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El rostro de Roxana le dejó claro que en esos instantes no había perdón posible. Le permitió marcharse con la cabeza bien alta y los andares de una reina, a pesar de acabar de haber gritado como una salvaje hacía pocos minutos.

El placer de la satisfacción le duró poco y la amargura regresó a su garganta. Intentó librarse de ella con otro buen trago de vino, pero solo logró que se extendiera hasta su estómago. No iba a ser capaz de dormir, bien lo sabía. Necesitaba una distracción, cualquier cosa que lo alejara de sus desagradables pensamientos y de aquella sensación de intranquilidad. Así que tomó una resolución apresurada, ocuparse de una vez por todas del trabajo que le habían encomendado.

Saldría esa misma noche, cuando todos se hubieran acostado. Nadie se esperaría que se ocupara de aquel asunto tan pronto. En especial, Drew. Buscó entre sus prendas las más sencillas para pasar desapercibido. Un pequeño farolillo, varias velas y cerillas para el viaje. Si iba a viajar de noche, más le valía llevar algo para iluminar el camino.

Comprendió que también necesitaría comida para el trayecto. Y un mapa para no perderse. Aquello le costó un poco más conseguirlo. Necesitó bajar a las cocinas a las cinco de la tarde, cuando Leonor fue a atender las necesidades de William. Tomó pan, queso y dos botellas de vino. Lo envolvió todo en un trapo de la cocina y se lo llevó sigilosamente a sus aposentos. Por último, visitó el despacho de Drew para tomar un mapa de la estantería justo después de que saliera para ir a cenar.

Dejó todas las cosas escondidas en diferentes puntos de la habitación y bajó a cenar. Comió más de lo habitual para tener fuerzas para la noche, y sin pronunciar palabra regresó a sus aposentos.

Se cruzó con Roxana en uno de los pasillos, era evidente por su mirada de desdén lo que opinaba sobre él en aquellos instantes. Así que lo dejó correr y confió en que el tiempo distanciados menguara su resentimiento.

Le quedaba una única tarea, conseguir un caballo. Tuvo que esperar hasta casi el final de la jornada para bajar a las caballerizas y tener una breve charla con Alfred en que le ordenó sin detalles que le dejara el caballo ensillado y preparado. Y, sobre todo, que no cerrara la puerta.

Acostumbrado a recibir órdenes, el mozo se limitó a asentir y asegurarle que se ocuparía de ello. Además, le prometió que, si alguien le interrogaba, les diría que solo había preguntado si Roxana había vuelto a visitar las caballerizas con algún propósito oculto.

Eran pasadas las tres de la mañana cuando por fin salió a hurtadillas de sus aposentos con una alforja y una daga en su bota. Caminó como un fantasma por los conocidos pasillos ocultándose entre las sombras. La oscuridad se volvió su aliada mientras se desplazaba a ciegas.

Salió por la puerta trasera de la mansión usando sus propias llaves de repuesto, detalle que solo conocía el mayordomo cuando se las mandó a hacer. La noche lo recibió con su fría brisa. Los establos estaban tan silenciosos como el resto de su entorno, sin nadie aguardando para atacarlo. Pudo sacar a su semental castaño que lo saludo con alegría tras tantas semanas sin montarlo. Por precaución fue caminando una gran parte del terreno haciendo el menor ruido posible. Y cuando lo creyó conveniente, se subió de un salto al lomo.

Michael, el vigilante, lo saludó con su gesto osco habitual. No le hizo preguntas, simplemente le abrió la verja lo suficiente para que pudiera pasar. A partir de ahí, se lanzó a la carrera, moderando la velocidad de su semental para que su resistencia perdurara lo máximo posible. Eran casi cien millas de camino. Después, tendría que ocuparse de sus víctimas.

***

Llegó al humilde pueblo pasado el mediodía. Su caballo y él estaban agotados tras pasar toda la noche sin dormir. Aprovechó para descansar al lado de un riachuelo mientras el semental se refrescaba.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora