Tabitha se marchó muy temprano a la mañana siguiente. Ninguno de sus primos fue a despedirla.
El mayordomo la despertó cuando todavía no había salido el sol para informarla que había sido nombrada provisionalmente la doncella de Tabitha hasta su partida. Por lo que tuvo que encargarse de que tuviera listo su desayuno a las seis de la mañana. Así como de llevarle la comida en bandeja de plata al cuarto de invitados.
Sus sentimientos hacia ella eran del todo repulsivos. Y se había planteado seriamente escupirle en la bebida. Pero la visión de la tarde anterior y la certeza de que le podría hacer algo incluso peor si se pasaba de la raya la hizo actuar con prudencia a su alrededor.
Por su parte, Tabitha prácticamente la ignoró. Tomó su desayuno completamente vestida y arreglada, y le ordeno que la esperase en la entrada con su caballo preparado en media hora.
Obediente, buscó a Alfred en las caballerizas, pero su jornada no empezaba hasta las siete. Tuvo que ir corriendo en busca del mayordomo para explicarle la situación y pedirle que le abriera el establo. Su cara despectiva la irritó, aunque comprendió sus reservas hacia ella. Desde su llegada, apenas había cruzado un par de palabras con Milton Jagger. Su clara aversión no se limitaba solo a ella. Incluso con el resto de las doncellas solía mantener una formalidad despectiva. Para evitar tener que hablar con todas ellas, informaba de los horarios de limpieza de cada día a la primera que viera, y esta se ocupaba de avisar a las demás. Luego, prácticamente no sabían nada de él salvo que portara algún mensaje de uno de sus amos.
Roxana no tenía claro si esta antipatía era causada por el temor a los Relish o que verdaderamente no sentía aprecio por el sexo femenino. Cualquiera fuera la razón principal, lo cierto es que necesitó emplear sus mejores modales para convencerlo de que abriera las caballerizas para ella. Aunque se quedo vigilándola mientras se ocupaba de ensillar a la yegua de Tabitha.
Se mantuvo en absoluto silencio tan recto y firme como era común en él. Los aires de superioridad que tan bien ocultaba en presencia de los amos eran evidenciados en momentos como aquel. Cualquier hombre más sencillo la habría ayudado a colocar la pesada silla. O al menos hubiera sostenido a la temperamental yegua. En cambio, mantuvo la mirada fija en la ejecución de su trabajo con una impaciencia apenas contenida.
Cuando hubo acabado, llevó al semental fuera de la cuadra, y lo condujo hasta la puerta principal sin dirigirle la palabra. El mayordomo la siguió a una distancia prudencial como si fuera portadora de una enfermedad. Y continuó a varios metros de distancia hasta que apareció Tabitha. Nada en su aspecto detonaba pesar o arrepentimiento por las atrocidades que le había hecho a Beatrice. Lucía fresca, descansada y de muy buen humor.
— Buenos días, Milton – le dijo al mayordomo de pasada acercándose a ella.
El mayordomo hizo una profunda inclinación y se marchó, dejándolas solas. Roxana frunció el ceño ante su repentina partida, pero al ver la acentuada sonrisa de Tabitha, sus piernas temblaron levemente. No obstante, recordó que estaba bajo la protección de Patrick, y que ni siquiera ella podía tocarla.
— Eres una doncella afortunada, según se mire.
No contestó, simplemente mantuvo los ojos en sus zapatas.
— Ahora no hay nadie observándonos pequeña. Puedes mirarme y hablar con libertad.
Temerosa de llevarse un guantazo, levantó la vista poco a poco hasta toparse con su hermosa y sanguinaria sonrisa.
— Ves, no ha sido tan difícil. Mi hermano debe haber hecho grandes progresos contigo. Si no, creo que estarías correteando como una histérica hacia la verja.
ESTÁS LEYENDO
Cuando el amor ciega
Ficção GeralADVERTENCIA: Esta no es una historia de amor tóxico. Es un relato cruel donde abunda la violencia, el sexo rudo y las mentes perturbadas. Si eres una persona sensible o eres menor de edad, te ruego que pases de largo y busques otra novela. Pero si...