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Ya amanecía cuando cruzó la verja. El encorvado Michael lo saludó con una inclinación, sin hacerle ninguna pregunta. Su turno debía acabar en pocas horas. Y parecía tan agotado como él. Llevaba casi dos días sin dormir con la tensión acumulándosele en la espalda. No había sufrido ningún ataque durante su viaje. Así que Drew no debía tener tantas ganas de acabar con su vida como esperaba. O tal vez fuera su padre el que lo mantenía a salvo. Al fin y al cabo, él era su mayor proyecto, el que lo sucedería.

Aquellos pensamientos le produjeron un amargo sabor de boca. No quería pensar en ello. Lo que ansiaba era reencontrarse con Roxana y hacer las paces. Había tenido tiempo para meditar en sus actos, y aunque ella había cruzado la línea con su falta de respeto, tenía motivos para alterarse. No había crecido en una familia como la suya, donde asesinar y castigar a sus rivales era algo cotidiano. Esperaba poder hacer las paces con ella, pero primero necesitaba descansar.

Al llegar a las caballerizas, dejó su exhausto semental atado y buscó algo de agua y comida. Faltaba poco para que Alfred comenzara la jornada. Él se ocuparía de cepillarlo y quitarle la montura.

Con menos sigilo del acostumbrado, caminó por los pasillos hasta sus aposentos. No pudo evitar sonreír al encontrar la habitación tan limpia y ordenada como solía dejarla Roxana. Al parecer se había tomado su trabajo muy enserio a pesar del enfado. O quizás no se había molestado tanto como había pensado. Sin duda el orgasmo debió ayudar.

Algo más relajado, se desprendió de la ropa y se lavó a conciencia en el baño. Por muy cansado que estuviera, no iba a meterse en la cama con restos de sangre en la piel. Una vez aseado del todo, fue cuestión de segundos que cayera rendido en un pesado sueño. Únicamente se desveló cuando oyó a alguien abrir la puerta. Fuese quien fuese, se marchó al instante dejándolo dormir.

Eran pasadas las seis de la tarde cuando por fin se despertó. No tan descansado como le gustaría, pero suficiente por el momento. Se quedó en la cama contemplando las paredes medio atontado hasta que llamaron a la puerta.

— Adelante.

Roxana apareció cargando una bandeja con puré de patatas, pollo y manzanas asadas. Además de una botella de licor.

— Espero no haberte despertado – dijo colocando la bandeja sobre la mesa antes de volverse.

— No, ya llevaba un rato levantado.

Asintió y se quedó inmóvil frente a la cama con las manos entrelazadas delante de su abdomen. Su actitud servicial y cordial le hicieron alzar una ceja.

— ¿Sigues enfadada por lo que pasó?

— No, amo. Comprendo que me extralimité.

Buscó en sus ojos aquella verdad, pero se topó con el brillo perspicaz que solía acompañarla. De modo que estaba jugando de nuevo. Sonrió divertido, preguntándose cuánto sería capaz de aguantar la fachada sumisa.

— Fue sencillo matar a tu tía y a tu primo – comentó analizando su reacción -. Tu primo se meó encima antes de que le rajara la garganta.

— No me sorprende, en el fondo era un cobarde.

Volvió a sonreír. No había ningún signo de pesar en su rostro. Ni de censura por haber ejecutado el asesinato. Pero el que no tuviera afecto por las víctimas no implicaba que aprobara la acción.

— ¿Estás de acuerdo en que se lo merecían?

— No creo estar en posición de emitir ningún juicio, amo.

No pudo contenerse, soltó una estruendosa carcajada.

— Deja ya los formalismos conmigo Roxana. La verdad es que deseaba disculparme por mi comportamiento. Fue desmesurado y para nada justo.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora