-XXXV-

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Sam (POV):

Abrí los ojos de golpe soltando un pequeño jadeo. Ambas manos se apoyaron en el suelo sintiendo en estas algo puntiagudo pero refrescante al mismo tiempo. Desorientada me incorpore quedándome sentada, estaba en un claro lleno de preciosa hierba verde. A lo lejos pude ver como la luz de la luna se reflejaba en un estanque de agua. A mi espalda no había más que el sin fin de hierba, y muy a lo lejos unas montañas rocosas que parecían a simple vistan inmensas.

- Sam. – Me gire de golpe por el susto que acababa de llevarme. - ¿Estas bien? – Alaia extendió una mano hacia mí.

La acepte encantada. Con su fuerza sobrenatural me puso en pie de un tirón y fue cuando me di cuenta de que llevaba un vestido blanco hasta los tobillos e iba descalza. Fruncí el ceño algo confusa mirando los pies de la loba blanca viendo que ella también iba sin zapatos. Eleve la vista intrigada.

- Cosas de la diosa Luna. – Se encogió de hombros con una sonrisa. – Venga vamos.

- ¿Hacia dónde? – Pregunte, pues lo cierto es que tampoco había mucho donde ir.

- Al lago de allí, ella nos está esperando.

Me puse nerviosa inevitablemente al escucharle decir que la mismísima Diosa Luna me estaba esperando a mí, ¡a mí!

Comencé a andar sintiendo el agradable tacto de las hojas de la hierba bajo mis pies, sonreí al pensar en la simpleza que significaba el agradarse con algo así. Alaia se mantenía callada, pero con un semblante totalmente relajado, en paz. Su serenidad era contagiosa o al menos eso parecía, era como si su aura me transmitiese paz, ¿siempre había sido esta chica así de serena?

A los pocos minutos estábamos justo en frete del lago, el agua en total calma permanecia a escasos centímetros de los dedos de mis pies, había algo en ella que te incitaba a tocarla, no obstante, cuando iba a agacharme para ello una voz a mis espaldas hizo que me quedase inmóvil en el sitio.

- No estás lista para tocar esa agua querida, todavía. – Me gire lentamente.

La voz de aquella diosa era melodiosa, cuando por fin me quede mirándole de frente me quede sin aire durante unos segundos. Era hermosa, todo en ella era divino. Un vestido blanco con toques dorares y un corpiño gris adornaba la perfecta prenda que llevaba, pero lo que me dejo totalmente impactada eran los dos lobos enormes que llevaba a su lado.

Comenzó a acercarse hacia nosotras decidida, incluso cada paso que daba parecía que se deslizaba por la hierba.

- Hola Diosa. – Esta mujer le agarro la mano a Alaia dedicándole una cálida sonrisa.

- Hola Alaia, me alegra volver a verte.

Sus azules ojos, tan cálidos como un día soleado, se clavaron en mí. Trague saliva nerviosa, porque como era obvio también me sacaba dos cabezas.

- ¿Cómo estas Sam? – Asentí sin emitir palabra provocando que soltase una pequeña risa. – Por favor no te sientas intimidada.

Agarré la mano que me ofrecía, cerré los ojos unos instantes sintiendo una brisa cálida golpearme el rostro.

- Espero que estes lista.

No dude.

- Lo estoy Diosa. – Me sonrió complacido.

- Bien, porque creo que no hay nada más que hablar.

Giro sobre sus pies moviendo los brazos en círculos, de sus dedos salieron unos destellos dorados dirigidos al centro de donde los dos lobos permanecían, entre ellos se formo una puerta de madera increíblemente hermosa, tenía runas y símbolos entallados en todo ella.

Mi perdición. #MT3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora