Si esto fuera un shojo

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En la mayoría de mangas y animes hacían parecer la vida de instituto como si esos fueran a ser los mejores años de su vida. Festivales culturales, viajes de fin de curso, besos a escondidas y el maravilloso descubrimiento del primer amor. Arataka hubiese sido un protagonista horrible del típico shojo. Apenas quedaban algo menos de dos meses para graduarse y tenía la impresión de haber esquivado todo lo que tendría que haber hecho de su vida de estudiante algo emocionante.

Los festivales culturales habían sido horas de escuchar a las chicas de clase dando órdenes, cargar cajas, oír como no sabía hacer nada bien y quedarse hasta tarde cuando podría haber estado perdiendo su tiempo con Serizawa o ayudando a Kageyama-san.

Del viaje de fin de curso, ni siquiera les había hablado a sus padres. La idea de pasar una semana con el resto de su clase no era lo que Arataka entendía por apasionante.

Y lo del primer amor... Taka tenía curiosidad por lo que debía ser besar a alguien. Llegar a la universidad sin haber besado nunca a nadie sonaba como la perfecta descripción de patético pero tampoco iba a ser ninguna novedad. ¿Serizawa habría besado ya a alguien? Las chicas tenían que encontrarlo atractivo con su altura. Taka lo había visto más de una vez sin camiseta y era difícil no envidiarlo cuando a su lado él no era más que una rata escuálida.

Arataka bostezó, demasiado aburrido para prestar atención mientras la profe seguía hablando y escribiendo en la pizarra. La carta seguía ocupando gran parte de sus pensamientos. Apenas quedaban diez minutos de clase cuando Arataka la sacó de nuevo del cajón.

Aún no acababa de creerse que alguien quisiera pedirle salir. Esa era una de esas cosas que estaba convencido que nunca iba a pasarle antes de llegar a la uni. De repente, se sentía como si hubiese pasado a otro nivel tras aprobar un examen secreto que ni siquiera sabía que existía. Tener novia lo tenía que hacer más popular, ¿no?

***

Taka se levantó de su asiento, colgándose la mochila abierta y salió por la puerta dando zancadas. Sin acabar de decidirse entre andar y correr, Taka zigzagueaba esquivando gente hasta llegar a las escaleras. Casi consiguió bajar todo el bloque de un salto, sus pies resonando al golpear el rellano. Al fin empezó a correr.

–¡Lo siento! –Arataka gritó girándose un instante para disculparse con la chica de primero a la que había estado a punto de arrollar en su prisa.

–Idiota –la chica gruñó colocándose bien la falda.

Taka la ignoró por completo y siguió corriendo. Casi no tuvo tiempo ni de ponerse las bambas entre saltos de equilibrista antes de encontrarse levantando la gravilla del camino de arena que llevaba hasta el gimnasio.

Casi no podía respirar cuando al fin se detuvo. Quizá había sido una mala idea. Taka sacó el móvil del bolsillo, apenas hacía cinco minutos que habían terminado las clases. El sudor le pegaba el flequillo a la frente y se notaba demasiado acalorado. Doblado sobre sí mismo, se obligó a respirar. Le pinchaba el costado por el esfuerzo. Taka se dejó caer contra la pared trasera del gimnasio y cerró los ojos, obligándose a respirar hondo. El ruido de risas le hizo prestar atención. Arataka notó como todo su cuerpo se ponía en tensión al ver a los cinco chavales acercándose.

–¿Has venido? ¿En serio? –Taka reconoció a Sato. Había tenido la desgracia de ir con él también cuando aún estaban en primaria y nunca se habían caído bien–. ¿De verdad creías que alguien iba a querer salir contigo?

–Si un simio como tú tiene novia, no entiendo porque no. –Arataka se encogió de hombros. Con las manos en los bolsillos, empezó a avanzar intentando un hueco por el que escabullirse–. Pues supongo que ya está, ¿no? ¡Me lo he tragado! Ahora ya os podéis echar unas risas a mi costa.

–¡Lo habéis oído! ¡Me ha llamado simio! ¡Se cree muy gracioso!

Por un segundo, Arataka estaba convencido que conseguiría salir indemne, pero una mano lo cogió del hombro antes de que consiguiera volver con la marabunta de alumnos que salían de clase.

–¿Por qué tanta prisa? –Taka notó el brazo de Sato deslizarse por detrás de su cuello como una serpiente enroscándose alrededor de su presa–. Después de haberme tomado tantas molestias. Sólo quería que nos acompañaras un rato.

–No, gracias. –Arataka intentó romper el contacto–. Tengo que ir a trabajar.

–¿Lo habéis oído? No quiere venir con nosotros. –Sato dijo dándole una palmada en la mejilla–. ¿Por los viejos tiempos? ¿O acaso estás asustado?

–¿Asustado? ¿De qué? ¿De idiotas como vosotros?

Sato le dio un puñetazo en el estómago que consiguió dejarlo sin respiración por un segundo y aprovechó para robarle el teléfono del bolsillo. Quizá algún día aprendería a mantener la boca cerrada pero estaba claro que ese día no era hoy.

–¡Devuélvemelo! –Arataka estiró el brazo intentando recuperarlo pero el dolor consiguió doblarlo sobre sí mismo–. ¡Sato! ¡Devuélvemelo!

–¡Si no lo necesitas para nada! Creo que voy a quedármelo. –Sato se lo guardó en el bolsillo–. Invitanos a takoyaki, ¿eh?

–¿Si lo hago me devolverás el teléfono? –Taka suspiró agotado. Había sido un imbécil por pensar que quizá hoy podía pasarle algo bueno.

–Me lo pienso. –La sonrisa sarcástica en el rostro de Sato no le inspiró ninguna confianza.

***

Apenas le quedaban trescientos yenes en el bolsillo después de haber pagado por los takoyaki y las bebidas de todos pero Sato aún no parecía decidido a devolverle el teléfono. Arataka empezaba a sospechar que en ningún momento ese había sido el plan pero tampoco sabía qué otra cosa hacer. Hubiese sido tan fácil, si hubiese tenido poderes como Serizawa... Taka se frotó los ojos. Sólo quería irse a casa, meterse en la cama y olvidar que ese día había existido. La venganza iba a ser terrible. Arataka podía ser un paria en clase, pero no iba a dejar que lo volvieran a pillar desprevenido. Hacía rato que había dejado de prestar atención a su alrededor cuando se dio cuenta de dónde estaban.

–¿Dónde queréis ir? –Taka preguntó algo nervioso. –Por aquí no hay nada.

La casa que aún poblaba todas sus pesadillas apareció frente a sus ojos nada más girar la esquina. El cartel de EN VENTA hacía años que había perdido cualquier rastro de color y los cristales de las ventanas, rotos tras las maderas tapiando los huecos le daban un aspecto muy tétrico.

–¿Te trae recuerdos? –Sato sonrió, sus ojos brillaban con malicia–. Oye, ¿aún le tienes miedo a la oscuridad?

Arataka apenas tuvo tiempo de reaccionar. Un instante, su móvil estaba en las manos de Sato y al instante siguiente, había desaparecido a través de uno de los agujeros que dejaban las maderas que tapiaban la puerta principal. Taka notó como todo el color le desaparecía de la cara.

–¿Vas a mearte encima? –Las risas sonaron crueles en sus oídos mientras se alejaban calle abajo–. ¿Habéis visto la cara que ha puesto?

Las últimas luces del día empezaban a desaparecer tras la hilera de casas abandonadas pero la calle parecía estar en completa oscuridad. Taka intentó controlar el temblor de sus manos. Aquel día, el de Sato era el último rostro que había visto antes de que la puerta se cerrará tras de sí.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora