Siguió los movimientos de Patrick con la mirada, mientras permanecía inmóvil en el centro de la mazmorra.
Habían bajado al sótano en el más absoluto silencio. Únicamente al cerrar la puerta le había pedido que se situara allí en medio. Desde la primera vez que vio aquel lugar, había cambiado el potro de castigo de sitio. Ahora reposaba en un extremo de la sala, como abandonado o descartado.
Se volvió para ver a su amo, que estaba tomando una serie de esposas del mueble que había cerca de la entrada.
— Voy a atarte en la cruz – declaró haciéndole un gesto con la cabeza para que se dirigiera a la pared donde la aguardaba la estructura de madera -. Es posible que las sensaciones te confundan al principio. Y que incluso trates de huir de ellas, pero para poder disfrutar a plenitud, debes abandonar cualquier inhibición y dejar que yo decida qué es lo tienes que experimentar.
Abrió la boca para replicar que aquello era ridículo, sin embargo, una firme palmada la hizo callar. No tan dolorosa como para tumbarla en el suelo. Aunque dejó una leve picazón en su mejilla.
— Aquí no puedes hablar a menos que yo te lo permita o te haga una pregunta directa. Lo único que puedes decir es: Sí, amo.
Patrick debió notar que se moría por preguntar algo más. Y como no había separado los labios, como una buena sumisa, le concedió que hablara.
— Y si me preguntas algo como: ¿Vas a volver a desobedecerme?
— Muy graciosa, ya veremos en unos minutos las ganas que tienes de reír.
Le colocó la mano en la espalda para poder desabrocharle el vestido. Aunque la parte más aparatosa era sin duda el corsé.
— Arreglaste bastante bien el vestido. Debías tener experiencia manejando la aguja.
— Mi madre le arreglaba la ropa a los mismo condes y marqueses con los que se había sentado años atrás a cenar – replicó con amargura.
Aguardó una bofetada, pero Patrick solo la hizo girar para poder mirarla a los ojos mientras la desnudaba.
— Les gustaba regodearse en su mala suerte – intuyó librándola de las restricciones del corsé, quedando cubierta únicamente por su camisa. La tela era lo bastante fina como para que se le transparentaran los pezones.
Comenzó a costarle respirar a medida que los ojos de Patrick recorrían su figura. Sus largos y elegantes dedos acariciaron sus hombros agarrando el borde de la tela, que comenzó a descender por sus brazos. La piel se le fue erizando a medida que su cuerpo quedaba al descubierto. Vio como su amo daba unos pasos atrás para poder examinarla a plenitud.
Los músculos de su abdomen se tensaron, al igual que sus piernas que parecían ladrillos asentados en su lugar. No se veía capaz de realizar un solo movimiento mientras el hambre embargaba las pupilas de Patrick. La miraba con deseo, reverencia y un ansia animal que le puso los pelos de punta.
— Eres jodidamente magnífica – espetó acercándose para acariciarle el cuello.
Por unos instantes, sus manos fueron delicadas como plumas, hasta que afianzó su agarre, sacándole un jadeo.
— Alza las manos, doncella – dijo con los dientes apretados.
Temerosa por las consecuencias de su desobediencia en esos instantes, se apresuró a obedecer. Aquel gesto tan simple hizo que Patrick asintiera, y hasta cierto punto, volviera a relajarse. Aunque no tanto el bulto en su entrepierna.
Con calma, Patrick fue atando sus muñecas y tobillos a la cruz. Asegurándose de que el agarre no fuera excesivamente apretado para causarle nuevas marcas. Ella agradeció el gesto internamente. Su trasero había quedado apretado contra la estructura, y aunque el roce y la presión la molestaba, en general podía sobrellevarlo.

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Cuando el amor ciega
Fiction généraleADVERTENCIA: Esta no es una historia de amor tóxico. Es un relato cruel donde abunda la violencia, el sexo rudo y las mentes perturbadas. Si eres una persona sensible o eres menor de edad, te ruego que pases de largo y busques otra novela. Pero si...