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antes, y un chico llamado Okazaki, el encargado de mi turno hasta el añoanterior.

 Lo que más se me pega de quienes me rodean es el acento. Por entoncesmi forma de hablar era una mezcla entre la de Izumi y la de Sugawara.

Creo que es un fenómeno bastante habitual. Un día, los compañeros delgrupo de música de Sugawara vinieron a la tienda y me fijé en que las chicasvestían y hablaban casi igual que ella, y desde que había entrado Izumi,Sasaki se despedía con un «Hasta mañana» que sonaba exactamente igual alde ella. Un día vino a echarnos una mano una mujer que había trabajado conIzumi en otra tienda, un ama de casa muy amiga suya, y vestían de forma tanparecida que estuve a punto de confundirlas. Supongo que mi forma de hablartambién se le pegará a alguien. Creo que es así como sobrevive la humanidad:por contagio.

Si bien fuera del trabajo Izumi llevaba ropa llamativa, lo cierto es quevestía como corresponde a una mujer de treinta y tantos años. Por eso yo solíafijarme en la marca de sus zapatos y miraba la etiqueta del abrigo que dejabacolgado en la taquilla. Solo una vez llegué a examinar el contenido de suneceser, que había dejado en la trastienda abierto de par en par, y memoricé elnombre y la marca de los cosméticos que utilizaba. Si la hubiera copiado sinmás, se habría notado demasiado. Así pues, hacía búsquedas con los nombresde las marcas, entraba en el blog de alguien que vestía ropa de aquella tienda,le pedía consejo para comprarme un fular y, cuando me proponía un par demarcas, iba a la tienda y me decidía por una marca que Izumi no utilizara. Laropa y los accesorios que llevaba parecían los adecuados para una treintañera,y también su peinado.

Izumi se fijó en mis manoletinas.

—¡Anda! Esos zapatos los vi en una tienda de Omotesando. A mí tambiénme gustan los zapatos de esa tienda, tengo unas botas de allí.

 Izumi hablaba alargando un poco el final de las palabras.

Había memorizado la marca de sus zapatos aprovechando que ella estabaen el baño, había ido a la tienda y me había comprado unos de la mismamarca.

 —¿En serio? ¿No serán unas azul marino? Me las probé en la tienda hacetiempo, ¡eran monísimas! —le respondí calcando la forma de hablar deSugawara, que ahora terminaba las frases en un tono más propio de unaadulta. Sugawara hablaba como en staccato, acentuando y acortando lassílabas. Aunque su acento contrastaba con el de Izumi, ambos combinadossonaban muy armoniosos, por extraño que pareciera.


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