Hoyuelo

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 –Ya has conseguido lo que querías. ¿Puedes dejar de tenerme siguiendo a un niñato de una vez por todas? –Hoyuelo no se molestó en esperar a que Shigeo terminara de hablar por teléfono antes de plantarse en sus morros.

Hoyuelo se había preguntado más de una vez porque consentía a Shigeo lo tratara como a una mascota. Luego recordaba que la otra opción era desaparecer de este mundo y Hoyuelo tenía planes. Convertirse en Dios no era algo que se consiguiera así como así y Shigeo era su mejor opción para conseguirlo. Y aún no podía desaparecer cuando ni siquiera sabía si había un más allá esperando para espíritus malignos como él.

–¿Cómo estás tan seguro? –Shigeo colgó el teléfono al fin.

Era una venganza ridícula, pero el espíritu se regodeó en la idea de que el ESPer más fuerte que se había cruzado en años tuviera que verse denigrado a coger el teléfono y atender clientes cuando era algo que odiaba con toda su alma.

–Te hubiese divertido ver como lloraba suplicándole a tu juguetito –Hoyuelo se hurgó la nariz fingiendo indiferencia–. Ya tienes lo que querías y no le ha pasado nada malo a ese imbécil.

–Te he dicho mil veces que no lo llames así. Taka no es ningún pasatiempo. Podrías demostrar más respeto. –Shigeo frunció el ceño–. Si no vas a resultar más que un incordio siempre puedo cambiar de opinión.

–¿Eso es lo que vale tu palabra? –Hoyuelo se apartó, flotando en medio de la oficina–. Te prometí que podía ser útil. Podríamos hacer grandes cosas juntos.

–Me gusta mi vida, no necesito hacer grandes cosas. –Shigeo no se molestó en levantar la mirada de la agenda en la que estaba anotando su próxima cita.

–¿Dónde queda la ambición? El único motivo de que sigas con esto es ese crío.

–¿Y qué? –Shigeo se encogió de hombros–. No es como si sirviera para nada más. Nunca hubiese podido ir a la universidad como Ritsu, ni tengo el don de gentes de Teru. Me han despedido de suficientes sitios en mi vida. No creo que me vaya tan mal.

–¡Oh! ¡Hablando del rey de Roma! –Hoyuelo volvió a colocarse junto a Shigeo en el mismo instante en el que la puerta se abrió golpeando la pared–. No entiendo qué utilidad le ves cuando ni siquiera es capaz de verme.

Shigeo le clavó una mirada asesina antes de sonreír al crío que se peleaba con las muletas en el umbral. Hoyuelo no necesitaba poder leerle la mente para saber que Shigeo quería que se largara. Podía esperar sentado si esperaba que lo hiciera. Si las cosas iban como Hoyuelo esperaba, el espectáculo podía ser demasiado entretenido para perdérselo.

–¡¿Has venido hasta aquí con las muletas?! –Shigeo apenas tardó un instante en estar junto al crío–. ¿Y si te hubieses caído? Podrías haberme llamado, no me hubiese importado pasarte a buscar si tantas ganas tenías de venir.

–No soy un inválido. No hay tanto rato desde casa hasta aquí –Reigen hizo caso omiso de la preocupación de Shigeo–, y Serizawa ha venido conmigo.

–Cualquiera lo diría –Hoyuelo contestó aprovechando que Shigeo no podía hacer nada para ahorrarse sus comentarios sarcásticos–. Sois tal para cual.

Por muchas vueltas que le diera, Hoyuelo no era capaz de entender el tipo de relación que tenían esos dos.

–¿Serizawa también ha venido? –Shigeo parecía nervioso al oír el nombre del otro ESPer.

Con un leve movimiento de cabeza, Shigeo lo miró de reojo y musitó que se largara sin apenas mover los labios.

Iba a ser divertido.

–¿Kageyama-san? –Serizawa apenas tardó un instante en darse cuenta de su presencia nada más entrar al despacho–. ¿Por qué hay un espíritu maligno en medio de la oficina?

–¿Hoyuelo? –Shigeo suspiró. No era como si negar su existencia fuera a servirle de algo con otro ESPer–. Hicimos un trato. Me ayuda con algunas cosas y mientras no sea un peligro para nadie no lo exorcizo.

–Shigeo, me hieres –Hoyuelo flotó hasta colocarse sobre su cabeza–. Pensaba que éramos amigos.

–El día que sepa lo que tramas, lo mismo me fiaré de ti. –Shigeo contestó, zarandeando las manos para alejarlo.

Reigen llevaba un rato mirando en su dirección pero era fácil ver por la frustración dibujada en su rostro que no podía verlo por mucho que achinara los ojos.

–Te vas a quedar idiota si sigues haciendo eso. –Sin mucho esfuerzo, Hoyuelo dejó que su imagen se hiciera visible incluso para los meros mortales sin ningún tipo de habilidad o poder especial.

–¡Aah! –Reigen pegó un bote, clavándose la jamba de la puerta en la espalda. Las muletas cayeron al suelo. Incapaz de aguantar el equilibrio, puso el pie en el suelo–. ¡Ah! ¡Mierda!

Pisar el suelo con el pie malo tenía que haber dolido lo suyo cuando al crío se le saltaron las lágrimas.

–¡¿Estás bien?! ¿¡Te has hecho daño?! –dijeron los dos ESPers a la vez. Las caras de Shigeo y Serizawa parecían el reflejo la una de la otra.

–¿Qué es eso de ahí? –Reigen lo señaló con el dedo–. Kageyama-san, dime que esa cosa no es la culpable de las pesadillas de Sato.

–Un respeto. –Hoyuelo puso sus pequeños brazos transparentes en jarra–. Estás delante de casi un semidiós. ¿A quién llamas cosa? Y deberías darme las gracias. ¿No te gustó el espectáculo?

–¿Gustarme? ¿Gustarme? Kageyama-san... sólo dime que no fue idea tuya. –Reigen sonaba cada vez más desesperado–. Nadie mejor que tú debería saber lo que es.

Shigeo parecía haberse quedado congelado a escasos centímetros del crío, incapaz de decir nada. Era como estar viendo en vivo y en directo cómo se desarrollaba una de las escenas álgidas de un culebrón. En un instante, por el rostro del crío pasaron media docena de emociones distintas.

–No me lo puedo creer –Reigen musitó–. No me lo puedo creer. ¿En serio? ¿Cómo has podido hacer algo así?

–Taka, ¿qué esperabas qué hiciera? Alguien tenía que mantenerte a salvo. –Shigeo alargó el brazo intentando acortar los escasos centímetros que los separaban pero Reigen se apartó como si los dedos de Shigeo ardieran al contacto.

–Serizawa, no hacemos nada aquí. –El crío ni siquiera pudo seguir mirándolo a la cara–. A-ayúdame con las muletas.

Serizawa parecía haber despertado de su letargo nada más oír su nombre. Apenas tardó un instante en recoger las muletas del suelo y ayudar a Reigen. Con cuidado, le pasó el brazo por la cintura y lo acompañó de nuevo hasta el umbral. La mirada de Serizawa estaba llena de tristeza cuando se giró una última vez antes de cerrar la puerta de Espíritus y demás tras de sí.

–Fantástico –Shigeo musitó dejándose caer en una de las sillas de recepción y se cubrió los ojos con el antebrazo–. Muchas gracias, Hoyuelo.

–Lo has hecho por su bien, dale unos días y se le pasará.

–Sólo espero que tengas razón.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora