Las llevaron a la mazmorra más grande de todas. Roxana no comprendía qué hacían allí, si Beatrice había sido la escogida. Pronto supo que le tocaría presenciar el espectáculo junto a los demás. Aquel era parte del juego de Tabitha.
— Las orgías son habituales en la mansión del Patriarca, y ella vive allí desde siempre – le explicó Sarah en un susurro mientras se dirigían al sótano en fila.
— ¿Tendremos que participar?
— Tú solo tienes que hacer lo que te diga tu amo.
La habitación era tan amplia como el comedor, aunque con muchos más artefactos. Había cuatro sillas de madera sencillas formando un amplio círculo, dos cruces, decenas de cadenas repartidas por las paredes o suspendidas desde el techo. Pero lo más destacable era la colección de fustas, látigos, varas, cinturones y toda clase de elementos para el dolor que ocupaba una pared completa.
— Quédate de pie a la derecha de Patrick – le susurró a toda velocidad dirigiéndose al lado opuesto junto a Bryce.
Deseosa de evitar una paliza con testigos, mantuvo la cabeza gacha hasta situarse al igual que las otras doncellas al lado de su amo. Todas, salvo Beatrice, que fue llevada al centro.
No había dejado de sollozar desde que fue escogida. Y Tabitha no se apartaba de ella. La había rodeado con un brazo para mantenerla cerca en todo momento. Aquel gesto amistoso solo había aumentado los espasmos que amenazaban con hacer que Beatrice se desmayara.
Tras acompañarla al centro de la sala, la hizo arrodillarse.
— Ahora que todos estamos reunidos como una gran familia, podemos empezar – declaró como si fuera la directora de un teatro -. Oh criatura – dijo inclinándose para acariciarle el rostro a Beatrice -, todavía no te he dado motivos para llorar.
Beatrice vio venir el golpe. Rápido y afilado como una cuchilla. Le dobló el rostro en un peligroso ángulo para su cuello. Cuando Tabitha la tomó del mentón, tenía sangre en el labio y la marca de su mano estaba grabada en un tono rojizo en su mejilla.
Aquello desconcertó profundamente a Roxana. La fuerza de aquella mujer no era normal. Como le demostraron las siguientes bofetadas. Todas potentes y precisas. Ni siquiera se despeinaba en el proceso. Era evidente que estaba más que acostumbrada a hacerlo.
— Sabes pequeña, tú fuiste la que escogiste esta vida – comentó soltándole otro guantazo que hizo que un hilo de sangre le corriera por la comisura -. Escogiste ser débil, ser una víctima. Tus padres debieron educarte mejor.
Se alejó de ella con sus elegantes andares para recorrer con ojo crítico el amplio arsenal de juguetes. Se decantó por un sencillo cinturón de cuero con una hebilla de plata.
Beatrice seguía temblando, pero ya no se la oía sollozar. Sin necesidad de instrucciones, se colocó a cuatro patas para que pudiera azotarla.
— Esto lo hago por ti, pequeña. Si no eres fuerte, acabas siendo la presa de un cazador.
El cinturón hizo un perfecto arco en el aire antes de ser descargado sobre el trasero de Beatrice. Fue capaz de contener el grito mordiéndose los labios sangrantes.
— Ves, ni siquiera he tenido que pedírtelo. Tú misma has aceptado la tortura. Los seres frágiles solo sirven de alimento de los poderosos, como nosotros.
Una lágrima solitaria resbaló por la mejilla de Roxana. Tenía las manos apretadas delante de su abdomen, y estaba haciendo grandes esfuerzos por no intervenir.
No se trataba solo de su integridad física, sino de la confianza de su amo. Si Patrick presenciaba un nuevo acto de rebeldía, su vida sería un infierno, y no podría ayudarlas a escapar. Debía aguantar a fin de cumplir un propósito mayor. O al menos intentó convencerse de ello mientras presenciaba el duro maltrato.

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Cuando el amor ciega
Fiksi UmumADVERTENCIA: Esta no es una historia de amor tóxico. Es un relato cruel donde abunda la violencia, el sexo rudo y las mentes perturbadas. Si eres una persona sensible o eres menor de edad, te ruego que pases de largo y busques otra novela. Pero si...