Otro día

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 Katsuya miró la pantalla de su móvil y frunció el ceño nada más leer el mensaje de Reigen.

Reigen:

Estoy cansado, quizá otro día.

No sabía porque había esperado algo distinto cuando las últimas dos semanas todo habían sido respuestas evasivas y promesas vacías. Al menos Reigen seguía contestando a sus mensajes. Katsuya ni siquiera le había tenido esa deferencia cuando su mente había decidido que lo mejor que podía hacer era arrancarlo de su vida. Quizá se lo merecía cuando, de alguna forma, Katsuya había sido cómplice en la pelea entre Reigen y Kageyama-san.

Las cosas entre esos dos parecían haberse escolado por el desagüe y Katsuya ni siquiera tenía claro si tenía derecho a intentar hacer algo. Katsuya no sabía qué pensar. Kageyama-san siempre se había preocupado por Reigen. Incluso había hecho todo lo posible por Katsuya, cuando no tenía ninguna obligación. Katsuya entendía la frustración de no poder hacer nada más por Reigen, ¿pero hacer pactos con espíritus malignos? Decir que no estaba preocupado hubiese sido mentir.

–Serizawa, ¿estás bien? –Tsuchiya dejó de teclear por un momento y se lo quedó mirando–. Hacía tiempo que no te veía tan distraído.

–¡Oh! P-perdón –Katsuya balbuceó al darse cuenta que se había quedado completamente ausente por un momento–. ¿Dónde estábamos?

Tsuchiya y Katsuya no eran exactamente amigos, pero tras cargarse todo el trabajo de Psicología Evolutiva a sus espaldas intentando no suspender cuando el resto del grupo se había pasado por el forro el cumplir con su parte, se habían ganado un cierto respeto mutuo.

O quizá sí que lo eran.

Katsuya tenía poco con lo que comparar, cuando su único amigo era Reigen. Y con él, nada de lo que los envolvía era normal. Reigen lo había conocido en uno de sus momentos más bajos y no había dudado en tenderle la mano. Katsuya suspiró. Quizá siempre había estado maldecido a quererle. Hubiese sido imposible no enamorarse de él cuando su mera existencia hacía que los días fueran más soportables.

–Deja el trabajo por un minuto. –Tsuchiya le dio un codazo–. ¿Qué es lo que pasa?

–Nada. –Katsuya se frotó los ojos–. Reigen ha vuelto a darme largas

Katsuya había intentado racionalizarlo. Reigen sólo necesitaba su espacio tras meses complicados con sus padres minando su autoestima, la pelea con Kageyama-san y Katsuya viendo una parte de él que había intentado esconder a cualquier precio.

Su conclusión era lógica y, sin embargo, la idea de que Reigen no quería verlo más no lo dejaba en paz. Decirlo en voz alta sólo consiguió asentar el pensamiento con más firmeza en su mente.

–Me está evitando, ¿verdad? –Katsuya le mostró la pantalla con el último mensaje de Reigen a Tsuchiya–. Ni siquiera coge el teléfono cuando le llamo.

Tsuchiya le arrancó el teléfono de las manos y empezó a deslizar la conversación hacia arriba con sus dedos. Katsuya observó el más mínimo cambio de expresión en su rostro. Los vasos de cartón sobre la mesa del Starbucks hacía rato que estaban vacíos. Tsuchiya tenía que estar viendo lo mismo que él.

–No me habías dicho que al final habías llegado a confesarte. No creía que fueras capaz. –Tsuchiya le devolvió el móvil–. Lo siento, estaba segura de que tenías alguna posibilidad.

–¡¿Qué?! ¡¿Confesarme?! ¡No! –Katsuya alzó los brazos con un aspaviento nervioso–. ¿Por qué piensas que me he confesado? Ni siquiera sé si a Reigen le gustan

Go for it, Serizawa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora