no había llorado. Sus mejillas estaban intactas, incluso sus ojos parecían chispear de alegría.

Roxana se lanzó a sus brazos, escondiendo la cara en su cuello aspirando su aroma a lavanda. El abrazo pareció durar una eternidad, como si ambas quisieran saborearlo y grabarlo en sus corazones. Cuando por fin se separaron, Roxana tomó su rostro en sus manos.

— ¿Estarás bien?

Beatrice asintió agarrando sus muñecas y apretándolas ligeramente.

— He hecho un trato con Anthony, no tenéis de qué preocuparos.

— ¿Volveremos a verte?

— No lo sé con certeza, pero trataré de escribiros.

Las lágrimas recorrieron las mejillas de Roxana sin contención.

— Quería pedirte perdón antes de marcharme. He querido disculparme desde hace mucho, pero temía que me odiaras – dijo Beatrice humedeciéndose los labios -. Fui yo la que avisé a Bryce cuando trataste de escapar.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora