Olor a humedad, polvo y podredumbre

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Katsuya tenía la impresión de estar andando entre las calles de Silent Hill. La mitad de las farolas estaban apagadas y las pocas que aún iluminaban algo lo hacían con una luz mortecina que sólo ayudaba a crear un ambiente aún más de patetismo.

Sus pasos hicieron eco en la oscuridad.

Al otro lado del teléfono apenas oía la respiración acompasada de Reigen. Katsuya se detuvo frente a la casa que la gente decía que estaba encantada. Katsuya no notó nada más que el paso del tiempo corroyendo las paredes. Si alguna vez había habido algo, hacía mucho tiempo que había desaparecido.

–Creo que ya estoy aquí –Katsuya susurró como si temiera que alguien pudiera oírlo–. Es la de la fachada roja, ¿Verdad?

Reigen apenas murmuró su respuesta. Era extraño no tener su cháchara incesante al oído pero apenas había dicho dos palabras en todo el rato que llevaban al teléfono.

Katsuya abrió la verja y saltó al pequeño jardín. Los parterres estaban completamente desnudos y sólo las malas hierbas sobrevivían entre aquella desolación. Algunas de las maderas que tapiaban la entrada estaban arrancadas, otras se aguantaban a duras penas en su sitio.

Katsuya golpeó una de las maderas a medio arrancar y consiguió arrastrarse hasta el interior de la casa. El olor a humedad, a polvo y podredumbre casi consiguió asfixiarlo.

–¿Reigen? –Katsuya preguntó intentando encontrar la sombra de su mejor amigo.

–Aquí –Reigen alzó el brazo. Su voz, apenas un gruñido entrecortado.

Su figura no era más que un ovillo en la oscuridad. Arrinconado contra la pared, se abrazaba a una de sus rodillas intentando parecer lo más pequeño posible mientras la otra pierna estaba estirada de una forma extraña. Katsuya lo iluminó con la linterna del móvil. El sudor que se perlaba en su frente brilló dándole un aspecto fantasmagórico. Su rostro parecía el de alguien que acababa de pasar por el mismo infierno.

Katsuya corrió hasta él y se acuclilló hasta que quedaron cara a cara. Apenas podía ver el rostro de Reigen, oculto tras sus brazos cruzados. Sus ojos aún estaban enrojecidos.

–¿Qué ha pasado? –Katsuya alargó el brazo, apartándole el flequillo pegado por el sudor de la frente.

Reigen siguió mirando al infinito. Su respiración era lenta y profunda. Katsuya reconoció el patrón. Reigen se estaba obligando a respirar, manteniendo el aire en el estómago unos segundos antes de volver a exhalar. Katsuya había hecho lo mismo decenas de veces cada vez que la ansiedad conseguía sobrepasarlo.

–Mi tobillo. Creo que me lo he torcido. No he sido capaz de ponerlo en el suelo al intentar levantarme.

Katsuya frunció el ceño. La hinchazón era evidente pero un tobillo torcido no parecía explicar lo que más parecía un ataque de pánico.

–¿Podemos irnos a casa? –Reigen susurró escondiendo aún más el rostro contra sus brazos.

–Esa posición no es normal. Tiene que estar roto. ¿No tendríamos que ir al hospital? –Katsuya preguntó sin tener muy claro lo que hacer.

–¿De verdad hace falta? –Reigen lo miró, los ojos aún brillantes por las lágrimas–. Sólo quiero dormir. ¿A tu madre le importaría que me quedara con vosotros?

–Tendríamos que llamar a tus padres. Estarán preocupados.

Katsuya hacía tiempo que no se sentía tan inútil como en ese momento. De todas las cosas sobre las que había leído en internet, ¿Por qué nunca le había dado por manuales de primeros auxilios? Estaba casi seguro que en casos de rotura era mejor no moverlo sin antes inmovilizar el pie. La idea de cargarlo en brazos y empeorar las cosas consiguió ponerlo aún más nervioso.

Lo único que se oía en el silencio de la casa abandonada era el castañear de los dientes de Reigen. El dolor parecía mantenerlo casi drogado. Katsuya se quitó el abrigo y se lo ofreció antes de sentarse a su lado. La humedad del suelo se colaba a través de sus tejanos.

Reigen se acurrucó contra su costado. Todo su cuerpo tiritaba. Tenía que estar manteniéndose despierto sólo a fuerza de voluntad. El estrés tenía que haberle freído los nervios. Katsuya rescató el móvil de entre las manos de Reigen y lo dejó en el suelo, poniendo el manos libres. Los tonos llenaron el silencio.

La llamada acabó en el contestador una vez. Katsuya lo volvió a intentar. La llamada acabó en el contestador una segunda vez. No se molestó en llamar una tercera.

Katsuya notaba su poder vibrando bajo su piel. La ira, la frustración y el miedo batallaban en su pecho. Lo último que Reigen necesitaba era tener que lidiar con sus poderes fuera de control. Por una vez, iba a tener que ser capaz de mantenerse sereno. Ni que fuera porque alguien lo necesitaba.

En un último intento, volvió a coger el teléfono de Reigen y buscó de nuevo entre sus contactos.

Kageyama-san cogió el teléfono al primer tono.

***

Katsuya nunca había visto a Kageyama-san tan alterado como en el momento en el que entró en la casa, trozos de madera saltando por los aires, empujados por una embestida de poder. Sus ojos brillaban furiosos. La gabardina se balanceaba al ritmo de su paso marcial.

–¡Taka! ¿Sabes dónde estás? –dijo agachándose hasta quedar a su altura.

–Aquí, no me he ido a ninguna parte –Reigen murmuró.

Katsuya no acababa de entender la pregunta pero la respuesta pareció tranquilizar a Kageyama-san. Una sensación extraña le presionó el estómago. Con el pie roto tampoco es que hubiese podido irse muy lejos. Después de tanto tiempo, había demasiado que no sabía de la vida de Reigen.

–Ya he llamado a una ambulancia. No deberían tardar mucho. –Kageyama-san le revolvió el pelo, una sonrisa en sus labios.

–¿Tienes que despeinarme? –Reigen intentó protegerse la cabeza del ataque–. Estoy bien.

–Una vez se te despierte el pie ya me lo dirás. –Kageyama-san zarandeó la cabeza–. Sólo tú podrías rompértelo en plano.

–¿Te tienes que meter conmigo? –Reigen frunció el ceño–. ¡Estoy herido! ¿No te doy lástima? ¡Tendrías que estar compadeciéndote de mí! ¡Serizawa! ¡Defiéndeme!

Oír su nombre en medio de la conversación lo pilló completamente desprevenido. Por un momento, estaba convencido de que Reigen se había olvidado de su existencia.

–¿Contra Kageyama-san? No esperes que pueda hacer mucho. –Katsuya sonrió.

Quizá era estúpido alegrarse pero tenía que significar algo que, entre todas las personas a las que llamar, Reigen lo hubiese elegido a él.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora