Súplicas

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Lo último que Taka hubiese imaginado era ver a Sato arrodillado a los pies de su cama suplicándole que todo parara. Nada de lo que había salido de su boca en los últimos diez minutos tenía el más mínimo sentido pero el terror era patente en su rostro.

–No sé qué crees que puedo hacer por ti. –Taka se lo quedó mirando, apoyado en el cabecero de la cama.

Lo único que quería era que Sato saliera de su habitación y que se olvidara al fin de su existencia. Taka estaba demasiado cansado para que le importara lo más mínimo nada de lo que tuviera que decir.

–¡No puedo dormir! ¡No puedo pensar! ¡Me mira a todas horas! Sé que está ahí, puedo notar su presencia.

–¿El qué? ¿Qué se supone que está ahí? ¿Crees que te he maldecido? ¿Qué un espíritu maligno te acosa incluso mientras duermes? No le desearía algo así ni a mi peor enemigo. –Taka no pudo evitar reír ante una idea tan absurda–. ¿De verdad crees que tengo esa clase de habilidad? No soy como tú, no necesito hacerle la vida imposible a nadie para sentirme mejor que el resto.

–¡Pero todo empezó con ese amigo tuyo! ¡Y ese psíquico loco para el que trabajas! ¡Sé que han sido ellos! Es culpa suya que me persiga a todas horas. –Sato empezó a llorar–. Por favor, sólo pídeles que me deje en paz. Siento no haberte creído antes. Pero por favor. Por favor, Reigen. Me estoy volviendo loco, no puedo más.

–¿Kageyama-san y Serizawa? –Taka no pudo evitar volver a reír. La idea era tan absurda que ni siquiera computaba en su mente–. Nunca harían algo así. ¿Por qué deberían molestarse por alguien como tú? No puedo hacer nada por ti.

Sato se levantó. Sus ojos estaban enrojecidos. Taka tuvo la impresión de estar mirándose en un espejo, las ojeras pardas bajo sus ojos y la piel de un color enfermizo. Serizawa ni siquiera sabía quien era Sato, no había ningún motivo para que se hubiesen encontrado y Kageyama-san... La idea de que pudiera tener algo que ver le revolvió el estómago.

–Sólo habla con tu jefe. No vas a tener que volver a escuchar ni media palabra de mí. Si hace falta lo juraré delante de quién quieras pero por favor. Reigen, por favor.

–Está bien –Taka suspiró–. Pero no puedo prometerte nada.

–L-lo entiendo. Sólo gracias por intentarlo. He sido un imbécil. N-no merecías

–Ahórrate tus disculpas –Taka lo cortó antes de que Sato pudiera volver a enzarzarse en una retahíla de súplicas infinitas.

–Lo siento. ¡Lo entiendo! –Sato se levantó y se detuvo en el umbral un instante–. C-cuando éramos pequeños... Mogami estaba allí. N-no te lo habías inventado, ¿verdad?

–¿Acaso importa? –Taka contestó tajante, su mirada fija en el rostro de Sato–. Siete años es mucho tiempo.

Sato abrió la boca y la cerró de nuevo como si fuera un pez boqueando fuera del agua. Completamente perdido y asustado, sólo era otro crío patético. Quizá no eran tan diferentes pero Taka no le debía ninguna explicación.

Ni siquiera le debía perdonarlo por los meses y meses que lo había tratado de mentiroso y de sólo buscar atención. Ni por los años que había conseguido que en clase nadie le dirigiera la palabra por miedo a encontrarse en el lado de los marginados. A esas alturas ya no le importaba. Aunque el resto del mundo lo hubiese seguido odiando, Taka tenía suficiente con saber que Serizawa iba a seguir ahí.

***

Taka había perdido la cuenta de cuánto tiempo había pasado encerrado en su habitación pero volver a ver la calle y oler el humo de los coches era reconfortante. El médico le había prohibido poner el pie en el suelo todavía pero tras algún traspiés con las muletas parecía que al fin les estaba pillado el tranquillo.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora