32| El cerebro le ganó al corazón

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Clara

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Clara

Una de las tantas cosas horribles que tenía la adicción, era la manera imprevista con la que la abstinencia atacaba mi mente. No importaba cuándo, ni dónde, aparecía para arruinarme la existencia.

A veces me drogaba solo para sacar el malestar de la abstinencia. El "mono", así era como lo llamaban. Me dejaba noches sin dormir por vómitos, mareos, cantidad exhaustiva de sudor, entre tantas cosas inexplicables. No era capaz en enfocarme en nadie ni nada hasta que no consuma. Era mi verdadero enemigo. Me volvía violenta, salvaje. La última vez que lo sufrí fue como en la casa de Stephen.

Y para mi desgracia, lo estaba teniendo en ese momento.

Abrí mis ojos por el calor abrumador que envolvía mi cuerpo. Al segundo que recuperé mi conciencia, la locura llegó a mí como una ráfaga venenosa.

Tengo que llegar a mi mochila, pensé.

Me levanté de la cama de un salto. Me tambaleé y estuve a punto de caerme de la cama. Busqué algo que tapara mi cuerpo desnudo. Había una luz tenue que dejaba a vista ropa en el suelo. Agarré algo, no me importó qué. Mis piernas temblaban ¿O era mi cabeza que sacudía todo?

Owen estaba de espaldas a mí, durmiendo, tranquilo. Salí lo más sigilosa posible y corrí. Corrí como si me vida dependiera de ello. Y en parte lo hacía. Chocaba contra las paredes y puertas. De alguna manera recuperaba el equilibrio para retomar mi camino. Era increíble cómo recordaba el recorrido sin estar consciente de lo que hacía. No podía ordenar mis pensamientos. Todo venía al mismo tiempo.

Cuando llegué a planta baja, me abalancé sobre el sillón donde se encontraba mi mochila. Mis dedos escurridizos fueron directo a el bolsillo interno. Una arcada subió por mi garganta y vomité en el suelo. Mi cabello suelto se fue hacia adelante manchánose del vómito.

Necesito la heroína.

Necesito la heroína.

Necesito la heroína.

Golpeé mi cabeza con la mano y las primeras lágrimas comenzaron a aparecer. Eran demasiados temblores en mi cuerpo como para mantenerme parada.

Vamos, puedo hacerlo.

Volví a la búsqueda por la jeringa. Limpié mi boca con mi antebrazo. Miré hacia mis costados por si alguien se aproximaba, pero lo único que escuchaba eran ruidos en la cocina.

La concha de mi hermana —sollocé, sin encontrar la jeringa.

Agarré la mochila por la base y la di vuelta volcando todo el contenido en el sillón. Exparcí con mi mano todo lo que tenía. Mis ojos se movían frenéticamente por todos los objetos.

No está.

No.

No, no, no, no.

Estuve por meter mi cabeza en la mochila para revisar bien. Pero no había solución. No estaba. Era imposible. Yo siempre la llevaba encima. Mordí mis nudillos con fuerza. La sangre brotó de mi piel y mi lengua se llevó el primer impacto del sabor metálico.

Amar a un élite ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora