Abigail
Abrí los ojos y el sol me dio una bofetada, ¿cuánto tiempo había dormido? Observé confundida el lugar en donde estaba y aunque tenía un suero conectado a mi brazo, definitivamente no estaba en el hospital. Llevé mi mano a mi cabeza por el dolor que empezaba a sentir de repente y mis costillas se quejaron, dándome a entender que, por ahora, esos movimientos drásticos no eran buena idea.
Me levanté con cuidado y fui hasta una de las ventanas. Al parecer, estaba en una casa de unos dos pisos, desde donde me encontraba, podía ver solo un montón de montañas y áreas verdes. Sinceramente, no tenía ni puta idea en que parte del mundo estaba.
Fui hasta el baño y al verme en el espejo arrugué toda mi cara. Tenía un par de puntos mariposas en una de mis cejas y mi cuerpo estaba lleno de moretones. Mi pelo era un desastre y mis ojos...
-¿Qué mierda? -me tensé. Mi ojo azul me saludó, ahora era Abigaíl.
Todo lo que había dicho la noche del accidente llegó a mí como una película de terror y mi cuerpo tembló.
-Ay no, Ay no... -Salí del baño y me tensé pensándolo ahora mucho mejor. Había cometido un grave error.
La puerta se abrió de repente y miré hacia el umbral asustada. El hombre frente a mí enarcó una ceja.
-Venía a despertarte, pensé que estabas muerta -lo maté con la mirada.
-Brutus, ¿dónde estamos? -pregunté y se encogió de hombros-. ¿No sabes?
-Si sé, pero no te lo diré -suspiró, posiblemente ya harto de mí-. Iré por el doctor para que venga a revisarte.
Me moví bruscamente tratando de alcanzarlo y el dolor que sentí hizo que me tambaleara. El vino hasta a mí de inmediato.
-Maldita sea, Abigail, ¿puedes quedarte quieta? -lo mire asustada.
-No me llames así, ¡Por favor, no me llames así! -repetí agarrándome las costillas y me miró con seriedad.
-¿Acaso no te llamas así? -dijo con sarcasmo, el hombre estaba enojado conmigo y no hacía nada para fingirlo.
-¿Dónde está Luciano? -lancé ignorando su pregunta.
-No está en esta habitación -lo miré sin dar crédito-. Iré por el doctor, Sra. D'accardi -arrugué mi cara preocupada, cada que recordaba que toda mi falsa había acabado, inevitablemente aumentaba mi ansiedad.
Estaba en problemas.
Un hombre de no más de treinta y cinco años entró poco después y luego de hacerme algunas preguntas sobre mi estado, empezó a revisarme.
-Por suerte, no tienes ninguna costilla rota, ni ninguna lesión importante, los resultados que me dieron del hospital están todos dentro de los rangos normales, así que solo necesitas descansar y tomar las pastillas que te indicaré, son básicamente desinflamatorios y para ayudarte con el dolor -asentí.
-Si te sientes mareada o vomitas sangre haz que me llamen -asentí-. Pues eso es todo de mi parte, ¿alguna pregunta?
-¿Me puede prestar su teléfono? -me miró con sorpresa y sonrió.
-Chica, no sé lo que hiciste, pero no me han dejado entrar aquí con nada electrónico. Estoy aquí porque el Señor Caruso no aceptas negativas -recogió sus cosas y me miró-. Come bien e hidrátate. Buenas tardes.
Al menos ahora sabia más o menos la hora. Lo vi irse y de inmediato me arranqué la aguja que me conectaba a los tubos del suero. Debía de buscar una forma de salir o de al menos comunicarme con los Palumbo.
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Venganza
RomanceTERCER LIBRO DE LA TRILOGÍA "-Abigail, si cruzas esa puerta se acabo -caminé con paso seguro hacia la salida. Sinceramente era una decisión que ya habia tomado y sus amenazas no me harian cambiar de opinión."