Allí no había nada

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Lo más sencillo hubiese sido volver a casa dando el móvil por perdido pero esta vez Arataka estaba seguro de que iban a pasar meses antes de que sus padres volvieran a comprarle otro. Desde la última discusión con su padre, parecía haberse dado por vencido y la única respuesta que había encontrado era la más completa desidia. Incluso su madre parecía agotada de soportar sus tonterías.

Taka no sabía si estar agradecido por sentirse como un cero a la izquierda en casa. Era lo único que explicaba que hubiese podido pasar tanto tiempo con Serizawa los últimos meses. Taka hacía tiempo que se había cansado de intentar compararse con la hija predilecta. Si a su madre no le parecía bien que fuese un incordio para la familia de Serizawa, tampoco se había molestado en decírselo.

Por un momento, deseó que Serizawa estuviera allí con él.

Era absurdo. Taka sabía de sobra que allí no había nada. Kageyama-san se había encargado de ello. Pero el sentimiento de aprehensión no era menos real por ello. El móvil ni siquiera podía haber acabado tan lejos. Sólo iba a ser un entrar y salir. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Arataka se acercó hasta la puerta y observó el interior a través de los huecos que dejaban las maderas que la tapiaban. La oscuridad apenas dejaba ver nada pero por un momento le pareció ver la silueta de su teléfono en el suelo.

–¿En serio? –Taka suspiró tirándose en el rellano y alargando el brazo por debajo de las maderas podridas. La gravilla se le clavaba en el costado y el polvo le hizo estornudar.

Por un segundo, rozó el aparato con las yemas de sus dedos. Sólo un poco más y podría olvidarse de ese lugar maldito por lo que le quedaba de vida.

–Mierda –Taka se maldijo a sí mismo al notar como se deslizaba, alejándose aún más.

Sin mucho ánimo, se levantó, sacudiéndose el polvo y la gravilla del pantalón y la chaqueta. Las maderas estaban podridas, tras demasiado tiempo a la intemperie sin ningún tipo de mantenimiento. Taka probó a tirar de ellas y golpearlas a base de patadas hasta conseguir abrirse paso. Sólo entrar y salir. Nada más.

***

Tras hacer malabares intentando no pincharse con ningún clavo oxidado ni las astillas de las maderas rotas Arataka se encontró dentro de la casa. Un escalofrío le recorrió la espalda. Las telarañas se habían acumulado en las esquinas del techo y las malas hierbas habían incluso roto algunas de las baldosas del suelo.

Taka avanzó despacio deseando no tener que haber vuelto a poner pie en ese lugar. Aún sin verla, la puerta que daba al sótano parecía acechar desde su subconsciente.

–No hay nada. –Taka se repitió en voz alta–. No seas idiota. No hay nada y ya no tienes diez años.

Sus pasos se dibujaron en el polvo que cubría todo el suelo. Taka se agachó para recoger el teléfono cuando una sombra negra corrió casi rozando su mano.

El grito hubiese helado a cualquiera.

Taka cayó de espaldas, todo su peso recayendo sobre su pie izquierdo. El dolor casi lo hizo gritar de nuevo. La cucaracha salió corriendo al fin. El sudor frío le resbalaba por la frente, no tenía muy claro si por el susto o el dolor. O quizá ambos. Con dificultad intentó ponerse en pie. Su tobillo se torcía en una dirección extraña.

La puerta de la entrada parecía demasiado lejos y la del sótano demasiado cerca. La idea de seguir allí un minuto más sólo conseguía ponerlo cada vez más nervioso. Mogami no estaba allí. No iba a pasar nada. En cuanto consiguiera su teléfono podría llamar a Serizawa y todo estaría bien.

Todo iba a ir bien.

Taka tenía la impresión de haberse olvidado de cómo respirar. Arrastrándose consiguió atrincherarse contra una de las paredes del comedor. ¿Y si había más cucarachas? Kageyama-san había exorcizado cualquier rastro del espíritu de Mogami. Allí no había nada que pudiera hacerle daño. Sólo sus recuerdos. Nada era más peligroso que su imaginación. Taka se mordió la mano intentando mantenerse en el presente. Las lágrimas parecían luchar por escapar. No era el mismo crío patético que había... No había nada. No había nada. Sólo eran sus propios miedos. Su mente siendo una hija de puta. Pero no había nada.

Taka miró a su alrededor. Las paredes del comedor parecían perder cualquier rastro de la pintura desconchada. El color del cemento de las paredes rasposas del sótano se elevaban a su alrededor.

Sólo necesitaba su teléfono.

Taka cerró los ojos e intentó respirar. No sabía cuánto tiempo había pasado perdido en sus propios recuerdos pero el frío le entumecía las manos y apenas se notaba la cara. Había sido un imbécil por creer que iba a poder hacer algo bien. Apenas era capaz de ver nada entre las lágrimas y el dolor pero Arataka consiguió arrastrarse hasta el móvil. Era reconfortante tenerlo de nuevo entre sus manos. Apenas se atrevió a desbloquear la pantalla. Mogami podía volver en cualquier momento. ¿Y si Serizawa acababa en aquel infierno con él? Taka volvió a acurrucarse contra la pared como si la pared fuera a poder protegerlo de algo.

Sus manos temblaban mientras intentaba encontrar el número de Katsuya entre sus contactos. Tenía la impresión de haber perdido tres horas de su vida, perdido en su propia mente. Le escocían los ojos, las lágrimas resbalando por sus mejillas. Los tonos parecían alargarse una eternidad.

La voz de Katsuya ni siquiera parecía real cuando al fin contestó.

Taka se mordió el labio. No sabía si le saldrían las palabras cuando al fin consiguió abrir la boca.

–K-Katsuya, ¿crees que podrías venir a buscarme? L-lo siento, sé que no... p-pero... ¿P-por favor?

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora