-¿Brutus? ¿Así no más? -el hombre me miraba con cara de pocos amigos y asintió por quinta vez.
-¿Es que en América no usan ese nombre? -rodó los ojos como si tuviera el nombre más común del mundo y se llamara José.
-Sí, la verdad si -dije mordiendo mi labio evitando reír.
-¿Entonces? -gruñó viéndome.
-Solo que suelen tenerlo animales de cuatro patas, mayormente pitbulls -su cara fue un poema y no pude sostenerlo ni un poco más y empece a reír a carcajadas. Lágrimas salían de mis ojos. Sinceramente, no recordaba la última vez que había reído tanto.
Luciano Caruso
-¿Cómo es posible que aún no sepamos nada del paradero de esa mujer y los niños? -lancé molesto, trabajaba con un grupo de ineficientes, incluyendo a mi hermano menor.
-No hay nada, es como si se los hubiera tragado la tierra. Solo sabemos que deben estar bien, pues D'accardi volvió a trabajar -mi puño fue a parar a mi escritorio.
-Maldita sea, Piero. Esto se ha extendido mucho más de lo que debería -mi hermano suspiró y no dijo nada, pues sabia que yo tenía razón-. Contrata más gente, busca la manera, no importa lo que cueste. ¡Encuéntralos ya!
-Sí, si -metió la cabeza de nuevo en su computador y me levante de la silla-. ¿Ya te vas a tu casa? -negué.
-Me tomaré unos tragos primero, tú y tus hombres me harán alcohólico -gruñí.
Salí de la oficina molesto y lo que me encuentre en la puerta que supuestamente resguardaba mi hombre de confianza hizo que mi enojo se fuera de inmediato y solo los miraba confundido.
La minion americana estaba literalmente llorando de la risa, mientras Brutus la veía con una amplia sonrisa en la cara. Tenía más de cinco años trabajando con él y nunca lo había visto sonreír.
Fingí aclarar mi garganta llamando su atención y el hombre volvió a su postura habitual. Gradualmente, la chica dejo de reír.
-Señor -lanzó como saludo, pero en el tono en el que lo había dicho no había ni una sola pizca de respeto. ¿Por qué no me respetaba?
No dije nada y solo me fui hasta mi mesa habitual, poco después, la chica vino con mi trago preferido y me miró risueña.
-¿Con beso o sin beso? -amenazó acercando mi vaso peligrosamente a sus labios y aunque me vi tentado a dejarla hace lo que quería, debía vengarme por lo que me había hecho unas noches antes.
-¿Por qué querría que ensuciaras mi vaso? -espeté y mi ego había vuelto a su lugar. Me había vengado. Ella quiso fruncir el ceño, pero solo logro un puchero. Me pasó la bebida y se marchó ofendida.
Comencé a revisar unos correos en mi teléfono cuando sentí como el sillón al lado mío se había hundido, no tuve que mirar, pues reconocía esa fragancia a metros de distancia.
-¿Qué hace el hombre más guapo de Roma sentado aquí solo? -estuve a punto de decirle que quería estar solo, sin embargo, sabía el roce existente entre ella y la minion y quise divertirme un poco.
-Pues, esperándote, Guapa -sonrió feliz y llamé a mi mesera-. ¿Qué quieres de tomar?
La chica a mi lado se acomodó en su lugar y Camila, quien no podía disimular, la miró con una ceja enarcada esperando que ordenara.
-Tráeme un Mojito, americana -pidió con exigencia.
-Camila, sabes muy bien que me llamo Camila, Zoe -la chica ya no estaba de tan buen humor. Dejé mi teléfono a un lado y fingí ver que tantas personas había en el club.
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Venganza
RomanceTERCER LIBRO DE LA TRILOGÍA "-Abigail, si cruzas esa puerta se acabo -caminé con paso seguro hacia la salida. Sinceramente era una decisión que ya habia tomado y sus amenazas no me harian cambiar de opinión."