Rei-chan

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Hoyuelo ya había tenido suficiente de tanta gilipollez. Se suponía que sin el crío tocando las narices, Shigeo tendría que haber sido más fácil de manipular pero el tiro le había salido por la culata. Sus planes para conquistar el mundo no iban a llegar muy lejos si el elemento clave se pasaba el día encerrado haciendo el equivalente psíquico del macramé. Si al menos hubiese podido poseerlo, pero ni siquiera dormido, Hoyuelo era suficientemente fuerte para ignorar sus barreras naturales. No era porque no lo hubiese intentado.

Aún no podía creerse que hasta echara de menos que lo amenazara con exorcizarlo. Desde que Shigeo se había peleado con el criajo, se había limitado a ignorar a Hoyuelo como si sólo fuera una mosca cojonera. A veces, incluso estaba seguro de estar tratando con otra persona. Si Reigen era lo que Shigeo necesitaba para volver a la normalidad, Hoyuelo iba a ofrecérselo en bandeja.

O al menos ese era el plan.

–¡Hey! –Hoyuelo gruñó cuando el aura le dio un chispazo como si estuviera cargada de electricidad estática–. ¿Se puede saber por qué narices hay una barrera?

El crío se giró sobresaltado, soltando lo que fuera entre las manos sobre el escritorio y escondiéndolo tras su espalda.

–¡Mierda! Me has asustado. –Acercándose hasta la ventana, la abrió y lo dejó entrar–. ¡Eres tú!

Menudo Idiota. Quién hubiese puesto la barrera, no se había molestado en explicarle cómo no dejar pasar a elementos indeseables. Pero bueno, mejor para él.

–Niñato, ¿se puede saber qué estabas haciendo?

No era como si el crío nunca hubiese tenido mucha carne pegada a los huesos, pero si seguía perdiendo peso al final iba a desaparecer. Hoyuelo cruzó la habitación, su curiosidad arrastrándolo hasta el escritorio.

–Tengo un nombre, ¿sabes? –el crío lo siguió, algo enfurruñado–. Es Reigen. Arataka Reigen. No "Niñato".

–Ya sí, lo que tú digas. –Hoyuelo lo ignoró, más interesado por el cutter tirado en medio de la mesa–. ¿Entonces estabas haciendo manualidades?

Estaba claro que el crío estaba mal de la cabeza. Era lo único que explicaba que hasta no hacía tanto pasara la mayor parte del tiempo con Shigeo. Era tan patético. Y pensar que ese crío tenía en la palma de su mano al ESPer más poderoso que Hoyuelo se había cruzado en sus siglos de existencia.

–¿Y a ti que te importa? –El crío gruñó, cogiendo el cutter y guardándolo en el primer cajón del escritorio–. ¿Y qué haces aquí? Lárgate. No haces más que causar problemas.

–¿Yo? ¿Te has mirado en el espejo últimamente? –Hoyuelo contestó sarcástico.

El crío se atrevía a echarle algo en cara cuando todos sus planes para convertirse en el dios benevolente que los estúpidos humanos necesitaban se habían ido al traste por su culpa.

–Shigeo podría tener el mundo en la palma de su mano si quisiera y en vez de eso, prefiere ser una persona normal porque un mocoso cree que está mal utilizar sus poderes contra otros humanos.

–¿Entonces fuiste tú quién lo convenció de torturar a Sato?

–Hubiese estado bien, pero no. Para ser algo sádico se basta con él mismo. Sólo necesitó un pequeño empujoncito. Aún no entiendo porque le importas tanto pero vas a echarme una mano.

–¿Qué? ¡No! Deja a Kageyama-san en paz. –El crío saltó intentando cogerlo, como si fuera a poder tocar a un espíritu cuando el único motivo de que pudiera verlo era porque Hoyuelo así lo quería.

–Ya me cansé de jueguecitos estúpidos.

Con un leve pop, consiguió meterse dentro del cuerpo del crío. Como si estuviera calentando antes de empezar a hacer ejercicio, estiró los brazos. Acostumbrarse a un nuevo cuerpo siempre le llevaba algunos segundos. El pelo pajizo le caía desordenado sobre la frente y los dos círculos rojos brillaban en sus mejillas.

–Ah, mucho mejor. –Hoyuelo sonrió satisfecho al observarse en el reflejo de la ventana–. Veamos si mi teoría es correcta y conseguimos hacerlo salir de nuevo, ¿eh, Rei-chan?

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora