Capítulo 36

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Mi esposo veía con desaprobación como terminaba de quitarme las extensiones rubias, acaricié mi cráneo cuando el trabajo estuvo hecho. Odiaba esas cosas.

-¿Por qué tienes tanta prisa en volver? -dijo por fin.

-Ya paso casi una semana, es hora -me desnudé para meterme a la ducha. Yo no lo invite en ningún momento, pero de inmediato se quitó la ropa y se metió conmigo. Lo miré con diversión.

-Así podemos seguir hablando -lanzó fingiendo seriedad.

Abrió la llave y la reguló en la temperatura adecuada, el agua empezó a empaparnos y cuando mi cabello estuvo lo suficientemente húmedo, empezó a lavarlo. Acaricié su abdomen mientras veía lo concentrado que estaba masajeando mi cabello y jugando con la espuma que hacía por la innecesaria cantidad de champú.

-¿Siempre es tan dedicado, Sr. D'accardi?

-En todo lo que hago, mucho más si involucra a mi esposa, desnuda y húmeda -mis manos empezaron a bajar hasta llegar a su casi completa erección. Sonrió.

Vi su pene sin disimulo, específicamente esa parte de su cuerpo nos habia salvado del divorcio un par de veces. Recorrí con mis dos manos todo su largo y su respiración empezó a acelerarse. Uno de mis pulgares rodeó su punta. Cada vez el masaje que hacía en mi cabeza se volvía más torpe.

Yo era pequeña en comparación con lo alto que era mi chico, lo que facilito que la saliva que lanzaba hasta su miembro ya húmedo llegara sin ninguna interferencia. Apreté con fuerza con mis manos su erección y morbosamente me alegre al ver que quedaba espacio para al menos una mano más.

Maldita sea, Dios le habia dado al chico la polla perfecta.

Él no era para nada paciente y las manos que antes lavaban mi cabeza ahora hacían que me arrodillara ante él, era de las pocas veces que le obedecía sin chistar. Di lengüetazos suaves por todo su tronco y miré hacia arriba, regalándome ver su cara de placer.

Lo empece a chupar no solo por su placer, sino también por el mío propio. Era todo un deleite para mí tenerlo en mi boca. Llevaba el ritmo y se maltrataba a él mismo moviendo mi cabeza con lentitud, como si castigarse lo extasiara. Mis manos acariciaron la parte trasera de sus piernas, yendo hasta su culo, el cual apreté.

Aceleré llevando ahora la velocidad que se me apetecía en ese momento y él estuvo de acuerdo. Él gemía y lanzaba groserías en italiano mientras el agua no paraba de caer sobre nosotros. La saqué de mi boca un momento y comencé a dar golpes en mi cara con su miembro viéndolo. Me miró advirtiéndome, le sonreí sabiendo que para este punto todo era inminente.

Lo metí todo en mi boca de repente, sorprendiéndolo y él me premio llenando mi boca con su corrida. Lo tragué y le mostré mi boca. Su erección volvió a su estado anterior, golpeando mi cara. Me levantó, me colocó contra el cristal de la ducha y se fue dentro mío de una sola estocada.

Saber que mis gemidos pasaban desapercibidos por el lugar en el que estábamos, me daba una libertad tremenda y gritaba sin miedo a ser escuchada. Me dio una fuerte nalgada y tomándome de la cintura, siguió dándome sin ningún tipo de piedad.

***

Habia planeado volver para el almuerzo, pero Enzo sabía muy bien como entretenerme. Llegué al hotel pasadas las cuatro de la tarde, uno de los chicos de seguridad que custodiaba la puerta la abrió para mí. El hombre sentado en la sala de suite solo con un pantalón de pijama miraba concentrado su computador.

-¿Por qué dañas tu esperma poniendo ese computador sobre ti? -lancé en forma de saludo.

Ni siquiera la cara de Gustav se iluminaba de esa manera cuando veía a Abigail. Sonreí, aunque tenía planeado estar molesta por un rato más.

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