Capítulo 27

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La luz que entraba por la ventana daba justo directo en mi cara y la mitad izquierda de mi cuerpo estaba sudada por el peso extra sobre mí. Me quejé frustrada al darme cuenta de que no podía quitármelo de encima. Como pude, me di la vuelta y el reloj sobre la mesa de noche indicaba que a penas eran las ocho y veintisiete, sonreí al darme cuenta de que la mañana aún empezaba y me acomodé dispuesta a seguir durmiendo.

-¡Maldición! -abrí los ojos cuando mi mente se conectó con mi cuerpo, me senté en la cama y el hombre a mi lado se despertó molesto por el movimiento abrupto que acababa de hacer.

-Mierda, Enzo -me levanté de la cama y fui buscando mi ropa por toda la habitación. El hombre me miraba con una sonrisa triunfante desde la cama.

-¿A dónde tan apurada? -lanzó juguetón.

-Sabes que debo volver antes que Luciano se despierte -me puse los leggings sin tanga, no las encontré.

-¿Por qué viniste con esa ropa, por cierto?

-Por si pasaba esto, decir que estaba en el gimnasio del hotel -enarcó una de sus cejas.

-¿No eres muy buena siendo infiel? -paré lo que estaba haciendo y él se dio cuenta enseguida de lo que había dicho.

-A diferencia de ti -gruñí molesta y terminé de ponerme mis zapatillas de deporte. Me dirigí hasta la puerta.

-¿No se te olvida algo? -dijo y lo miré. Estuve tentada en ignorarlo, pero luego sabia que me arrepentiría todo el día, fui hasta donde estaba y le di un beso fugaz. Me regaló una linda sonrisa-. Hablaba de tu ojo verde, pero acepto mi destino con orgullo -lo empujé y empezó a reír.

-Te odio - dije sin poder evitar reír con él y me puse de nuevo mi ojo postizo. El chico me había hecho quitármelos la noche anterior. Odiaba que se la chupara si no podía ver los ojos heterocromos que tanto le gustaban.

Salí disparada hasta mi suite y entré de la manera más silenciosa. Sonreí victoriosa cuando estuve ya frente a mi puerta.

-¿Dónde fuiste tan temprano? -escuché en mi espalda y maldije por lo bajo.

-¿No es obvio? -volteé viéndolo-. Fui un rato al gy... -al parecer acababa de ducharse y solo tenía una toalla amarrada en su cintura. El hombre frente a mí no tenía cuadros es su abdomen, más bien, eran rectángulos. Un enorme león sobre su pectoral izquierdo llamó mi atención. Su barba recién...

Mierda.

-¿Terminaste? -espetó con orgullo al darse cuenta como me lo había comido con la mirada. Se acercó a mí peligrosamente y mi espalda se pegó en la puerta de mi habitación aún cerrada-. Porque si no has acabado, puedo hacerte llegar.

Cielo santo.

-Lindo tatto -dije y abrí la puerta entrando a mi habitación y cerrándola en su cara.

-Saldremos en treinta minutos. Dúchate, lo necesitas -lo escuché decir y por inercia subí uno de mis brazos para revisar que no oliera mal. Poco después, entendí a que se refería.

No tenía ni idea a donde iríamos, así que me puse unos jeans, una camisa blanca y mis converse. Las ondas naturales de mi pelo y algo de base, iluminador y humectante de labios. Esto era todo lo que podía conseguir luego de dormir solo dos horas.

Salí de mi cuarto y ya Caruso me esperaba mientras revisaba algunas cosas en su teléfono. Revisó mi atuendo y al parecer lo aprobó, pues solo se levantó y extendió su mano hacia mí. Agradecí que no mencionara nada de lo ocurrido antes.

Fuimos hasta el ascensor y justo antes de que se abriera, doblo su torso haciéndose de mi tamaño.

-Cuando quieras puedo mostrarte mis otros tatuajes -lo miré con sorpresa y me sonrió al darse cuenta de que había conseguido lo que quería. Yo sabía que para este punto toda mi cara estaba roja.

VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora