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La había atado a la cama. Con los brazos extendidos para que no pudiera moverlos. Después le había pedido que doblara las rodillas y alzara sus caderas antes de unir sus tobillos con un par de esposas. Para finalizar, había restringido por completo sus movimientos con un par de cadenas aseguradas a las patas traseras de la cama.

La figura de Roxana estaba completamente expuesta a su escrutinio, como la primera vez que la castigó. No había sido tan necio como para creer que tras el fantástico orgasmo que le había dado conseguiría su absoluta lealtad. Pero la había creído lo bastante inteligente como para no arriesgarse a un nuevo castigo. Para su malestar y absoluta satisfacción, volvían a estar en su mazmorra.

— Imagino que comprendes perfectamente por qué estás aquí.

— Sí, amo – susurró con la voz estrangulada.

El terror de su voz le mandó un cosquilleo directo a su entrepierna, que ya comenzaba a endurecerse.

— Al igual que entiendes que debes ser severamente castigada por tu comportamiento.

— Sí, amo.

Roxana había comenzado a sollozar en silencio. Sus lágrimas ya empapaban parte de las sábanas. Hacía bien en temerle, pues lo que tenía pensado para ella no iba a ser agradable.

Había planificado para ella una tarde de sexo gratificante para ambos. Donde le comería el coño hasta que lo impregnara con su elixir para después follarla sin contemplaciones. Pensaba darle los dos mejores orgasmos de su vida por mucho tiempo que le llevara conseguirlo. Y, sin embargo, allí la tenía. Con las marcas de sus voluptuosas nalgas luchando por curarse. Después de aquella hora juntos, no podría volver a sentarse en al menos una semana. Eso sin contar las noches que se vería obligada a dormir boca abajo por los ungüentos con que la embadurnaría Sarah.

— Vamos a realizar un viaje, tú y yo. En él analizaremos las características básicas que debe tener toda doncella que se precie. Trata de memorizar la lección, porque no saldrás de aquí hasta que la recites completa.

El cuerpo de Roxana comenzó a temblar provocándole una nueva oleada de deseo. Estaba tan débil e indefensa...

Apretó los dientes apartando los desgarradores recuerdos y se centró en su presa, su doncella. Toda suya y a su merced.

Agarró una larga vara de madera. Tenía el grosor de su dedo índice, ligera y flexible. Y la descargó aplicando una fuerza moderada sobre el muslo de Roxana haciendo que esta gimiera.

— Empecemos por la primera lección. Una doncella debe estar siempre pendiente de las necesidades de su amo – volvió a golpearla en la otra pierna -. Repítelo.

— Una doncella – jadeó con la voz entrecortada ganándose otro varazo en el trasero -. Una doncella debe estar siempre pendiente de las necesidades de su amo.

— Eso incluye mantener su habitación limpia y ordenada – otro impacto en la espalda -, tener su comida preparada a la hora acordada – esta vez en el trasero –, y por supuesto, saciar su deseo sexual. Repítelo.

— No lo recuerdo todo – lloró ganándose tres nuevos azotes.

— Tranquila te lo repetiré de nuevo.

Volvió a mencionarle los tres puntos, descargando dos golpes por cada aspecto básico. En esa ocasión, cuando le pregunto, Roxana lo respondió todo sin ningún error.

— Continuemos. Segunda lección: Una doncella le debe absoluta lealtad a su amo.

— Una doncella le...

El impacto fue tan potente que Roxana chilló desquiciada tratando de llegar a la zona dolorida, que resultó ser su muslo.

— No te había dicho que repitieras nada – espetó lanzando otro golpe a su espalda -. Ahora sí, repítelo.

Roxana lloró, obviamente ya no recordaba la frase, por lo que se ganó otros dos golpes más.

Uno por uno, fueron repasando todos los puntos de la lista. Hablaron de la sumisión extensamente. Cada uno de los aspectos que abarcaba. Y después comenzaron con las instrucciones a la hora de lidiar con los otros amos. Cómo debía proceder en cada situación.

Por ejemplo, si otro Relish le daba una orden que chocaba con la de su amo, debía anteponer la petición de su amo. Si algún otro Relish trataba de tocarla, debía luchar por evitarlo y avisar al amo. Y así continuaron punto por punto. Hasta que toda la piel de su espalda, muslos y trasero quedaron marcados.

Roxana necesitó más de una hora para memorizar toda la larga lista de requisitos que debía cumplir una doncella. Cuando finalizó, había dejado de llorar. Era como si el dolor hubiera pasado a ser algo natural, y en su lugar solo quedó el acero que la caracterizaba. El mismo que él estaba dispuesto a destruir.

Mientras el cuerpo de Roxana temblaba agotado por la brutal paliza, se libró de sus pantalones. Hacía rato que su miembro latía de forma molesta, ansiando el cuerpo de su doncella. De modo que, tras colocarse, la penetró con una rápida embestida por el ano. La intrusión en aquel estrecho agujero fue cálida y apretada. Pero lo verdaderamente excitante fue el enloquecedor bramido que soltó Roxana. Luchando salvajemente contra las esposas. Aquel lado guerrillero lo puso aún más caliente, haciendo que sus arremetidas aumentaran de intensidad. Necesitaba doblegar esa parte de su alma que se empeñaba en permanecer firme. Quería que su voluntad terminase destruida. Sin embargo, a pesar de los gritos por el dolor que estaba causándole, comprobó al agarrarle el cabello con fuerza que no había miedo en su expresión. Sus ojos mostraban la ira de un animal dispuesto a despedazar a su presa. Aquella visión fue suficiente para que terminara.

Con un rugido derramó su semilla en su interior. El orgasmo fue tan intenso que lo tomó por sorpresa. Era como si su furia hubiera devorado la oscuridad que siempre lo acompañaba.

Se quedó tan confundido, que ni siquiera fue capaz de soltarla. Simplemente agarró su ropa y se marchó a su habitación. Sus recuerdos no tardaron en presentarle batalla.

Cuando se miró al espejo, estaba tan pálido y sudoroso como un enfermo. Sus manos estaban salpicadas con la sangre de Roxana. Tenía heridas en las palmas por el uso de la vara. Y aquella sensación amarga volvió a treparle por la garganta.

Se pasó las manos por el cabello, dejándolo aún más desordenado. Necesitaba darse un baño urgentemente y quitarse toda aquella inmundicia que lo carcomía.

Se asomó al pasillo en busca de una doncella. No se fijó en cuál de todas era. Simplemente le dio las instrucciones que precisaba y volvió a encerrarse en su habitación, rumbo al cuarto de baño.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora