3. Guarida

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Olivia

En el coche había silencio, quizás era porque el desconocido no hablaba mucho y porque ella tenía la boca tapada con cinta. Él había dejado una cosa naranja y peluda en el maletero del auto y se había metido de inmediato al asiento del copiloto.

Olivia sentía que se desesperaba, temía a que le hagan daño, o que simplemente la maten sin rodeos.

Luego de unos cuantos minutos que se hicieron eternos, aparcó el coche en un estacionamiento oscuro y silencioso, podría jurar que incluso estaba vacío.

-Te quedas aquí, no hagas ninguna tontería- le advirtió el chico antes de bajar del auto.

¡¿Tontería?! Olivia estaba indignada y las lágrimas no dejaban de caer.

Sinceramente, algo le decía que no le haría nada malo, pero no se podía confiar en nadie con esas circunstancias.

Trató de calmarse y miró por la ventanilla, el chico ya se alejaba en dirección a una casa elegante y grande que había a un extremo de la calle. Encima de la enorme puerta, había un cartel que decía: El arte de la vida

Todo era demasiado raro para ella, sólo quería volver al edificio para recibir al hombre que traía la pizza y subir a su piso, para jugar con las chicas una partida de póquer y acariciar a Peludín en la cabeza mientras él trataba de robar la comida.

Incluso preferiría que Alex fuese, con tal de no estar secuestrada, o lo que sea.

Jaiden

Entró en la galería de artes y comenzó a caminar con más velocidad, no podía confiar en esa chica, quizás ya estaba escapando o intentándolo.

Se dirigió por los pasillos con paredes blancas cubiertas de cuadros sobre la naturaleza y bla bla bla.

Al fin llegó al sector que esperaba. Cuando estuvo frente al grande cuadro de la abuela de Davies (que era la puerta a la guarida), empujó para poder abrir la entrada.

Cuando lo consiguió, dejó un suspiro y miró a la izquierda y a la derecha, vaya ser que señorita-mal-salario lo hubiese seguido de alguna forma.

Estaba despejado.

Olivia

Se estiró lo más que pudo y su pie se colocó encima de la manija para abrir la puerta del coche. Sería difícil, pero tenía que intentarlo.

Al fin, consiguió bajarla hacia abajo y la puerta emitió un sonido que indicaba que podía salir, así que con el mismo pie, la empujó hacia fuera y se acercó para salir.

Cuando estuvo fuera, respiró el aire fresco.

Iba a matar a ese imbécil.

Salió corriendo en dirección a la casa en la que había entrado y pateó épicamente la puerta, que... estaba abierta.

Dentro, había una fragancia inexplicable, esos olores que te transmiten sensaciones, en este caso: peligro.

Se dio cuenta casi enseguida que era una galería de artes, repleta de cuadros sobre la naturaleza, pero, ¿qué hacía un hombre como aquel allí?

El Legado Del Lobo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora