Esperanza

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Tanako cogió el folleto horrorizada por los colores estridentes, la tipografía en Comic Sans y la sobresaturación de la composición. Tras años como diseñadora gráfica, nunca había visto nada tan horrible como aquel engendro del mal que parecía estar anunciando algún tipo de servicio de parapsicología. Tanako había visto todo tipo de charlatanes desde el día que Katsuya había resultado no ser del todo normal. Ninguno gritaba tanto a timo como "Espíritus y demás".

Su primera reacción fue tirar el papel a la basura y olvidar que aquella cosa infecta se había cruzado en su vida. Con un suspiro resignado, volvió a leer la información del folleto. La dirección no quedaba demasiado lejos de allí y Tanako ya había probado con todos los sitios que se podían considerar respetables. No perdía nada por intentarlo si algo de lo que ponía allí era cierto. Katsuya necesitaba ayuda y Tanako estaba desesperada por conseguírsela como fuera.

Tanako no sabía qué esperar de un lugar que se anunciaba con aquel tipo de publicidad pero lo que encontró era un edificio de oficinas completamente anodino como el millar idénticos que se podían encontrar en la ciudad. Casi no acababa de creerse que hubiese pasado por allí decenas de veces sin fijarse en el cartel colgado en la fachada.

Tanako sacó el panfleto y comprobó el piso y la puerta antes de llamar al interfono. La puerta estaba abierta al llegar al segundo piso. El interior de la oficina no se diferenciaba mucho del de la decena de consultas en las que había tenido que esperar para que le dijeran si podían ayudar a su hijo. Los muebles se veían baratos pero estaban bien cuidados, de colores claros. Dos sillas negras hacían de sala de espera frente a la recepción. Tanako se quedó de pie.

–Un momento, por favor. –Por un momento había pensado que no había nadie cuando las palabras llamaron su atención.

La voz pertenecía al chico sentado frente al escritorio del fondo. Parecía concentrado escribiendo algo en su ordenador. En algún momento, tenían que haber sido más gente pero Tanako no vio a nadie más.

–Es un folleto horrible –Tanako dijo al ver el trozo de papel todavía entre sus manos–. L-lo siento, no

–Yo también lo pienso. –El chico se levantó acercándose hasta ella–. Mi ayudante cree que así llama más la atención.

El chico era todo lo contrario de lo que Tanako hubiese podido esperar viendo el diseño del panfleto. No debía tener más de veintiséis o veintisiete años, con el cabello negro completamente liso cubriéndole la frente y una mueca casi inexpresiva.

–¿Té? –preguntó guiándola hasta los sofás junto a su escritorio y poniendo a hervir el agua de la tetera eléctrica sobre la mesa–. Lo siento, no le he preguntado su nombre.

–Tanako Serizawa –dijo aceptando el ofrecimiento y sentándose en uno de los sofás.

–Shigeo Kageyama, encantado. –El chico dibujó una pequeña mueca que pretendía ser una sonrisa–. ¿En qué puedo ayudarla, Sra. Serizawa?

Tanako jugueteaba nerviosa con sus manos sin saber muy bien qué decir. Daba igual cuantas veces hubiese explicado el problema de Katsuya, nunca resultaba sencillo. Se dejó un instante para pensar, cogiendo la taza y dejando que el calor la ayudara a calmar los nervios.

–Es por mi hijo –dijo al fin tras pegar un sorbo–. Necesita ayuda y quizá usted pueda hacer algo.

***

Tanako se acercó hasta la puerta de la habitación de Katsuya y escuchó intentado intuir los movimientos de su hijo al otro lado. Apenas fue capaz de distinguir el ruido de pasos y el crujir de la silla. Hacía días que Tanako apenas veía retazos de la figura encorvada que residía allí dentro. A veces, tenía la impresión de vivir con un fantasma.

Tanako había sido incapaz de parar quieta un instante en toda la mañana. No sabía cuántas veces había reordenado las estanterías del mueble del comedor. Kageyama le había dicho que se pasaría hacia las cuatro y ya pasaban cinco minutos.

Los nervios iban a conseguir acabar con ella. Tanako aún recordaba la última vez que un profesional había venido a ver a Katsuya y no era una experiencia que quisiera repetir.

Al menos Kageyama había sido sincero respecto a lo que podía esperar. Katsuya no estaba maldito y no había una cura mágica que fuera a curarlo de forma espontánea. El único que podía sacarlo de su habitación era el propio Katsuya.

Tanako se sobresaltó al oír el timbre.

Kageyama parecía incluso demasiado normal. Nada hubiese hecho pensar que aquel chico pudiera ser realmente algo extraordinario. Quizá aquel chico no era nada más que un timo pero algo en la forma en la que Kageyama le había hablado el día anterior le hacía tener esperanzas.

Por primera vez en mucho tiempo, Tanako había tenido la impresión de que alguien la entendía.

–¿Está en la habitación al final del pasillo? –Kageyama preguntó nada más entrar.

Takako afirmó con la cabeza.

–Hoy es un mal día. –Lo guió hasta el cuarto en el que Katsuya llevaba recluido ya más de tres meses–. No estoy segura de que quiera hablar.

–Al menos puedo intentarlo. –Kageyama se encogió de hombros–. Y siempre puedo volver otro día.

–Sólo tenga cuidado. –Tanako nunca iba a ser capaz de olvidar que su hijo era peligroso.

Tanako observó al chico una última vez antes de llamar a la puerta. Sólo esperaba no estar cometiendo un error.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora