2| Que la humildad no se note

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Ir de compras con mi padre era sinónimo de pelea

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Ir de compras con mi padre era sinónimo de pelea.

Me sorprendió cuando cuando después de clases me recogió para ir al centro comercial a comprar un vestido, como habíamos arreglado la noche anterior. Él estaba mucho peor que yo, mordía sus uñas y no paraba de golpear sus dedos en el volante como si fuese una batería improvisada.

—Puedo ir con un jean y camisa, no creo que lo noten —sugerí, hundiéndome de hombros.

Mi padre rechistó y negó con la cabeza.

—Ni lo sueñes. Iremos a un lugar —Se tomó unos segundos para escoger la palabra indicada —importante. Necesito que vistas bien. Además, se acerca tu cumpleaños, será como un regalo.

Me hubiera reído en su cara si no hubiera notado que hablaba en serio.

Nunca en mis hermosos diecinueve años recibí un regalo de cumpleaños. Solo uno de Georgia para mis ocho años, un collar precioso que continuaba guardado.

¿Por qué este sería diferente?

Ah, claro, los años anteriores no hubieron ninguna aburrida cena de negocios.

Al llegar no pude evitar sentirme nerviosa. Muchas chicas de mi edad paseaban con sus madres y amigas, sus brazos llenos de bolsas de marcas que yo nunca podré pagar. Estuvimos recorriendo muchísimos negocios y nos fuimos de ellos por varias razones, una de ellas era porque nada terminaba de convencerme.

—Este te queda genial —opinó mi padre con los pulgares hacia arriba.

Me doy la vuelta matándolo con la mirada.

—Parezco un fideo en un envoltorio.

Al instante, me arrepentí de mis palabras.

Mi padre me repasó de arriba abajo con el ceño fruncido y con un semblante de preocupación.

—Tienes razón, estás demasiado flaca, ¿Estás comiendo bien? —preguntó,  bajando su tono de voz.

Retrocedí un paso para que no se acerque más. Mis brazos envolvieron mi cintura, como si eso pudiera ocultar algo. Mi boca se secó y asentí con mi cabeza ya que no confiaba en mis palabras.

—Estoy perfecta. —Cerré la cortina para comenzar a desvestirme. 

Traté de no mirarme al espejo, de verdad traté, pero me fue imposible. Me puse de costado, reflejando el ancho de mis piernas y brazos. Tragué en seco cuando levanté mi brazo y, muy levemente, se notaban mis costillas. Lo bajé bruscamente. Me miré a los ojos y lágrimas se asomaron en mis orbes celestes. Me impedí observarme más. 

Estoy bien.

Estoy sana.

Es solo un período.

Cuando ya estaba lista, dejé el vestido a una empleada y salimos por otro local.

—Quiero que encuentres el vestido perfecto —insistía.

Amar a un élite ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora