-16-

1.6K 68 0
                                    

No sabía qué cojones estaba haciendo con su doncella.

Comprendía la atracción física entre ambos, incluso aunque ella tratara de negárselo. Pero hablar de sus sentimientos más profundos con una mujer era quizás de los errores más básicos que le habían enseñado a evitar desde pequeño. Solo había podido llegar a querer y confiar en una mujer, su hermana. La misma a la que solo veía unas cuatro o cinco veces al año, y siempre condicionados por la familia. Había acumulado decenas de cartas, que prácticamente eran pequeños diarios donde su hermana y él se narraban todo lo posible con letra minúscula para aprovechar al máximo el espacio.

Su vida era complicada en la mansión con el Patriarcas y sus secuaces. Pero era la única forma de que pudiera mantenerlo informado de lo que sucedía allí. Mientras tanto, se veía obligada a participar en todos los juegos sexuales que este proponía. Y por supuesto, continuar buscando nuevas víctimas para sus depravaciones.

Sabía en el fondo cuánto le costaba a su hermana participar en aquellos juegos para poder mantener las apariencias. Por mucho que lo disfrutara en el momento, después le quedaba la tortura de su conciencia.

Era una excelente actriz, ninguno de sus primos hubiera dudado jamás de ella. Llevaba toda la vida desarrollando su personaje, hasta el punto en que le era fácil ponerse la máscara en milésimas de segundo. A él, sin embargo, cada día le pesaba más la careta.

Los cuadros en su habitación se acumulaban, y no lograba dormir bien. Siempre a la espera de que Drew se cansara de luchar por su puesto y decidiera hacerle una visita. O que alguien tratara de envenenar su comida. Había días en que realmente deseaba que ocurriera y dormía con la puerta abierta. Pero otras, su instinto le hacía imaginar multitud de escenarios en los que era él quien golpeaba salvajemente a todos y cada uno de los miembros de su familia. Para cuando lograba controlar aquella oleada de ideas, le hormigueaban las manos y necesitaba descargarlas en la piel de alguien. Concretamente en una ligeramente bronceada por el trabajo a la intemperie, con el cabello oscuro como el chocolate y unos ojos tan profundos que parecían desear devorarte el alma.

Roxana era diferente. Todas las chicas que llegaban a la mansión buscaban agradar y destacar en su trabajo. Cuando descubrían lo que se esperaba de ellas, la mayoría se quedaban tan aterradas que renunciaban casi de inmediato a la idea de luchar. Pero Roxana no. Lo había visto en su mirada desafiante y altiva. Una princesa venida a menos. Desprendía esa aura de poder característico de la clase alta. Caminando siempre recta, incluso aunque las heridas la martirizan. El mentón alzado, hasta cuando miraba al suelo. Gestos pequeños que denotaban la fuerza de su carácter.

Habían tratado de destruirla, bien lo sabía por el historial de su padre y, sin embargo, la había convertido en algo más sólido, más resistente. Notaba el cambio en su conducta, la adaptación al entorno, pero allí estaba, la firme creencia de que aquella no iba a ser su vida. De que le esperaba mucho más tras aquellos muros. Y, sobre todo, que no se marcharía sola.

Lo había dejado claro tras intentar arrastrar a Evelyn con ella. Ese grado de empatía y preocupación por las demás pese a sus circunstancias le conmovía. Por ello le perdonaba sus preguntas. Aunque sabía que tramaba algo y que intentaba reunir información sobre él, y probablemente de su familia, se descubrió a sí mismo deseoso por mostrarle quién era en realidad. No esa versión diseñada para sobrevivir en aquel lugar.

Pero no podía, la verdad era demasiado oscura, incluso para ella. Aun así, su oferta le calentó el corazón. Por mucho que supiera que era un intento por acercarse a él y descubrir su carácter, se había ofrecido abiertamente a atenderlo cada vez que la necesitara...

Y eso hizo.

Aquella misma tarde, tras haber quedado ambos saciados y con el efecto de la ambrosía menguando en sus entrañas, sus pensamientos no hacían más que girar en torno a ella. A sus largas piernas, a su mirada desafiante. Tuvo que llamarla una hora antes del almuerzo. Si iba a sentarse a la mesa con sus primos quería hacerlo relajado.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora