Capítulo 41

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Abigail

Conducía pensativa, por más que le daba vueltas al asunto no podía entender que mierda le pasaba a Luciano. Me molestaba admitir que me preocupaba un poco más de lo que debería no tener su atención como antes.
Me aparqué y fui a cambiarme para empezar a trabajar, gracias a María, había conseguido volver al trabajo de inmediato.

Hoy sería una linda enfermera, sonreí al verme frente al espejo imaginando la cara que pondría Enzo al verme con esto puesto.

-Amiga, ¿qué haces aquí? -una de las chicas vino a saludarme y me miró con sorpresa.

-Sigo trabajando aquí, aunque no lo creas -lancé divertida.

-Oh, es que pensé que como terminaron el Señor Caruso y tú, ya no querrías volver -volteé a verle.

-¿Terminamos? -la chica sabia cosas.

-¿No? -me miró incómoda. Negué con una de mis cejas enarcadas.

-¿Por qué lo dices? -se encogió de los hombros nerviosa -Solo lo pensé... -sonrió e intento escaparse, pero no la deje.

-Amiga... -dije utilizando sabiamente el término con el que solíamos llamarnos entre nosotras-. ¿Qué pasa?

-¡Ay amiga! Es que acabo de ver a Luciano con una rubia en las piernas, pero quizá me confundí, sabes que no veo tan bi... -no escuché más, pues ya estaba de camino al bar.

Encontré a la chica que tenía que relevar con las botellas que ya tanto conocía y me miró tensa cuando me acercaba a ella.

-¿Es la orden de los Caruso? -dije fingiendo la paz que no tenía y ella asintió preocupada de lo que haría. Le sonreí-. Ya puedes irte, amiga. Vamos, yo me encargo desde aquí -asintió corriendo a los vestidores, si pasaba algo, definitivamente ella no quería ser parte de ello.

Subí las escaleras y confirmé lo que me habían dicho, el hombre hablaba relajado con su hermano, mientras su nueva "Barbie no tengo cerebro" descansaba sobre sus piernas. Nuestras miradas chocaron y su cara de sorpresa casi me hace perder el personaje y reír.

-Buenas noches -dije con tranquilidad.

-¡Cuñadita! Cuanto tiempo -al menor de los hermanos les encantaba el drama y lanzó su veneno desde que pudo. Se acercó a mí y besó mis dos mejillas como siempre.

-Piero -le sonreí con sinceridad. Un pequeño parte de mí lo extrañaba.

-Chica, ¡Dios! ¿Qué te hicieron en América? Como es que estás más bonita -me tomó de la mano e hizo que diera una vuelta para él.

-La leche americana me sienta muy bien -dije viendo a su hermano quien me mato con la mirada. Piero empezó a reír a carcajadas y yo me puse a preparar sus tragos.

-Piero... -le pasé el trago y él lo aceptó de inmediato.

Tomé el vaso de Lunciano y dejé un beso húmedo en él. Me miró fijamente y enarcó una de sus cejas, no pude descifrar si estaba nervioso o excitado-. Señor Caruso... -tomó su bebida sin dejar de verme.

-¿Eh, disculpa? -la rubia tocó mi hombro con suavidad y volteé a verla sin dar crédito. ¿Quería morir? Los hombres se tensaron en su asiento-. Perdón, es que le pedí una margarita a la otra chica, pero creo que lo olvido -me regalo una linda sonrisa. Por más que quería, no había encontrado en ella ninguna actitud que me hiciera odiarla.

-Claro -sonreí-. Ya te la traigo -me devolvió el gesto y fui por su trago. Para cuando volví, la mujer estaba sentada entre los dos hombres, como si necesitara algún tipo de protección.

Sí, la necesitaba.

La noche avanzaba y el mayor de los Caruso mañana despertaría con tortícolis, pues se había pasado la noche supervisando todos mis pasos y cada interacción que tenía con los otros clientes.

-Disculpa -uno de los hombres en una de mis mesas llamo mi atención mientras rellenaba sus vasos. Lo miré sonriéndole amable-. Me parece una falta de respeto, que los chicos de esa mesa reciban sus vasos decorados con besos y nosotros no -continuó juguetón y reí.

Como sabía que Luciano estaba viendo, me acerqué coqueta hasta el hombre.

-Es que los jefes requieren atención especial -dije susurrando en su oído y la respiración del chico se aceleró.

-¡Oh, entiendo! -dijo en un hilo de voz. Le sonreí y tomé su vaso para dejar un beso rojo en él.

-¿Puedes poner en mi cuenta este vaso? Me lo llevaré de souvenir -reí y justo cuando le iba a contestar alguien se posó detrás de mí. Volteé a ver de quien se trataba.

-¿Sí, Brutus? -lo miré con una ceja enarcada. El se acercó a mí.

-Hoy no quiero que me envíen a asesinar a nadie, Camila -gruñó-. ¿Puedes comportarte?

-¿Qué estoy haciendo? Solo estoy trabajando -dije que con inocencia y me mató con la mirada.

-La botella de los Caruso está vacía, ¿Puedes resolverlo? -el hombre estaba siendo lo más educado posible. Volteé de nuevo a ver al cliente con el que hablaba.

-Te cobraré el doble por cada cosa que pidan, ese beso me ha causado muchos problemas -lancé juguetona y ambos reímos. Le guiñé un ojo antes de irme.

Volví a la mesa de los Caruso y Luciano no tenía ese lindo color tostado que tanto le llamaba la atención a las chicas, pues ahora estaba rojo de la rabia. Si su pierna seguía moviéndose así, posiblemente haría un aguajero en el suelo. Lo fácil que era joderlo era mucho más que divertido.

-Ya vengo con sus tragos, chicos -dije tomando las cosas que ahora estorbaban en la mesa.

-¿A qué hora acaba tu turno, Camila? -gruñó acercándose a mí.

-Cuando cierre el bar, como siempre -lo miré sin ninguna expresión definida y negó.

-Creo que se acaba ahora... -enarqué una ceja y dejé lo que tenía en las manos para acomodar mis brazos cruzados sobre mi pecho, como si quisiera retarlo.

-¿Por qué acabaría?

-Porque si no la noche terminara muy mal -dijo buscando paciencia-. Muy mal... así que por favor... -reí con sarcasmo.

-Hay personas cínicas y luego estas tú, Luciano -no se inmutó y señaló los vestidores.

-Vete a cambiar, en diez minutos nos vamos -gruñó con advertencia.

-No necesito que me lleves, Luciano. Tengo auto -dije ya harta, sinceramente moria de sueño por el cambio de horario, así que irme a casa temprano no era mala idea-. Puedes seguir disfrutando, buenas noches.

Me cambié sin prisas y acomodé mi cabello en lo alto de mi cabeza. Fui hasta el parqueo y Brutus me esperaba apoyado en el auto.

-¿Estás bien? -asentí sonriendo. Se hacía el duro, pero en el fondo era un algodón de azúcar-. ¿Quieres que te acompañé a casa? Esta tarde -negué.

-Vivo en la esquina prácticamente, no te preocupes -me miró dudándolo, pero se apartó dejándome subir.

-Pórtate bien.

-Siempre me portó bien -sonreí fingiendo inocencia y negó divertido.

-Buenas noches -dijo cerrando la puerta para mí.

-Buenas noches, Brutus.

Amaba conducir a estas horas, las calles estaban prácticamente vacías y el silencio, después de pasar horas bajo el ruido ensordecedor del bar, era mucho más que relajante.

Estaba a pocos minutos de llegar a casa y una fila de al menos tres autos empezaron a seguirme de repente. Me vi cambiando de ruta, tratando de descubrir si en realidad me seguían o solo estaba siendo paranoica. Después de un rato confirmé lo que temía.

-¿Por qué demonios los italianos eran tan psicópatas?-. Llamé a Luciano, con todas las intenciones de cagarme en él, pero el muy cabrón sabía lo que había hecho y no contesto.

Estuve a punto de bajarme para ir a casa cuando una llamada entrante de Brutus resonó por los altavoces y conteste.

-¿Qué pasa? -dijo haciendo el desentendido y rodé los ojos.

-¿Cómo qué pasa? ¿El enfermo de tu jefe tenía que mandarlos a seguirme? ¿A dónde mierda creía que iba a ir a esta hora? -se quedó en silencio.

-Camila, ¿Dónde estás? -lanzó y me vi tentada a colgarle.

-Deja de joder, ya pueden irse, ya llegué.

-Camila... - ya tenía la puerta abierta lista para desmontarme cuando lo escuché y todo mi cuerpo se tensó al notar la seriedad en su tono de voz y en la manera en la que ahora su respiración se aceleraba, como si estuviera corriendo hasta algún lugar.

-Maldita sea... -encendí de nuevo el auto y arranqué enseguida.

Luciano

Llevaba más de media hora viendo fijamente el camino por donde se había ido la chica. Tenía más ganas de seguirla que de vivir, pero el hecho de no saber con claridad quien era me detenía.

Brutus volvió a su posición y yo no me había dado cuenta de cuando se había movido de nuestro lado. Lo miré con curiosidad y el me miró con desaprobación.

-¿Necesita algo, Señor? -lanzó con sarcasmo. Podría jurar que mi hombre de confianza si había seguido a la mujer y me moría de la curiosidad por preguntarle si ya se había ido, pero el tono en su voz me hizo dudarlo.

Todo mi semblante cambió al acordarme que al llegar a casa tenía a mi disposición toda una película de lo que ella había hecho en el día gracias a las cámaras instaladas en su casa. Era un hecho, la rubia a mi lado dormiría en su cama hoy.

Intenté relajarme y continué hablando de algunas cosas pendientes con Piero, ahora que el culo de Camila posiblemente estaba resguardado en su casa, podía hablar amenamente si ninguna preocupación o distracción.

Mi teléfono empezó a sonar y sonreí al ver el nombre en la pantalla. Estaba por contestar cuando el aparato se apagó, posiblemente por falta de batería. Hice que una dé las chicas lo conectara para devolverle la llamada, inmediatamente encendiera.

Volteé para decirle a Brutus que preparara el auto para irnos, pero de nuevo, lo vi saliendo del bar, esta vez con su teléfono en la mano. De repente, vi como la mitad de mi seguridad se movilizaba a toda prisa.

-¿Qué mierda pasa? -mi hermano también se percató de lo que pasaba.

Uno de ellos se acercó a nosotros.

-Señor, perdón que los moleste, pero creemos que alguien está siguiendo a la Señora Camila -lanzó todo junto y sin anestesia y mi corazón estuvo a punto de salir disparado por mi boca.

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¡Surprise shawty!

¿Qué les puedo decir? Sí, me desaparezco por dos semanas y un día random, vuelvo y subo dos capítulos seguidos.

-CAPÍTULOS FINALES-

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