San Valentín

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 Al día siguiente era San Valentín pero Arataka ya había tenido suficiente de tanta cursilería por lo que le quedaba de vida. Si tenía que ver un sólo escaparate más lleno de corazones, flores y osos de peluche no prometía responder de sí mismo. San Valentín era uno de los días más deprimentes del año y nadie iba a hacer que cambiara de opinión.

Apenas quedaban diez minutos para que terminara su última clase y al fin podría irse a casa sin tener que soportar escuchar un minuto más a las chicas de clase hablando sobre a quién le iban a regalar bombones entre risas estúpidas. Como si todo el mundo no se hubiese enterado ya.

Serizawa había quedado para terminar un trabajo en grupo, así que sus planes para esa tarde eran pasar por la oficina, ver qué tal iban las visitas de la página web y comprobar si Kageyama-san necesitaba ayuda con algo. Últimamente los amuletos se habían estado vendiendo bien. Por mucho que odiase el día de los enamorados, preparar alguna edición especial no hubiese sido mala idea. Quizá el año que viene. Kageyama-san no lo mencionaba demasiado a menudo, pero con los pocos casos que tenían era imposible que le estuvieran saliendo los números.

Arataka se dejó caer sobre la mesa nada más oír el timbre. ¿Por qué tenía que existir San Valentín? No era como si le gustara nadie pero estaba cansado de sentirse patético cada vez que no recibía ni una triste postal. Arataka esperó a que la mayoría de compañeros se hubiesen ido antes de coger su mochila y salir de clase. No creía que fuera tan feo, quizá demasiado del montón, pero era bastante simpático. Eso tenía que contar para algo, ¿no?

Lo que era, era un imbécil.

No tendría que habérselas dado de nada hablando con Serizawa pero reconocer que era el marginado de la clase hubiese sido mil veces peor. ¿Por qué había tenido que contarle una patraña sobre cómo por San Valentín siempre recibía una docena de cajas de bombones? A Serizawa ni siquiera le hubiese importado que Arataka no fuera popular. La culpa era de su complejo de inferioridad, pero eso no era algo que pudiera reconocerle tan fácilmente. Serizawa era genial y tenía unos poderes alucinantes mientras que él sólo era él. Ahora que Serizawa había vuelto a empezar a ir a clase, lo mismo ya no tenía tiempo para perder el tiempo con un chaval de instituto. Lo último que necesitaba era tener que preocuparse porque Arataka era incapaz de hacer amigos de su edad.

Arataka gritó alzando los brazos desesperado. Dándole vueltas no iba a arreglar nada y siempre podía comprar él mismo el chocolate. Serizawa no tenía porque saber que Arataka era un mentiroso.

–¿Uno no puede tener un mal día? –Arataka gruñó al grupo de chicas mirándolo con cara de asco.

Aún había gente en las taquillas cogiéndo los zapatos de calle cuando Arataka se acercó hasta la suya. Un sobre cayó a sus pies nada más sacar las bambas. Arataka se agachó y lo cogió como si se tratara de un sobre bomba. Con el ceño fruncido, lo observó. El sobre rosa tenía que ir con una de esas hojas de papel perfumado que las chicas de clase estaban obsesionadas en coleccionar. Arataka le volvió a dar la vuelta. Alguien tenía que haberse confundido pero allí estaba su nombre, escrito con bolígrafo azul.

–Muy gracioso. –Arataka gruñó observando a lado y lado.

En algún rincón, sus compañeros de clase tenían que estar esperando para reírse de su reacción. Arataka no era tan imbécil como para creer que la carta era real. Con el ceño fruncido, abrió la carta sin tener muy claro qué esperar. No había ningún nombre ni nada que le ayudara a descubrir quién era el remitente misterioso pero la letra era demasiado redondita y clara para que no fuera la de una chica.

Arataka observó la hoja por las dos caras. Alguien le había escrito una carta de amor, como esas que se veían en los shojo, con pegatinas de corazoncitos y purpurina. Y quería que se vieran detrás del gimnasio. Su cara tenía que ser digna de ver si estaba tan roja como se la notaba. Apenas eran tres frases escuetas pero la idea de que pudiera gustarle a alguien consiguió dibujarle una sonrisa. Quizá ese San Valentín sería distinto. ¿Y si conseguía echarse novia? Casi no podía esperar a contárselo a Serizawa.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora