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El sonido de los cascos de los caballos la despertaron. Unas profundas ojeras enmarcan sus ojos. No había podido descansar, su mente era un remolino constante de ideas. Además, sabía lo que traía ese carro, y aunque hubiera preferido quedarse en la cama, se levantó para reunirse con el resto de las doncellas.

Sin embargo, al llegar al recibidor, no vio a ninguna. Únicamente los cuatro amos aguardaban plantados a que el carruaje llegara. Todos vestían de negro y le daban la espalda.

Roxana se preguntó cuán austeras serían sus expresiones conforme el carruaje se acercaba más y más. Cuánto pesaría en sus conciencias los malvados actos de toda su familia. Aquellas poses señoriales que se mostraban indiferentes al sufrimiento ajeno, en esos instantes parecían compungidas. Como si algo de empatía hubiera escapado de la prisión en que lo mantenía encerrado su sadismo.

Los dos cocheros bajaron del carro y abrieron la puerta trasera para agarrar el cadáver de Beatrice envuelto en sábanas. Había manchas de sangre destacadas en el blanco de la tela. Sin miramientos, aquellos tipos tiraron el cuerpo el suelo, al pie de las escaleras y volvieron a subir sin despedirse. Ninguno de los Relish se movió. Casi parecían no respirar. Aguardaron en silencio hasta que ambos hombres cruzaron la verja y se perdieron de vista. Entonces Bryce bajó uno a uno los escalones, seguido de cerca por sus primos y hermano. Apartó la tela con cuidado mostrando el maltrecho cuerpo. Beatrice tenía cardenales adornando prácticamente toda la extensión de su piel. Había profundos cortes por el látigo incluso en sus gemelos. Le habían cortado los pezones y un gran flujo de sangre manaba entre sus muslos por ambos orificios. Por si fuera poco, le habían destrozado el rostro. Ambos ojos morados e hinchado, al igual que las mejillas, los labios resecos con multitud de heridas. Y una larga sonrisa por donde le habían pasado un cuchillo. Cuando le dieron la vuelta, Roxana leyó con claridad la palabra Débil en su espalda pintada con la que supuso sería su propia sangre.

Bryce apretaba los puños a sus costados. Roxana observó maravillada como una única lágrima resbalaba por su mejilla. Pero entonces, su puño se estrelló violentamente contra el rostro de Beatrice, desfigurándolo aún más.

No pudo soportar aquella escena. Se marchó a toda prisa, cruzando las cocinas para llegar al patio donde vomitó lo poco que había tomado el día anterior.

Fue incapaz de comer, beber, ni hablar con nadie. Comprendió por qué las doncellas no se habían presentado a despedirse del cuerpo de Beatrice. Hubiera preferido recordarla tal y como era. Quedarse en aquel infinito abrazo con su aroma a lavanda, la dulzura y tristeza de su mirada. Ahora no podía apartar de su mente aquella imagen.

No había sido una simple violación. El sufrimiento que había padecido antes de morir había sido atroz. Pensar que podría haber sido ella la que recibiera semejante final le puso los pelos de punta. El salvajismo de los Relish era más extremo de lo que había imaginado. Antes creía firmemente que los cuatro amos eran unas bestias despiadadas. Pero si lo comparaba con sus padres, parecían simplemente chicos jóvenes y algo alocados.

Si aquellos tres amos despreciaban los actos de su familia tanto como lo hacía Patrick, tal vez habría alguna posibilidad de que todo aquello acabara. Quizás podría alcanzar su objetivo.

Dejó que su mente divagara mientras se enfocaba por completo en sus tareas. Tenía mucho que hacer, en parte por la ausencia de Beatrice y además porque el día anterior ninguna de ellas cumplió con sus responsabilidades. Por lo que había ropa acumulada, pasillos y ventanas sin limpiar, y la habitación de su amo continúa siendo un estercolero.

Cuando iba a limpiar los aposentos de Patrick, se encontró una nota en la puerta junto a una carta. La nota con la caligrafía de su amo decía:

"Estoy trabajando, no es necesario que limpies la habitación. Esta carta llegó junto al cuerpo de Beatrice esta mañana, era para todas vosotras."

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora