Hikikomori

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Katsuya abrió los ojos, aún pegados por las legañas después de trasnochar hasta casi el amanecer. El paso de los días empezaba a difuminarse y cada vez le era más difícil ser consciente del paso del tiempo. Los días y las noches todos parecían iguales. Comía a la hora de desayunar y desayunaba a la hora de cenar.

Los e-mails de la uni se amontonaban en su bandeja de entrada pero Katsuya no se había molestado en abrirlos. Mientras siguieran sin leer, Katsuya podía vivir en un limbo en el que no tenía que saber si lo habían expulsado por incumplir los requisitos de permanencia. Quizá si hablaba con su profesor podía intentar salvar algo pero el esfuerzo resultaba demasiado. No era como si fuera a servir de algo cuando no era capaz de salir de aquellas paredes sin que el miedo a perder el control lo asfixiara.

La imagen de Reigen le vino a la mente. Lo echaba mucho de menos.

Katsuya se sentó en la cama, plantando los pies en el suelo. El dolor de cabeza no parecía querer dejarlo en paz. Sin mucho ánimo, Katsuya se levantó rascándose la barriga por debajo del jersey del pijama.

Con un bostezo, rescató el móvil. Los platos sucios y las latas vacías se acumulaban sobre el escritorio. El aire olía a rancio y sus rizos eran una maraña descontrolada y grasienta. Eran casi las tres de la tarde pero la habitación seguía en completa penumbra, las persianas bajadas impidiendo que la luz entrara.

La comida ya estaba fría cuando Katsuya abrió la puerta un resquicio y la arrastró hasta el interior de la habitación. Katsuya pudo ver el perfil de su madre como una sombra sentada en el sofá viendo la tele mientras trasteaba con el móvil entre sus manos. Katsuya cerró la puerta, incapaz de seguir mirándola. No era la primera vez que pasaban por esto y cada nueva recaída, todo sólo iba a peor. Katsuya había perdido la cuenta de a cuántos psicólogos, psiquiatras, médicos, terapeutas alternativos e incluso médiums había llamado su madre. Katsuya aún estaba esperando el día que se diera por vencida.

Quizá, si dejaba de respirar, el mundo se olvidaría de él mientras se pudría entre su propia inmundicia. Era difícil sentirse orgulloso de sí mismo cuando incluso lo más básico se convertía en un problema insalvable.

Echaba de menos a Reigen. Lo echaba mucho de menos. No sabía cuántas veces había tenido el teléfono en sus manos, el chat de LINE abierto. El medio centenar de mensajes seguían esperándolo sin una respuesta.

¿Por qué hacer lo correcto tenía que ser tan complicado? Al final, Katsuya había tenido que borrar el número de Reigen y bloquearlo en LINE. La tentación de llamarlo y suplicar que lo perdonara era demasiado grande para mantener la promesa que se había hecho a sí mismo. Reigen merecía mucho más de lo que Katsuya podía ofrecerle. Lo último que necesitaba era acabar arrastrado al caos que era su vida.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora