Epílogo

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Cuatro años después

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Cuatro años después...

Owen

Era la última presentación del año.

Hace un mes me habían llamado para participar de la fiesta de fin de año de Londres. Saldría por primera vez en televisión. En vivo. Me tomó por sorpresa. Mi trabajo comenzaba a tener más reconocimiento en la ciudad. Los teatros me llamaban, las fiestas privadas del círculo empresarial me pedían que toque unos minutos para ellos y otros lugares a los que iba por voluntad propia. Me tomó tres años separarme de lo que era, de lo que me habían atado. Tres años de sufrimiento. Tres años para por fin sanar. Tres años para ser yo mismo.

Al mes que ella se fue, mis padres se separaron —mi madre no volvió a tener contacto conmigo desde entonces—, Chase se mudó de país para crear su propia empresa y con Jack y Sarah intercambiábamos unos mensajes cada tanto. Aunque el verano pasado lo pasamos juntos en Miami. La relación con mi padre fue empeorando. Luego de lo que pasó, fue muy difícil confiar en él. Dejamos de tener contacto hace unos meses, dejando en claro que yo no quería tener nada que ver con la empresa y su mundo. Había conseguido un acuerdo con la empresa de Marianne, así que ya no me necesitaba. Y todo lo que él dijo fue: Lo hice por tu bien.

Todo era una mentira.

Busqué un departamento en Londres para quedarme y firmé contrato en una zona muy bella. Me mudaría dentro de tres semanas. Viviría solo. Estaba solo. Me sentía... solo. Hasta que me dediqué a pleno con el violín. Me llenaba ese gran espacio que había en mi cabeza. Me ayudaba a no consumirme en mis propios pensamientos, como si fuesen auriculares con música a todo volumen. Tomaba clase todos los días para perfeccionarme lo más posible. Mis ahorros se fueron en esas clases privadas con los mejores profesores. Valió la pena. Se había convertido en mi escape, pero también en mi amigo. Era para lo que vivía y respiraba.

Miré el reloj que se encontraba en la pared detrás del escenario. Marcaban las siete y media, dejándome diez minutos para prepararme y entrar. Estaba ansioso. Mis manos temblaban debajo del violín y del arco. Ya había hecho esta presentación cuando empecé a tocar en teatros. Repetía los ejercicios de respiración para dejar mi corazón tranquilo sabiendo que era imposible. Acomodé la máscara por última vez. Sí, seguía utilizándola. Ya no era para esconderme, sino que era parte de mi personalidad en el escenario. Sarah me motivó en seguir utilizándola. 

Escuché mi nombre por los parlantes. Las personas aplaudían, silbaban, esperaban ansiosos por mi salida. Tomé un último respiro y salí al escenario con el mentón en alto. La luz de los reflectores me cegó, pero yo entré con los ojos abiertos y una sonrisa bien grande. A pesar de lo que pasé, nadie pudo borrar mi sonrisa, era algo que no podía permitir.

Sin mucho tiempo de espera, comencé a tocar y el silencio abrazó al público. Mis manos tenían memoria propia. Se movían sin pensarlo. Estaban atrapadas en su mundo de fantasía. Estaba concentrado. Siempre ponía la mente en blanco para no distraerme, me había funcionado hasta ahora. Pero sin saber por qué, hoy me sentía extraño. No era por las cámaras enfocadas en mi rostro ni tampoco los flashes de luz de los celulares, sino por mi cerebro. Escuchaba los engranajes de las neuronas funcionar a toda velocidad. Estaba comenzando a pensar, lo que me llevaba a recordar. Y no los recuerdos bonitos, no. Los llantos. Las noches sin dormir. Las heridas. Ella.

Amar a un élite ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora