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La noche había sido un absoluto tormento para Roxana. Ya no sabe en qué punto está su relación con Patrick. Lo odia tanto como lo desea. Es capaz de despertar en ella sus ansias más primitivas, pero al mismo tiempo, no tiene reparos en golpearla si se pasa de la raya.

Sabía que era despiadado desde el primer día que pisó la casa. Aunque verlo hablar de forma tan natural sobre acabar con la vida de no una, sino dos personas era demasiado. Había creído que las desventuras de su infancia la habían hecho una mujer madura y aventajada sobre la mayoría de su edad, pero en aquel lugar todo la sobrepasaba. Todo era demasiado extremo. Y para colmo, sentía la necesidad de estar junto a su amo.

No era algo tan evidente como la sensación de afecto que sentía al ver a Sarah, o la tristeza cuando se cruzaba con Evelyn. Sus emociones hacia él eran más complicadas. Tampoco tenía claro en qué punto estaba su plan de escapar. Ni siquiera sabía si lograría llevarlo a cabo. La vida junto a Patrick no era tan mala como cabría esperar. Tal y como él le dijo, tenía alimento, refugio y en general una absoluta despreocupación por su futuro. Básicamente porque no había ninguno a la vista. Sus días se limitaban al trabajo por las mañanas que mantenía su cuerpo sano y su mente ocupada. El trato con las otras doncellas a las que apreciaba sinceramente, incluso a la mordaz Leonor. Y al caer la tarde, podía yacer en los brazos de su amo, que no dejaba de mostrarle nuevas y perversas formas de hacerla gritar.

¿Tan mala era su situación? No estaba segura. La vida que había llevado antes no era menos esclavista que aquella. Pasaba los días trabajando duro junto a el viejo Jone, y por las noches la aguardaban los gritos de su padre. Si no se andaba con ojo, también podía llevarse una paliza. En comparación con aquello, había mejorado su situación. Además de evitar la enfermedad que sin duda habría acabado con ella de haber permanecido allí.

Por no hablar de lo desagradable que era su tía Agatha. En cuanto había llegado a su casa la había tratado como una sirvienta. Le mandaba hacer todas las tareas. Su tío Thomas era un mujeriego que siempre entraba en su habitación sin llamar, intentando verla en ropa interior. Y su primo Jake no era más que un baboso.

En la mansión tenía amigas, personas que compartían su pesar y estaban dispuestas a cuidar de ella si a su amo se le iba la mano. Tenía comprensión y apoyo. Y lo más importante, Patrick la protegía. Tal vez no de sí mismo, pero sí del resto. Su situación era muy ventajosa. Por ello, ansiaba hacer las paces. Ya había visto que no debía sobrepasar la línea. La próxima vez, demostraría su agradecimiento por haberle permitido sentarse a la mesa junto a él, haber tomado su vino y su comida. Y lo más importante, haberla complacido enormemente.

Con aquella resolución en mente, se ocupó de sus tareas. No encontró a su amo en sus aposentos. Aunque eso tampoco era raro en él. Lo limpió todo con especial ahínco hasta que llegó la hora de desayunar.

Echó un último vistazo a la habitación, satisfecha por el resultado. Apenas había cerrado la puerta cuando se encontró con Drew. No le había oído llegar.

— ¿Sabes dónde está Patrick?

Iba tan inmaculado como acostumbraba. Salvo por un extraño tic nervioso en el ojo. Por mucho que intentara contenerse, le dio la impresión de que estaba alterado.

— Pensé que estaba desayunando, señor.

— No ha acudido.

— Bueno, mencionó que debía ocuparse de mis problemáticos familiares. Tal vez haya ido a matarlos.

A ella misma le sorprendió el tono desapasionado con que lo dijo, pero la realidad es que aquellos seres que compartían su misma sangre le eran del todo indiferentes. Al fin y al cabo, estaba allí por su culpa.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora