Bichos raros

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Shigeo observó la calle entre las lamas de su persiana. Su último cliente cruzó la calle, desapareciendo de su campo de visión. El suelo aún estaba húmedo tras las lluvias del día anterior. Sin mucho ánimo, se sentó frente a su escritorio y abrió el libro de registro para actualizar el historial de la visita. Cuando Taka le había regalado el libro de "Gestión de negocios para Dummies" no esperaba encontrar nada útil pero el lomo amarillo y negro seguía observándolo junto a su calculadora y el portalápices. Taka incluso había subrayado y marcado con post-its los puntos más importantes.

A su manera, Taka era un crío muy raro. Quizá por eso seguía insistiendo en ayudarlo en la oficina cuando había un millón de cosas más interesantes con las que un crío de trece años podía ocupar sus tardes. Durante meses, Shigeo había estado convencido que antes o después se acabaría cansando pero aún no había sucedido. Tras casi un año, Shigeo empezaba a tener dudas de que llegara a pasar algún día.

La primera vez que Taka no apareció por la oficina, Shigeo no le dio más importancia. No era como si aquel fuera el mejor lugar para un crío. Tampoco el segundo día.

O el tercero.

Hacía dos semanas que Shigeo no sabía nada de Taka cuando al fin se empezó a preocupar. Arataka Reigen no era ningún idiota. Era imposible que le hubiese pasado nada malo. Aunque a veces, el crío tenía la virtud de ser demasiado listo para su propio bien.

"El teléfono está apagado o fuera de cobertura."

Shigeo se maldijo. Quizá hubiese hecho bien en recordar mucho antes como lo había conocido. Si al crío le había pasado algo y Shigeo no había estado allí para protegerlo no se lo iba a perdonar a sí mismo en la vida.

Sin pensárselo dos veces, cogió su abrigo del colgador y no se molestó en ponerselo antes de correr escaleras abajo.

Shigeo no sabía cuánto rato llevaba dando vueltas por el barrio cuando al fin lo vio, completamente solo, sentado en los columpios de un parque cercano.

–¡Kageyama-san! –el crío se levantó dibujando una sonrisa nada más verlo–. ¿Qué haces aquí?

Shigeo notó cómo se desataba el nudo que llevaba atenazándole el estómago todo el día. En las últimas horas, una decena de escenarios horribles le habían cruzado por la mente, cada cual más cruel que el anterior.

–Tu móvil estaba apagado y hacía muchos días que no sabía nada de ti.

–Oh, ha muerto y mamá no puede comprarme otro hasta que no cobre. –Taka se dio un poco de impulso para columpiarse. Las cadenas chirriaban con el vaivén–. Siento no haber dicho nada.

–No pasa nada. Si tienes otros planes, no tienes que venir. –Shigeo se encogió de hombros–. Pero la oficina no es lo mismo sin ti.

–¿Me has echado de menos? –Taka clavó los pies en el suelo, deteniendo el columpio por completo–. Si es que qué harías sin mí, ¿cierto?

–Cierto. –Shigeo le revolvió el cabello–. Me alegro que estés bien.

–Kageyama-san, ¿puedo hacerte una pregunta? –La voz de Taka sonó tremendamente pequeña.

Shigeo asintió con la cabeza.

–¿Alguna vez has odiado tener poderes? –Era la primera vez que Shigeo lo veía tan serio.

–No siempre es fácil y no todo el mundo es capaz de entender lo que significa. A veces preferiría no tenerlos pero son tan parte de mí como el color de mi piel o el negro de mi pelo. ¿Por qué esa pregunta así de repente?

–No es nada, sólo curiosidad. –Taka apartó la mirada, dejando que se perdiera en un punto en el infinito–. Ya tampoco importa.

–¿Por qué esa cara tan larga? –Shigeo se sentó en el columpio que aún estaba vacío–. ¿Y si te invito a ramen y me cuentas qué es lo que ha pasado?

–¡Oh! ¡Yeah! ¡Ramen! –Taka se levantó de un salto, alzando los brazos, cualquier preocupación completamente olvidada por el momento.

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora