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Saqué la basura a la calle y entré en la trastienda. El jefe acababa determinar el turno de noche y estaba confeccionando los horarios.

 —Jefe, ¿puedo cubrir el viernes y el domingo? Necesito dinero, así queme vendría bien trabajar más horas. 

—¿Qué ocurre, Furukura? ¡Tú siempre tan motivada! El problema es queel contrato te obliga a descansar un mínimo de horas a la semana. ¿Por qué nobuscas trabajo en otra tienda? En todas partes van justos de personal, estaríanencantados de ficharte.

—Me vendría muy bien, sí. 

—Pero no te exijas demasiado, ¿entendido? Por cierto, aquí tienes lanómina de este mes.

El jefe me entregó una hoja con el salario mensual detallado.

—También tengo que darle la suya a Shiraha. Aún tiene sus cosas aquí, yno consigo localizarlo. —Suspiró el jefe mientras yo guardaba la nómina en elbolso

—¿Ha intentado llamarlo por teléfono? 

—Tiene la línea activada, pero no responde. Ese tipo es un desastre. Ledije que se llevara sus cosas y todavía están en la taquilla. 

—¿Quiere que se las lleve yo? —dije sin pensar. 

Al día siguiente llegaría el chico nuevo del turno de noche, y si todas lastaquillas estaban ocupadas no tendría donde guardar sus cosas.

 —¿Cómo? ¿Quieres llevárselas tú misma? ¡No me digas que sigues encontacto con él! —exclamó el jefe, asombrado.

Entonces me di cuenta de que había metido la pata. «A los que no meconocen puedes hablarles de mí tanto como quieras, pero no me menciones enla tienda, por favor —me había pedido Shiraha—. Quiero esconderme detodos mis conocidos. A pesar de que yo nunca he molestado a nadie, losdemás se han metido en mi vida como si nada. Lo único que quiero es respirartranquilo». Mientras recordaba el monólogo de Shiraha, oí el timbre de lapuerta a través de la cámara de seguridad.

Dirigí la vista a la pantalla y vi que había entrado un grupo de hombres.La tienda se llenó de repente. En la caja solo estaba Tuan, un chico extranjeroque había entrado la semana anterior, y salí a toda prisa para echarle unamano.

 —¡Oye, no te escapes! —gritó el jefe, que parecía divertirseenormemente.

Le señalé las imágenes de la cámara. 

—Hay gente haciendo cola —respondí, y corrí hacia la caja.

La DependientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora