36| Finalmente, choqué

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Clara

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Clara

Estaba drogada.

No recordaba estar un día sobria en este último mes, lo que llevaba a múltiples discusiones con todo el mundo. Había conseguido un camello nuevo. Vendía drogas más fuertes de las que estaba acostumbrada a consumir. Pero me dijo que no era cierto, que estaba tan hecha mierda psicológicamente que me pegaba más fuerte. No le di la razón, pero sabía que la tenía.

Las cosas se estaban yendo un poco –mucho– a la mierda. Mi padre me había pegado de nuevo. O eso intentó. Un sonido desgarrador salió de la garganta de mi madre justo a tiempo. Tapó sus oídos para gritar. Yo estaba quieta en el lugar, lista para recibir el cosquilleo y ardor que había sentido tiempo atrás. Mi padre se fue pegando un portazo y mi madre no tardó en cubrirme en sus brazos. Me había quedado mirando la puerta. No lo reconocía. Era un hombre totalmente desconocido a lo que yo pensaba que era. Nunca había sido violento conmigo. No hasta que empecé a drogarme.

No era tu culpa.

Pero lo era. Y lo peor es que había cosas de las que no me arrepentía. Le había robado dinero a mis padres más de una vez para conseguir droga. Incluso a veces vendía cualquier objeto que se me cruzaba por la casa. Esa sensación de culpabilidad se reemplazaba rápidamente por una inyección de heroína. Y todavía no tenía la fuerza para separarme de esa sensación tan asombrosa. Otro recuerdo pasó por mi cabeza. Una vez que estábamos terminando de cenar y había discutido con mi padre. No era por algo importante, debería recordarlo si así lo fuera. Pero sí recuerdo cuando le di un golpe a la mesa y un vaso cayó de lado estrellándose en el suelo, cerca de mi padre. Un pedazo pequeño de vidrio salto en su dirección haciendo un leve corte en su pierna. En su momento recuerdo que me había parecido una herida gravísima, sin embargo, no sentí culpa.

Me había cansado de pensar en esos recuerdos.

Caminé en la velocidad que mis piernas y pulmones me permitían. No reconocí fácilmente el edificio. Antes de encontrarlo, fui y vine por la misma cuadra hasta encontrar la puerta que recordaba como la indicada. La poca luz que brindaba la noche en este barrio me dejaba aún más confundida.

—Puta madre —puteé cuando trataba de identificar el timbre correcto. Todo se me movía. Con mi mano izquierda agarré mi muñeca derecha y, con toda la concentración que pude reclutar para que mi mano esté firme, toqué el timbre.

Fueron segundos de espera cuando escuché unas llaves chocar contra la cerradura. Di un paso hacia atrás y me acomodé el cabello escondiéndolo dentro de la capucha que cubría mi cabeza. De un segundo a otro, tenía un cuerpo enfrente de mí. Parpadeé varias veces para verlo mejor.

—¿Clara? —su voz se escuchaba lejana pero clara. 

—Necesito hablar.

¿Mave? ¿Mika? ¿Cómo era su nombre?

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