1| Odio mi pasado

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Disparos, armas, bombas, edificios derrumbándose arriba de las personas

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Disparos, armas, bombas, edificios derrumbándose arriba de las personas. Un escándalo total. Corría con desesperación y podía de verse una muerte segura. Pero siempre terminaba escapando y sobreviviendo como una heroína. Me encontraba con mi amado y nos besábamos mientras el sol del atardecer iluminaba nuestros rostros.

—¿En serio te gusta esto, mamá? —pregunté jugando con una palomita entre mis labios. Mi cabeza inclinada sobre el respaldo del incómodo sillón, me dolía como mil agujas atacando mi cerebro.

La película duraba dos horas y veintitrés minutos exactos, y estábamos por cumplir una hora. Era noche de películas como todos los miércoles, pero hoy era su turno para elegir la película. Éramos muy distintas en esos gustos.

Su cabello rubio atado en una coleta golpea mi rostro al darse vuelta tan rápido.

—Auch.

—No la estaría viendo si no me gustase, haces preguntas incoherentes —respondió aplastando su pelotita en forma de corazón.

Revolee mis ojos y solté un quejido.

—Ni siquiera tiene sonido para escuchar las explosiones y disparos. —Señalé la pantalla que parecía un juego de diálogo con mímica.

—Cállate, hija —ordenó. Siguió mirando la película sin sonido mientras yo me levantaba para ir a buscar más palomitas.

No llegué a hacer cinco pasos para cuando llegué al microondas. Sí, era un departamento pequeño. Demasiado. No me quejaba, es lo que mi padre y yo podíamos alquilar. Además, me encantaba trabajar en el gimnasio.

Metí el paquete de palomitas en el microondas y saqué mi celular para revisar las redes sociales. Una opresión en el pecho apareció cuando vi a mi mejor amiga, sonriendo, siendo feliz. Estaba feliz por ella. Mi dedo se quedó presionando la pantalla con fuerza, como si me transportara a su lado y olvidara lo que es mi vida.

Miré a mi madre. Su perfil perfecto, su cuerpo perfecto, unos ojazos celestes y una piel de envidia. No obstante, su mirada perdida a veces me preocupaba. Bueno, en realidad ella ocupaba el noventa y nueve por ciento de mis pensamientos en el día.

Antes de que el microondas llegue a sonar, lo detuve y saqué con cuidado las palomitas para depositarlas de vuelta en el recipiente.

—Te tardas mucho. —Se quejó dejando la pelotita a un lado, pero sin despegar los ojos de la pantalla.

—Lo sé, lo sé. —Guardé el celular en mi bolsillo y coloqué el recipiente en su regazo —. Espero que comas todas y cada una de ellas.

Ella se tapó la boca y rio como una niña pequeña. Sonreí ante tal acción, pero mi atención se la llevó la persona que atravesó el pequeño departamento.

El rostro de mi padre apareció dándonos la bienvenida. La ojeras debajo de sus ojos pesaban como el maletín que traía en su mano. Su cabello castaño seguía peinado y su corbata ya se encontraba en su mano. Nos dio una sonrisa, que pasó a una media sonrisa y terminó en una expresión preocupada.

Amar a un élite ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora