Los monstruos bajo la cama

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–Lo siento. Lo siento. –Katsuya murmuró entre lágrimas sin saber qué hacer–. Mamá, no quería...

–No pasa nada, cielo. –Su madre intentó tranquilizarlo pero la distancia entre ambos bien podría haber sido un abismo.

No era la primera vez que su madre le hablaba como si fuera un gato acorralado que pudiera saltarle a los ojos en cualquier momento. Katsuya nunca se había engañado creyendo que sus poderes no eran peligrosos, pero era la primera vez que su rostro era puro terror.

Sólo había sido un accidente estúpido pero podía haberla matado.

Katsuya sólo quería saber a qué venía tanto hype del resto de compañeros de clase pero por más vueltas que le diera no lo acababa de entender. Todos parecían muy emocionados. No habían hablado de otra cosa en toda la semana pero lo único que Katsuya había conseguido era sentir asco y vergüenza ajena. La peli era aburrida y esos gemidos tenían que ser falsos, era imposible que alguien gritara de aquella manera.

Katsuya estaba tan distraído intentando encontrarle el sentido que ni siquiera había escuchado el sonido de la puerta. Antes de darse cuenta, su madre estaba allí, con la mirada clavada en la mujer desnuda en la pantalla con uñas que casi parecían salidas de una peli de terror.

Lo siguiente que Katsuya recordaba es el cuerpo de su madre golpeando la pared como si no fuera más que un muñeco de trapo.

Los dedos de su madre aún estaban manchados de sangre allí donde se había tocado el corte en la cabeza. A Katsuya le temblaban las manos. El cristal hecho añicos de la vitrina estaba por todas partes. Las copas y los platos que su madre tenía allí expuestos no habían corrido mejor suerte.

–Katsuya, ve a tu habitación. –Su madre ni siquiera lo miró a la cara, la tensión en sus hombros era incluso dolorosa–. Déjame recoger todo esto.

Katsuya apenas escuchó sus palabras. Sólo había sido un accidente pero daba igual. Podría haberla matado.

¿Y si la próxima vez el daño era irreparable?

Antes de darse cuenta, sus pies lo habían arrastrado hasta la calle. La lluvia caía incesante pero la barrera a su alrededor no dejaba que llegara a tocarlo. Necesitaba alejarse de allí como fuera. Sus compañeros de clase tenían razón. Kazuya era un monstruo que sólo hacía daño a todos los que le rodeaban.

***

Bajo la lluvia, Katsuya apenas era capaz de oír su propia respiración. Con las calles completamente vacías, se permitió imaginar que era el último superviviente en una catástrofe de niveles apocalípticos.

Todo hubiese sido más sencillo. Nadie a quién hacerle daño cuando nadie más existía.

Cansado de vagabundear sin rumbo, se sentó en uno de los columpios del parque cerca del instituto. Sus piernas eran demasiado largas para estar cómodo pero la sensación del metal frío contra las palmas de sus manos era agradable. El paisaje era deprimente con el suelo embarrado y las nubes negras cubriendo el cielo. Katsuya dejó que la barrera se desvaneciera a su alrededor, su mirada perdida en el infinito mientras las gotas de lluvia empapaban su sudadera y sus pantalones tejanos hasta que el agua caló hasta sus calzoncillos. Por un momento, fue como si el mundo le perdonara sus pecados.Si cerraba los ojos, quizá el universo se compadeciera de él y lo dejara desaparecer.

Al abrir los ojos, el mundo era de color azul marino. Las gotas resonaban con fuerza contra la tela del paraguas protegiéndolo de la tormenta. El crío lo miraba, de pie junto al columpio. Su cabello rubio pajizo caía desordenado sobre la frente y sus enormes ojos negros daban la impresión de poder ver todos sus secretos.

–¿Te divierte mojarte? –el crío preguntó con su voz estridente–. No eres una planta, no vas a crecer más por seguir regándote.

–Me has asustado. –Katsuya se frotó los ojos intentando tranquilizarse.

El corazón parecía querer escapársele por la boca. El columpio vacío empezó a balancearse con fuerza. No necesitó mirar mucho más lejos para saber que el chirrido de los muelles del balancín también eran culpa suya cuando la energía vibró a su alrededor.

–¡Increíble! ¡¿Eres psíquico?! ¡Qué pasada!

La expresión en el rostro de su madre era un contraste macabro contra la sonrisa expectante de ese crío.

–Si pudiera te los regalaba –Katsuya musitó con la mirada clavada en el suelo–. Sólo causan problemas.

–Suenas como Kageyama-san. Podríais montar un club.

–¿Conoces a otro psíquico? –Katsuya volvió a alzar el rostro. Nunca antes había oído de nadie que tuviera poderes como los suyos.

Los columpios seguían balanceándose, pero ya no había violencia tras el movimiento sinuoso. Por primera vez, Katsuya realmente lo observó. El crío tenía que estar aún en primaria. Hasta el año pasado, Katsuya había llevado ese mismo gakuran.

–¡Kageyama-san! A veces lo ayudo con la página web de Espíritus y demás. Si no fuera por mí, a veces me pregunto qué es lo que haría. –El crío parecía orgulloso–. ¡Ya sé! ¡Podría presentártelo!

–Ah... No sé si es una buena idea.

–¿Por qué no? –el crío se le acercó hasta invadir por completo su espacio personal–. Kageyama-san es el mejor psíquico del siglo XXI. ¡Es toda una oportunidad!

–Lo admiras mucho, ¿verdad? –Katsuya no pudo evitar sentirse celoso de un completo desconocido. Kageyama-san debía ser casi un héroe a los ojos del crío–. ¿Cómo te llamas?

–¡Reigen! ¡Arataka Reigen! –El móvil del crío empezó a sonar dejándolos casi sordos–. ¡Mierda! ¡Mi madre va a matarme! ¡Nos vemos!

El crío se despidió antes de desaparecer en la oscuridad. Katsuya se quedó mirando mucho rato el espacio que había dejado vacío. La idea de volver a casa aún resultaba demasiado. Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas sin que se diera cuenta.

–Así que Arataka Reigen –Katsuya repitió el nombre en medio del silencio.

El crío nunca sabría lo que esa conversación bajo una de las primeras tormentas de otoño había significado para Katsuya pero por primera vez en mucho tiempo Katsuya había sentido que quizá no tenía porqué ser sólo un monstruo.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora