Pasado (II)

180 24 5
                                    


Shigeo observó la casa abandonada al otro lado de la calle. Sus pasos resonaban contra el asfalto en el silencio antinatural que casi podía notarse en el paladar, como una presencia enfermiza, viscosa y gélida. Estaba seguro que incluso alguien sin la más mínima habilidad psíquica habría podido notar el escalofrío erizándole el vello de la nuca. Habiendo nacido y crecido en Ciudad Aliño, era sorprendente que nada lo hubiese traído antes hasta allí. Todo el mundo en la ciudad conocía al amigo de un amigo que había desaparecido en esa casa. Su leyenda urbana particular.

Quizá esa tenía algo de verdad.

El rumor decía que el cuerpo de Mogami seguía incorrupto colgado de una de las vigas del sótano. Lo que era seguro era que algo muy poderoso aún habitaba entre esas cuatro paredes, su aura extendiéndose hasta contaminar toda la calle. Era imposible que el crío estuviera allí. Sólo un imbécil habría sido tan inconsciente como para poner un pie allí dentro.

O unos niñatos inconscientes.

Shigeo suspiró. Era fácil olvidar lo idiotas que podían llegar a ser los críos cuando Shigeo apenas había tenido amigos mientras aún estaba estudiando. A su manera, Shigeo había sido afortunado. Quizá no ayudaba demasiado a su autoestima, pero al menos todo el mundo había decidido que era mejor simplemente ignorarlo. Quizá también él provocaba escalofríos como ese lugar maldito. Casi era mejor no darle demasiadas vueltas. No era como si pensar en ello fuera a cambiar nada.

Y quizá era mejor así.

Quizá Shigeo no era tan distinto de ese lugar. Las imágenes de Ritsu siendo apenas un crío, inconsciente en el suelo, la sangre formando un charco a su lado se superponían con las imágenes de Ritsu en su apartamento, como si no fuera más que una muñeca de trapo. Shigeo ni siquiera recordaba lo que había pasado pero sólo podía ser culpa suya, culpa de ese monstruo incontrolable que vivía en su interior. Ritsu no había sido capaz de mirarlo a la cara al despertar en el hospital. Shigeo ni siquiera podía culpar a su hermano por tenerle miedo. Shigeo era peligroso, las últimas semanas sólo habían demostrado lo que siempre había sabido.

Seguir pensando en ello no iba a ayudarlo en nada cuando tenía trabajo que hacer. Reigen-san lo había contratado para buscar rastros de su hijo en esa casa. Quizá la madre del crío no había estado tan equivocada al pedir su ayuda. Quizá el problema era que la policía no había mirado en los lugares adecuados. Shigeo observó de nuevo la fachada rojiza. Si había algo de verdad en los rumores que rodeaban ese lugar, quizá el crío nunca había llegado a salir de allí.

***

Shigeo gruñó al oír la puerta del sótano cerrándose tras de sí con un golpe seco. Estaba seguro que Mob aún seguía en control de su cuerpo cuando había decidido entrar en ese lugar cuando todo gritaba que era una idea horrible.

–Y de nuevo me toca a mí lidiar con tus desaguisados. –Shigeo se giró e intentó abrir la puerta pero fue inútil.

Con un suspiro, siguió bajando las escaleras. Los escalones crujieron bajo su peso. El sótano olía a moho y la humedad se calaba hasta los huesos. En la penumbra, apenas pudo distinguir el color de las paredes desnudas. Cajas y cajas de herramientas oxidadas se amontonaban en un rincón. Una cuerda inerte colgaba en el centro. Quizá incluso Mob hubiese podido llegar a creer que algo de aquello era real, pero Shigeo conocía demasiado bien la sensación.

–Porque no dejamos de perder el tiempo. –Shigeo habló a la nada. No necesitaba verlo para saber que no estaba solo.

Las paredes empezaron a deformarse a su alrededor, deshaciéndose en filamentos de cieno mientras sus pies se hundían en el cemento como si fueran arenas movedizas. Shigeo no pudo evitar reír. Era casi tierno que el ser que habitaba ese lugar creyera que podía hacerle algún daño. Shigeo alzó el brazo, la mano extendida y cualquier rastro del sótano desapareció, dejando sólo la inmensidad de la nada. Por un momento, sintió vértigo. Las sombras empezaron a crecer de nuevo a su alrededor.

–Espers, siempre tan engreídos. –La voz resonó en su cabeza–. Pero tú y yo somos iguales. Los odias tanto como yo.

Shigeo no sabía qué esperar pero la figura enjuta y distorsionada como la imagen de una tele mal sintonizada resultó anticlimática. Mob había crecido viendo ese rostro cada sábado. Por algún tiempo, incluso había querido ser como él. Mogami Keiji era su prueba de que podían ser normales. Shigeo no pudo evitar reír.

–¿Odiar? Eso sería lo más sencillo –Shigeo alzó el brazo–. Sólo dime una cosa: los críos nunca desaparecieron de verdad. Los cadáveres siguen en el sótano.

–No merecían otra cosa.

El espíritu de Mogami se bañó en un aura del color de la sangre. Su rostro parecía haber desaparecido por completo, salvo las dos esferas vacías que irradiaban como si fueran llamas en el lugar que hasta hacía un segundo habían estado sus ojos.

Shigeo no se molestó en contestar.

El crío de la foto no tenía más de diez años. Salvo ser un imbécil por decidir entrar en ese sótano, no había hecho nada que justificara la venganza del espíritu. Si alguna vez Mogami Keiji había sido humano, allí sólo quedaba odio. Su mente no era más que un erial. Shigeo dejó que el poder brotara sin control, arrasando y despedazando cada rincón, destrozando los muros de la consciencia de Mogami.

El sótano volvió a aparecer a su alrededor.

Esta vez era real.

El olor dulzón de la podredumbre casi lo hizo vomitar. Una montaña de huesos se acumulaba en el suelo. Shigeo no se atrevió a contar, pero debían ser al menos una veintena. ¿Nadie los había echado de menos? Al menos uno era reciente, los gusanos y las moscas aún dándose un festín con su carne. Y en medio de todo aquello, el crío de los carteles.

Arataka, así era como se llamaba.

El crío apenas respiraba. Los labios resecos hablaban de demasiado tiempo sin ingerir ningún tipo de líquido. La mente de Shigeo intentó buscar desesperada cuantos días podía sobrevivir alguien sin beber agua. Mob había querido salvar a ese crío. Shigeo se agachó y cogió al crío en brazos, apretándolo contra su pecho. Apenas pesaba nada. Tan frágil, casi parecía que pudiera romperse en cualquier momento. Quizá hubiese tenido que preguntar qué iba a pasarle a la consciencia del crío antes de decidir acabar con el espíritu.

–Arataka, tienes que despertarte. –Shigeo no recordaba haber estado tan asustado nunca. Incluso cuando en su ira había conseguido dejar inconsciente a Ritsu, no había sido lo mismo–. No puedes morirte, Mob volverá a creer que es culpa mía. ¿Me oyes?

El único signo de que el crío seguía vivo era el movimiento casi imperceptible de su pecho. Shigeo apenas tardó un instante en sacar el móvil de su bolsillo y llamar a una ambulancia. Cuando al fin colgó, el silencio sonaba igual que su desesperación.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora