Mentiras

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Shigeo acompañó al último cliente del día hasta la salida y se despidió con una leve reverencia antes de cerrar la puerta con un golpe seco. Agotado, miró la hora en su reloj de pulsera. Taka hubiese sabido cómo terminar la conversación sin parecer grosero. Shigeo se conformaba con no haber conseguido perder a uno de sus clientes más habituales.

A veces se preguntaba porque seguía con Espíritus y demás cuando la mayoría de la gente que solicitaba sus servicios lo único que buscaba era que les dijera lo que querían oír. No era la primera vez que le daban ganas de darles el contacto de Teru y olvidarse por completo de cualquier cosa que oliera a paranormal.

–A veces no sé cómo Taka lo hace –Shigeo suspiró dejándose caer en el sofá.

Lidiar con espíritus y maldiciones nunca le había supuesto ningún problema, pero socializar... Esa siempre había sido la peor parte de tener que tratar con clientes todo el día.

–¿Un día muy largo? –Serizawa preguntó ofreciéndole una taza de té recién hecho.

–Gracias, Serizawa. –Shigeo se incorporó y cogió la taza con las dos manos–. Sabes que no tienes por qué venir, ¿verdad? Taka exagera cuando dice que no podría sobrevivir solo.

–¡Oh! No me importa, Kageyama-san. –Serizawa se encogió de hombros–. Reigen me pidió el favor y tampoco es que tenga nada mejor qué hacer.

–Ese crío se preocupa demasiado por todo menos por sí mismo. –Shigeo observó su reflejo en el líquido humeante entre sus manos–. ¿Vas a ir a verlo antes de marcharte a casa?

–N-no lo creo –Serizawa titubeó–. Quizá mañana. Si sus padres están en casa sólo consigo ponerlo más nervioso. Kageyama-san, ¿puedo preguntarte algo?

Shigeo se lo quedó mirando. La imagen de Serizawa, con su metro ochenta, intentando ocupar el mínimo espacio posible siempre conseguía que se le hiciera un nudo en la garganta. Era demasiado fácil verse reflejado en ese crío cuando su vida tampoco era tan diferente.

–Reigen... –El crío parecía haberse tomado el silencio de Shigeo como una invitación a continuar–. ¿Algo de lo que dice es verdad? Porque llevo días dándole vueltas a algunas cosas y demasiadas cosas empiezan a no tener sentido.

La mirada de Serizawa permaneció clavada en el suelo mientras pronunciaba cada palabra como si hubiese tenido que arrancarlas una a una de su garganta. Era difícil imaginar lo que pasaba por su cabeza.

Shigeo suspiró. Quizá hubiese podido adornar la verdad pero mentir nunca había sido su fuerte.

–¿Lo que dice? No. –Shigeo zarandeó la cabeza–. Pero no es lo que dice lo que importa. Es lo que hace. Dime Serizawa, ¿qué es lo que opinas de Taka?

–¿L-lo que opino? –Las palabras se rompieron en un gallo demasiado agudo. El rubor le tiznó las mejillas de un color rojo intenso–. ¡R-reigen es mi mejor amigo! No creo que alguien más hubiese tenido la paciencia de pasar meses encerrado en mi habitación c-como si no fuese nada raro. P-pero estos días... No lo sé, tengo la impresión de que no sé nada de él.

–¿Estás seguro? Yo lo único que veo es a un crío de diecisiete años intentando impresionar a alguien.

–Preferiría que me dijera la verdad –Serizawa murmuró entre dientes–. Me gusta tal y como es. No necesito

–No eres el único –Shigeo se levantó y le dio una palmada en la espalda–, pero estamos hablando de Taka. Su concepto de la verdad es un tanto laxo.

No era la primera vez que Shigeo deseaba que la familia de Taka hubiese sido distinta. El desprecio por parte de su padre era difícil de entender. De su madre, Shigeo tenía la impresión que el problema era que no sabía hacer las cosas de otra manera.

–Será mejor que me vaya. –Serizawa se puso el abrigo y se colgó su mochila a la espalda–. Hasta mañana.

–Serizawa, ¿mañana por la mañana estás libre? –Shigeo preguntó antes de que Serizawa pudiera cruzar el umbral.

–Siempre puedo pedir los apuntes si me necesitas para algo.

Shigeo seguía sin tener demasiado claro si su plan era una buena idea pero empezaba a estar cansado de que nadie hiciera nada. El rostro de Taka, la última vez que lo había visto recordaba al de un cadáver. Shigeo estaba seguro que incluso la herida de la operación estaba tardando más de la cuenta en cicatrizar y a todo el mundo parecía darle igual.

Por mucho que Taka lo negara, las pesadillas tenían que haber vuelto. Shigeo aún recordaba los gritos de terror cada vez que Taka tenía un ataque de pánico. Demasiadas veces lo había visto temblar y murmurar. Entonces apenas tenía diez años y casi parecía ir a romperse entre sus brazos cuando lo único que conseguía calmarlo era notar el aura de Shigeo inundando el espacio. Shigeo prefería no recordar el sentimiento de impotencia cuando el crío no hacía más que suplicar y suplicar que quería irse a casa y lo único que podía hacer era esperar.

Aunque fuera lo último que hiciera, Shigeo pensaba descubrir quién había decidido devolver a Taka a ese infierno. Fuera quién fuera, iba a arrepentirse de haberse atrevido a ponerle una mano encima a su protegido.

–Creo que va siendo hora que hagamos una visita al instituto de Taka.

Shigeo no necesitó una respuesta para saber que los pensamientos de Serizawa no andaban muy alejados de los suyos.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora