Capítulo 8

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—¡Aléjate de mí, no me toques! No te conozco

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—¡Aléjate de mí, no me toques! No te conozco.

—Señora, Rossaline. Yo soy su enfermera y su amiga, no le haré daño.

—¡Auxilio, me quieren matar!

Los gritos de mi madre no me permiten terminar la cena. Dejo mi tazón de ensalada ofuscada y corro escaleras arriba para calmarla. Siempre es lo mismo, a toda hora se repite la misma escena.

Entro en la habitación y mi madre se echa a mis brazos desesperada, sigue acusando a Valentina, su enfermera, de querer matarla. Estos meses Valentina se ha vuelto parte de esta familia, parte de mí, confió plenamente en ella, la mujer tiene una paciencia increíble. Ella es muy profesional, pero temo a que se canse y nos deje, sé lo difícil que se torna la situación por eso me aterra pensar en qué pasaría si ella se va y nos toca iniciar desde cero.

—Calma, mamá. Estoy aquí, todo está bien —digo acunándola sobre mi pecho.

—Ella me quiere matar, hija. —Su cuerpo se encuentra tembloroso y su corazón muy acelerado.

—Mamá, ella es Valentina. —Estiro mi mano hacia Valen y ella me agarra con sutileza para acercarse tomada de mi mano—. No te hará daño, ella es buena y te quiere proteger.

—Sí, Rossaline. Únicamente deseo lo mejor para ti.

Valentina con los ojos me señala el calmante de mi madre. Me acerco para tomar las pastillas y saco una.

—Debes tomar esto —le digo a mi madre.

Ella me mira confusa, pero abre la boca y yo pongo la pastilla dentro de su boca, Valentina se apresura a buscar el vaso de agua y me lo entrega con rapidez para que mi madre beba y lo hace. Así logramos acostarla en la cama y después de unos minutos se queda en profundo sueño.

—Disculpa, Valen. —De mis ojos se escapan pequeñas lágrimas que no puedo retener.

—No te preocupes, Esmeralda, es mi trabajo y sabes que les he tomado mucho cariño.

—Lo sé y te agradezco.

Le dedico una mirada cálida y salgo de allí para ubicar mi teléfono y llamar a Cecilia.

—¿A qué hora dicen que vienen por mí? —digo en cuanto me contesta.

—Diez de la noche, amiga.

—Perfecto.

Me queda a menos una hora para estar lista. Ubico mi caja de cigarros y salgo a tomar aire fresco.

El frío de la noche se introduce de manera arrolladora en mi piel, mis vellos comienzan a levantarse y me froto con la mano. Enciendo mi cigarrillo y doy una gran calada, la verdad lo necesitaba y con mucha urgencia. El cielo se encuentra más oscuro que de costumbre, no hay ninguna estrella iluminando y esto ya parece el mismísimo infierno. Achico los ojos intentando ver a lo lejos porque me parece que una sombra está merodeando entre los arbustos; me acerco un poco más y un gato negro salta sobre mí haciendo que suelte mi cigarro del temor.

Riesgosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora