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Su cabeza era un absoluto caos. Su mente no dejaba de regresar una y otra vez al mismo punto. Al instante en que las manos de Patrick la hicieron alcanzar la más exquisita de las dichas.

Comprendía bien porqué Diane y Leonor estaban tan encaprichadas con William. A juzgar por la reacción de Diane debajo de las escaleras, debía disfrutar tanto como ella. Normal que no quisiera marcharse. Ella misma empezaba a replanteárselo.

El trabajo en la mansión era duro. Pero nada fuera de lo común por el puesto que ocupaba. Además, era cierto que más allá de aquellos muros, miles de personas morían a diario. Aquel lugar era seguro. Con las otras doncellas había empezado a crear vínculos afectivos. Probablemente en cuestión de meses, podría considerar a algunas de ellas como amigas. Y encima, tenía a un amo joven y atractivo, que la hacía disfrutar de nuevas sensaciones.

Visto desde aquella perspectiva, no tenía mucho sentido tratar de escapar hacia un futuro incierto.

Aquella mañana, tras preparar los aposentos de su amo, le tocaba trabajar en el jardín junto a Evelyn. La joven pelirroja era extremadamente silenciosa la mayor parte del tiempo. Sin embargo, en aquel momento, sus mejillas, normalmente pálidas tenían un tono sonrosado. E incluso sonreía ligeramente.

— Estos son claveles – explicó señalando las flores de color escarlata -. es una de las plantas ornamentales que produce inflorescencias durante casi todo el año.

Roxana asintió, aunque no comprendía realmente lo que quería decir.

— Y estas hermosuras que parecen campanas se llaman dedalera. Sus flores son tubulares y nacen en racimos, pueden ser de color rosa o amarillo. Aunque yo solo cultivo las rosas.

Volvió a asentir mientras la acompañaba por el laberinto de setos, estatuas, bancos y en el centro de todo, una enorme fuente.

— ¿Tú eres la que ha diseñado este jardín?

— No, solo lo he plagado de colores – explicó guiándola hacia los setos que iba a podar.

— ¿Y dónde aprendiste el trabajo de jardinería?

Inquirió mientras le pasaba las enormes tijeras para podar.

— Mi padre fue el jardinero jefe de una noble familia durante años, y me enseñó muchas cosas.

— ¿Y cómo acabaste aquí?

Diane se detuvo con las tijeras a medio camino del primer arbusto.

— Prefiero no hablar de ello.

Roxana apretó los labios refrenando su lengua. Llevaba queriendo preguntárselo desde hacía muchísimo tiempo. Pero estaba claro que debía haber sido una experiencia muy dura para ella. Así que utilizó una vieja táctica que empleaba Jone para sacarle información. Narrar primero algo propio.

— Yo acabé aquí por las deudas de juego de mi padre – le explicó observando cómo trabajaba con presteza dándole una forma redondeada perfecta al arbusto -. Tras su muerte y la de mi madre, comenzaron a exigirle a mis tíos que se hicieran cargo de estas, pero ellos apenas tenían suficiente para alimentar otra boca. Así que cuando aquellos caballeros trajeados se presentaron en casa de mi tía con una suculenta oferta de trabajo, simplemente la aceptó en mi nombre.

— Debiste sentirte muy impotente.

— Estaba asqueada de todo. Había perdido a mi madre y no había podido despedirme de Jone, que era como un abuelo para mí. Aunque al menos me había librado de mi padre y sus palizas.

— ¿Tu padre te maltrataba?

— Cuando las deudas lo abrumaron y se convirtió en el hazmerreír de todos sus conocidos, acabó por desahogarse alzándonos la mano a mi madre y a mí.

Cuando el amor ciegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora