Mob

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Taka no sabía cómo había llegado hasta allí, pero cuando alzó la vista, el cielo era de un rojo oscuro que recordaba al color de la sangre. Las nubes negras aún oscurecían más el paisaje lúgubre de aquellas calles. Taka las reconoció y a la vez le parecieron demasiado extrañas. El cartel de la oficina de Kageyama-san colgaba de una de las fachadas, pero Taka habría jurado que siempre había estado al otro lado. Las calles desiertas le helaron la sangre. El viento que se arremolinaba arrastrando las hojas de los árboles olía a azufre y podredumbre.

Taka recordaba aquel olor.

Taka notó el sabor de la bilis en su paladar y vació los contenidos de su estómago sobre los adoquines de la acera. Taka se secó la boca con el anverso de la mano. Era difícil saber que era falso y que era real en aquel mundo en medio de ninguna parte. Las risas de dos críos resonaron en medio de la nada. Un sonido absurdo en medio de aquel escenario dantesco. Dos críos de apenas cuatro y seis años se cruzaron en su camino, corrían, persiguiéndose.

–¡Ritsu, espera! –Taka apenas tuvo tiempo de fijarse en la piel blanquecina y el pelo negro cortado en forma de tazón del más mayor de los dos.

Taka los siguió hasta que se desvanecieron antes de llegar a girar la esquina. Los sollozos desconsolados hicieron desaparecer cualquier rastro de las risas. Las suelas de sus bambas pisaron el charco espeso que empezaba a crecer en el suelo. Las lágrimas en los ojos del crío arrodillado en medio de la sangre apenas tenían tiempo de caer al suelo. El poder que emanaba de cada poro de su piel las hacía levitar hacia el cielo mientras el poder a su alrededor se condensaba hasta volverse opaco y el suelo se resquebrajaba abriéndose en canal.

–¡Kageyama-san! –Taka cogió al crío en brazos y salió antes de que la tierra los engullera.

No entendía nada de lo que estaba pasando, pero el crío entre sus brazos era lo único que parecía real en medio de aquella pesadilla. Taka siguió corriendo sin mirar atrás. Le ardían los pulmones pero se obligó a continuar.

***

En medio de aquella pesadilla, no parecía existir ningún rincón en el que estuvieran seguros pero el crío tiró de su mano y lo guió hasta el hueco debajo del tobogán del parque. Taka estaba seguro que era el mismo parque en el que había conocido a Katsuya; el mismo parque en el que se escondía cada vez que huía de casa. Quizá aquel también había sido el escondite de Kageyama-san cuando no era más que un crío indefenso.

–El monstruo se ha ido pero puede volver en cualquier momento.

–¿El monstruo? ¿Mogami? –Taka no acababa de entender las palabras del crío. Kageyama-san había acabado con ese monstruo hacía ya mucho tiempo.

–No, el monstruo que me robó el nombre. –El crío abrió mucho los ojos, le brillaban con lágrimas contenidas–. Le hizo daño a Ritsu. Le hizo daño a Teru. Mob. Mob. Mob. –El crío empezó a golpearse en la sien.

–Kageyama-san. Está bien, no pasa nada. –Taka lo cogió de las muñecas antes de que pudiera hacerse más daño–. Aquí estamos a salvo. ¿Sabes a dónde se ha ido?

El crío negó con la cabeza. Taka se asomó y observó el resto del parque y los edificios al otro lado de la carretera. Quizá llamarlo pesadilla era algo más que una metáfora.

–Kageyama-san, ¿Estamos en tu sueño?

El crío volvió a negar con la cabeza, la mirada clavada en el suelo. Taka suspiró. Nunca había llegado a imaginar a Kageyama-san cuando aún estaba en primaria pero no era demasiado sorprendente.

–¿Y sabes de quién es el sueño? –Taka preguntó sin demasiadas esperanzas. Estaba claro que no iba a sacarle nada.

A su lado, el cuerpo de Kageyama-san se tensó.

–Lo que está claro es que no podemos quedarnos aquí. –Taka se arrastró fuera del escondite. Si no se estaba volviendo loco y ese crío era realmente Kageyama-san, él era el único que iba a conseguir sacarlos de aquella dimensión extraña.

–No. –El crío lo cogió de la manga del uniforme y empujó con todas sus fuerzas–. No podemos irnos. Fuera todavía da más miedo. ¿No puedes quedarte?

Taka se lo quedó mirando. Los ojos llorosos del crío consiguieron encogerle el corazón pero era difícil imaginar que podía ser peor que aquella pesadilla.

Como si no lo supieras.

Las palabras lo asaltaron sin previo aviso. Imágenes de cadáveres a sus pies. Su hermana gritándole que nunca debería haber nacido. Los moratones en su cuerpo. Los silencios incómodos.

–¿No puedes quedarte aquí conmigo? –El crío lo cogió de la mano y lo arrastró hacia el fondo mientras todo se desvanecía a su alrededor. Los columpios en los que había esperado día tras día. Las calles y los edificios. Incluso el cielo, hasta que sólo quedó el vacío.

Y allí en medio, Kageyama-san.

Su rostro era una máscara resquebrajada a la que le faltaban piezas. El nombre que había estado cantando como una letanía vino hasta su mente. Mob.

–¿Dónde está Kageyama-san? –Taka preguntó.

–¿Taka? –Mob se giró, sus ojos inexpresivos observándolo con detenimiento–. Estoy aquí.

–No. –Taka sabía que ese era Kageyama-san pero a la vez, algo no estaba bien–. Tú no estabas allí cuando Mogami

Taka se acuclilló sobre sí mismo. Todo parecía demasiado para su mente aturdida. Los recuerdos parecían ir a asfixiarlo. Taka no entendía nada pero lo sabía en sus entrañas. Aquel hombre no era quién lo había salvado de su pesadilla.

–¿Quién es el monstruo? –Taka apenas susurró la pregunta, pero en medio de la nada bien podría haberla gritado–. Kageyama-san, ¿quién es el monstruo?

–¿Por qué quieres saberlo? Todo se tuerce cuando algo tiene que ver con él. –Taka pudo notar la presencia del hombre acercándose despacio–. Podemos quedarnos aquí. No necesitamos ir a ningún lado.

Otra pieza de la máscara cayó, desvaneciéndose en la nada. Kageyama-san no era el único que había estado huyendo. Taka sólo quería volver por mucho que le aterrara lo que pudiese encontrar. Al otro lado alguien lo estaba esperando. ¿Por qué no había llamado a Katsuya antes de acabar así? Desaparecer sólo era la salida fácil.

–Mob. –Taka rió. Era un buen nombre. Mob.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora