Salí de la fiscalía luego de presentar a Piero y mi abogado. Él pondría a Caruso al tanto de todo. Caminé hasta los parqueo con dificultad, el bajón de la droga que me habían dado me estaba matando. Unos brazos me sostuvieron y por inercia me alejé asustada. Me relajé al verlo.
-Vámonos -le sonreí y rodó los ojos.
Amaba a Enzo por una infinidad de cosas, pero lo que más me gustaba de él, era la manera en la que ponía su enojo a un lado y priorizaba siempre mi bienestar.
Llegamos hasta nuestro auto y enarqué una de mis cejas al darme cuenta de que conducía el Roll Royce que me había regalo Giancarlo. Llevaba meses diciéndole a Dylan que lo enviara a América.
-¿Algún problema? -gruñó y negué.
-Te ves bien conduciéndolo -lancé después, aunque me temblaba el ojo izquierdo. El hecho de que él lo había usado primero que yo me mataba lentamente. No estaba en condiciones de decir nada y él se aprovechó de eso.
Llegamos a nuestra casa en Florencia y no pude estar más feliz de volver a ver a los niños. La comida de Nana como siempre hizo que me sintiera mejor. Por obligación de mi esposo fui a descansar y para cuando desperté era una persona nueva y el día ya se había apagado.
Sonreí cuando vi a Enzito acostado viéndome con amor al lado de su padre, quien hacía lo mismo.
-Lo que daría por despertar con estas vistas a diario -mi bebé sonrió feliz al escucharme y lo llené de besos.
-¿Por qué lo llamaste a él? -miré a D'accardi confundida-. Estabas asustada, en peligro y fuera de sí, y aun así, pensaste en ese hombre por encima de mí.
No lo había pensado hasta ahora.
-Enzo, ¿cómo hubiéramos podido explicar el por qué te llame a ti y no a él? -me miró-. Además, no conocías a mi agresor, hubiera sido casi imposible dar conmigo. Ni siquiera yo sabía su nombre.
-Que hayas hecho eso me dolió mucho más de lo que quisiera admitir -miró hacia un punto fijo en la habitación y me levanté colocándome sobre él con nuestro bebé en brazos. Ahora su atención estaba en nosotros.
-Más doloroso es pasar todo un día en trabajo de parto con un bebé que es la copia viva de su padre -logré sacarle una sonrisa y lo vio.
-Gracias a Dios, ¿te imaginas que hubiera sacado tu fea nariz? -lanzó divertido y la arrugué por inercia. Empezó a reír y el bebé igual, aunque no tenía idea de qué.
-Me voy... -dije e intente levantarme, pero no me dejo.
-Puedes quedarte aquí hoy -lo mire-. Dejarán a Luciano apresado hasta mañana en la mañana y Piero cree que te estás quedando en casa de April -volví a sonreír feliz, solo el saber qué podía pasar más tiempo con ellos era motivo suficiente para olvidar porque estaba enojada.
Nuestra sala se convirtió en un cine y los seis estábamos en pijama, comiendo comida chatarra, riendo y regalando besos a cualquiera que lo quisiera. No quería que la noche acabara, pero mis cuatro soldados se quedaron dormidos en medio de la guerra y su padre y yo los llevamos a dormir a sus respectivas habitaciones.
Ahora tomábamos vino disfrutando de la noche en nuestra terraza.
-¿Y si los secuestro? -levanté mi vista hacia él-. Tenemos dinero suficiente para vivir en el anonimato hasta nuestra vejez -sonreí -Cambiaríamos nuestros nombres y apellidos y el de los niños. Nadie pudiera encontrarnos.
-Me gusta ese plan -dije riendo y suspiró. Me haló haciendo que me siente en sus piernas.
-Todas las noches muero de celos cuando sé que ese hombre te tiene cerca -acarició mi cara con cuidado.
-Enzo, no haré nada de lo que debas preocuparte.
-Confió en ti, Mon Amour, pero no en él. Se está enamorando de ti, lo sé por la forma en la que golpeó a ese chico... -suspiró-. Él sabía muy bien de quien era hijo y no le importo una mierda, estaba dispuesto a matarlo por ti -no había caído en cuenta de nada de lo que ahora estaba escuchando.
-Y sinceramente, no lo culpo, yo también caí, siempre caemos por ti -continuó-. Tú no lo sabes, pero todos a tu alrededor están dispuestos a joder su vida por ti -hundió su cara en mi pecho como un niño asustado-. Muero de miedo que algún día dejes de elegirme.
Lo abracé con fuerza y enrollé mis piernas en su cintura. No dije nada, pero sabía que era casi imposible que alguien hiciera que no lo eligiera a él una y mil veces.
***
Movía mi cintura sin ningún patrón fijo, me encantaba tener mis audífonos a todo volumen, podía escuchar lo que quería sabiendo que no molestaba a nadie.
-Perfecto, perfecto -dije para mi misma al ver que había volteado los pancakes que hacía en el momento adecuado. Me volteé de vuelta al desayunador y casi me desmayo del miedo.
El hombre me miraba fijamente sin ninguna expresión y yo hiperventilaba por el susto que acababa de tener viéndolo mal. Me quité mis auriculares.
-¿Quieres matarm...? -no pude terminar lo que estaba por decir, pues la manera en la que caminaba hacia mí me tensó.
Me levantó como si nada y me colocó sobre el desayunador. Tomó mi cara con una de sus manos con cuidado y la examinó con detenimiento, como si estuviera haciendo algún tipo de diagnóstico. No había tenido tiempo de maquillarme, él había llegado antes y era justo ese día en el que los moretones empezaban a cambiar de color. Me veía horrible y su cara al verme lo confirmaba.
-Lo voy a matar -gruñó con seguridad y cuando vi sus intenciones de irse de nuevo enrollé mis piernas en su cintura deteniéndolo.
-Déjalo ya, Caruso. Me han hecho cosas peores -le sonreí coqueta y se quedó viéndome.
-¿Cómo estás? -preguntó más calmado.
-Bien -examiné sus manos. ¿Cómo es que nadie se había encargado de ellas? Las sacó de mi campo de visión-. Ve a ducharte, estoy preparando un desayuno enorme para ti -solté él amarré que tenía con mis piernas en su cintura, pero él no estuvo de acuerdo y las puso ahí de nuevo.
-¿Te hizo daño? -su pregunta me encontró fuera de base-. ¿Logró... tocarte? -su respiración estaba acelerada, como si su vida dependiera de mi respuesta. Levanté su cara con mis dos manos y lo miré a los ojos aprovechando que estábamos del mismo tamaño.
-Llegaste a tiempo, me salvaste, estoy bien. Gracias por ir por mí -le regalé una sonrisa y sus hombros se relajaron. Besé su mejilla y lo empujé-. Ve a bañarte, hueles a exconvicto -rodó los ojos y se fue después que robó una de las tostadas que ya estaban listas.
Salió en pijama justo cuando empezaba a colocar la comida sobre la mesa, sonrió con satisfacción al ver la cantidad de cosas que estaba por comerse.
-Llamaré a Piero -dije agarrando mi teléfono mientras me sentaba en la silla a su lado. Él tomó mi mano evitándolo.
-¿Para qué?
-Para que desayune con nosotros -dije lo obvio y volví a tener el control de mi brazo.
-No, ¿por qué harías algo así?
-¿Por qué no, Luciano? Hay un montón de comida que no podremos acabar solo nosotros dos.
-¿Quién lo dice? Muero de hambre -con su mentón señalo la comida, indicándome que le sirviera. Parecía un niño.
Inmediatamente su plato estuvo listo empezó a devorar su comida y por la forma en que lo hacía era obvio que no mentía cuando decía que nada quedaría.
Luego de comer y obviamente, lavar los platos, fuimos a su habitación con el botiquín de primeros auxilios para curar sus nudillos heridos.
-Eres un salvaje -gruñí poniendo pomada mientras él estaba medio muerto en su cama. Había tenido un par de noches complicadas, era entendible que esté cansado.
Me quedé viéndolo aprovechando que estaba dormido y las palabras de Enzo llegaron a mi mente.
-No seas idiota, no te enamores de mí, ¿si? -susurré aunque sabía que no podía escucharme. Lo que menos quería era hacerle daño.
-No soy idiota... -abrí los ojos como un par de platos al darme cuenta de que estaba aún despierto ysalí disparada de ahí.
---------------------------------------------------------------------¿Que tendrá Abigail que no tenga yo? Solo logro vuelver loca a mi mamá.
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Venganza
RomanceTERCER LIBRO DE LA TRILOGÍA "-Abigail, si cruzas esa puerta se acabo -caminé con paso seguro hacia la salida. Sinceramente era una decisión que ya habia tomado y sus amenazas no me harian cambiar de opinión."